Dom 11.09.2016
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GILDA, NO ME ARREPIENTO DE ESTE AMOR

LA ABANDERADA DE LOS HUMILDES

Después de muchas tentativas fallidas para llevar su vida a la pantalla, en gran medida por no conseguir liberar los derechos de sus canciones, esta semana la vida de Gilda llega a los cines a lo grande, a veinte años de su muerte en un accidente en la ruta y en pleno auge de su carrera como estrella de la cumbia en los años noventa. Gilda, no me arrepiento de este amor, está protagonizada por Natalia Oreiro –que no sólo actúa sino que también interpreta los temas de Gilda en la película– y dirigida por Lorena Muñoz, anteriormente co-autora de un excelente documental sobre la cantante de tangos Ada Falcón (Yo no sé qué me han hecho tus ojos, con Sergio Wolf) y de otro film sobre la historia del mural abandonado de David Siqueiros (Los próximos pasados). Directora y actriz reconstruyen aquí los pasos que permitieron concretar este proyecto largamente acariciado de una biopic argentina, tropical y popular.

› Por Diego Brodersen

Gilda, no me arrepiento de este amor comienza con un extenso plano fijo de un ataúd, observado por la cámara desde el interior del coche fúnebre que lo traslada, mientras afuera una multitud lo acompaña silenciosamente. A su vez homenaje, recordatorio inmediato de la muerte trágica y temprana y configuración de un monumento visual a la protagonista del drama, esa imagen se verá no tanto contrastada como complementada, una hora y media más tarde, con otro gentío, esta vez movedizo y enfervorizado, con los brazos en alto y sus bocas acompañando la voz que llega, potente y clara, desde arriba del escenario. Por el camino de la película biográfica –que en su vertiente musical no tiene demasiados antecedentes en nuestro país– la realizadora Lorena Muñoz da un triple salto mortal: pasa del documental a la ficción, de presupuestos ínfimos a una producción de envergadura y de retratos de personalidades algo olvidadas o no tan populares a uno de los íconos de la música popular reciente. Y lo hace acompañada de una de las actrices y cantantes más queridas y admiradas de la Argentina, la uruguaya Natalia Oreiro, que parece haber nacido para interpretar, en algún u otro momento de su carrera, a Miriam Alejandra Bianchi. Las expectativas depositadas por propios y ajenos en Gilda, la película –que se estrena este jueves, pocos días después del 20° aniversario de su muerte– son enormes y para Muñoz el nivel de exposición mediático ha elevado a la enésima potencia la cantidad de entrevistas y compromisos periodísticos generados por sus trabajos anteriores. Nada de eso había ocurrido cuando, trece años atrás, estrenaba el documental Yo no sé qué me han hecho tus ojos, codirigido junto a Sergio Wolf, una investigación con aires detectivescos sobre el paradero de Ada Falcón, la leyenda del tango de los años 30 que, en pleno apogeo de su popularidad, decidió retirarse al ostracismo más profundo. Tampoco cuando, en 2006, Los próximos pasados desenterraba la historia maldita de un mural del artista plástico David Alfaro Siqueiros. Ahora el teléfono arde y la agenda explota; un momento de disfrute, sin dudas, aunque no exento del cosquilleo producido por el vértigo.

Para la realizadora, el de Gilda fue un proyecto propio, personal. Incluso íntimo. No hubo aquí, al menos en el casillero uno del tablero, ni productores ni derechohabientes con ansias de explotar comercialmente la propiedad intelectual como único norte. El recorrido fue, precisamente, el opuesto: desde la posibilidad remota hacia la realidad concreta. Lorena Muñoz recuerda que su primer disco de Gilda fue comprado casi de casualidad, mientras caminaba por la zona de Corrientes y Florida: “Pasaba por ahí, escuché uno de los temas del álbum Corazón valiente desde la vereda, entré y lo compré. Me empezó a gustar mucho su música y las letras me parecieron espectaculares. Ahora tengo todas las ediciones de todos los discos que salieron. Ahí comenzó la obsesión y la investigación”.

Esa inquietud se disparó hace unos cinco años y, aunque afirma que nunca le había gustado particularmente la cumbia, a los 20 años vivió un tiempo en México, donde aprendió un poco a bailarla, punto de partida para un interés incipiente por la música tropical en general. “Me gusta creer que hago películas para profundizar un poco más sobre temas que me interesan, casi como una excusa. Y ahí fue que pensé: ¡qué raro que nadie haya hecho una película sobre Gilda!”

El apego a la figura de la cantante nacida en Villa Devoto en 1961 la llevaría a realizar un documental breve para el canal Encuentro acerca de su vida y obra; ese capítulo del ciclo Soy del pueblo puede verse en YouTube. Consecuentemente, ese primer paso la llevaría a imaginar un posible largometraje biográfico basado en los hechos reales, aunque ficcional. En paralelo, la directora conoció a Natalia Oreiro durante el rodaje de Infancia clandestina, el film de Benjamín Ávila (socio de Muñoz en la productora Habitación 1520) donde la actriz interpretó uno de los papeles protagónicos. “Al poco tiempo le conté a Natalia sobre la idea y me respondió que le encantaba la posibilidad, pero... andá a conseguir los derechos.”

EL CAMINO DE UNA HEROÍNA

Antes de Gilda, existieron varios proyectos para llevar su vida a la pantalla, pero nadie pudo liberar los derechos de las canciones. “Los abogados me dijeron que nunca se había podido hacer, que por lo menos unas siete productoras lo habían intentado sin éxito.” ¿Cómo y por qué se dio entonces esta vez? “Es una buena pregunta, porque los productores y directores que lo intentaron con anterioridad eran mucho más conocidos que yo, por trabajos previos, experiencia y la posibilidad de producciones más grandes. Yo venía de hacer documentales de autor muy sacrificados en cuanto a la producción. Estoy conjeturando y no puedo saberlo con certeza, pero lo que pudo haber pasado es que nadie había pensado que para Fabrizio Cagnin (el heredero de los derechos junto con el músico Juan Carlos “Toti” Giménez) Gilda es ante todo su mamá. Intenté ponerme en su lugar y entender lo doloroso que debía ser para él: en el accidente muere su madre, su abuela, la hermana, tres músicos, el chofer. Y él se quiebra un brazo. Su familia queda totalmente desmembrada. Es una tragedia terrible para ese chico: tenía apenas ocho años, pero es una edad suficiente para acordarse de muchas cosas. De ser una familia, de tener una madre tan alegre y estar rodeado siempre de gente, pasó a vivir sólo con su papá. Ahí fue que entendí los motivos por los cuales no había querido hasta ese momento que se hiciera una película. Tal vez la situación cambió porque justo había armado una familia propia: se casó y tuvo una hija. Algo así como el momento justo, una alineación de planetas. No puedo más que relacionarlo con el mensaje de sus canciones, que hablan justamente de eso: de no bajar los brazos, de luchar para lograrlo.”

Una carta escrita por la realizadora y Oreiro dirigida al ahora joven de 28 años terminó de cristalizar las chances, oficializando el encendido de las luces verdes necesarias para poner manos a la obra en la escritura del guión, coescrito por Muñoz y Tamara Viñes, su amiga y compañera en los años de estudio de la carrera cinematográfica.

Gilda transita los caminos de la biopic de manera más o menos tradicional: comienza con la protagonista vestida con su uniforme de maestra jardinera y rodeada de un grupo de niños pequeños; regresa a la infancia de manera periódica a través de una serie de flashbacks que retratan, en particular, la estrecha relación con su padre (a su vez, origen de la afición musical; ese papel recayó finalmente en el músico Daniel Melingo, el de la Miriam adolescente en Ángela Torres); narra uno de los puntos de inflexión en su vida al asistir a un llamado a casting para una prueba de canto. La reconstrucción de época no es invasiva, pero refleja usos y costumbres de la moda a comienzos de los años noventa –la era de la explosión popular de la cumbia, el cuarteto y demás primos cercanos– generando una capa de realismo que el film acopla al verosímil psicológico de los personajes secundarios, en particular el de su marido, reticente al lento pero creciente ascenso de su esposa en el ámbito de la cumbia (interpretado por Lautaro Delgado) y el de “Toti” Giménez, eventual “descubridor” de Gilda y futuro compañero en la banda y en la vida debajo de los escenarios (Javier Drolas). El actor Roly Serrano, en tanto, entrega otro de sus clásicos papeles tenebrosos en la piel de El Tigre Almada, empresario cumbiantero y manager de la banda de Gilda durante una porción importante de su carrera. A pesar de que todos esos personajes y situaciones existieron, la película, aclara Muñoz, no deja de ser una ficción basada en su vida. “Cuando investigábamos y pensábamos qué historia contar, lo que hicimos fundamentalmente fue acomodar la historia al relato”, explica. “Hay muchos elementos en la película que son absolutamente ficcionales, como ocurre en todas las biopics. Nadie debería ir al cine pensando que va a ver la historia fiel. No es un documental. Es una ficción, aunque tal vez alguna gente se confunda por el hecho de que vengo del área del documentalismo.” Muñoz asegura que le gustaba como referencia la película de Andrés Wood, Violeta se fue a los cielos, centrada en la vida de Violeta Parra. En un momento de la escritura, cuenta, llegaron a una estructura temporalmente más quebrada, pero se dieron cuenta de que era mucho más importante aquello que querían narrar en el presente del personaje. Es que es muy difícil, explica, contar la historia de una persona que vivió 34 años en una hora y media. “Ella hace el cambio en el año 1990, cuando decide dejar su vida tal y como estaba constituida y se anima a ir al casting. Ese era nuestro ‘camino de la heroína’. Y pasa algo muy loco: cuando trabajás tanto tiempo construyendo la historia te vas olvidando de ciertos datos reales, como por ejemplo qué edad tenía ella cuando murió el padre. ¿15 o 20 años? Fue a los 20, aproximadamente, pero en nuestro guión ocurre a los 15; por cuestiones dramáticas era importante que ocurriera en esa etapa donde una adolescente se está convirtiendo en mujer. Miriam/Gilda, de alguna manera, permanece ‘enamorada’ del padre, e incluso fantaseamos con la cuestión de a quién le escribía ella las letras de sus canciones.”

NO FUE UN MILAGRO

Las prácticas ligadas al quehacer documental, su espíritu, nunca mueren. Lorena Muñoz entrevistó a una gran cantidad de personas para la preparación de su película: asistentes, plomos, gente de seguridad, ingenieros de sonido, músicos, fans, incluidas algunas compañeras de la época en que cursaba el profesorado de educación física o una amiga de la infancia y vecina del barrio, que fue quien la ayudó a preparar las valijas el día de su muerte. “Lo que buscaba era llegar al hueso, conocer en profundidad, hasta donde fuera posible, su intimidad.” Muñoz incluso se fue de gira al interior con una banda de cumbia para conocer algunos aspectos de esa clase de vida profesional, para palpar y oler el detrás de escena. A medida que Miriam va convirtiéndose en Gilda, la película –que casi nunca abandona su punto de vista– registra esa transformación por partida doble: tanto en el ámbito privado como en el público. Sobre el escenario, luego de unos primeros, tímidos chapuzones, la estrella en gestación comienza a brillar con luz propia. “Miré horas y horas de material. Observé y anoté”, recuerda la realizadora. “Lo mismo hizo Natalia, porque era importante reflejar también su forma de moverse, sus gestos, cómo movía las manos.” A partir de la reconstrucción de sus recitales, desde un desierto club de barrio hasta un estadio donde no cabe un alfiler más, el film presenta fragmentos de sus canciones más famosas e incluso una rendición completa de “No me arrepiento de este amor”, todas ellas en versiones cover que Oreiro grabó antes del comienzo del rodaje y que ahora serán lanzadas como banda de sonido oficial de la película.

La directora nunca dudó, al imaginar las escenas, que las canciones debían tener un lugar de relevancia. Sin embargo, una de las aristas más problemáticas a la hora de encarar la escritura del guión fue la cualidad de santa que muchos le atribuyen a la cantante. La película introduce el tema en una breve escena luego de un recital, cuando una madre se acerca a Gilda junto a su pequeña hija y le pide que la toque. “Ella siempre dijo públicamente que no hacía milagros, que los milagros los hacían los médicos. Pero hay una puerta abierta, porque el hecho de que algunos fans la santifiquen no es casual. Ella tenía una forma discursiva muy particular, había algo de predicación: antes de cada tema mira a la gente a los ojos, le habla al público sobre el amor, sobre el sufrimiento, los que están solos, la falta de trabajo, la salud. El pueblo se siente muy identificado con ese discurso, se siente interpelado. Hay un juego maravilloso entre ella y la gente que, tal vez, sea más importante que su música. Creo que la santidad tiene que ver un poco con eso y con que la gente confía mucho en ella, le pide cosas y ella se las cumple. Doy fe.” Muñoz habla de Gilda y cambia de tiempo de conjugación: del pasado al presente. No lo nota, pero ante un comentario al respecto recuerda que, con Ada Falcón, durante los años de Yo no sé qué me han hecho tus ojos le pasaba lo mismo. “Soy muy respetuosa de las creencias de cada uno. Es muy difícil ser feliz y uno se agarra de lo que puede. Y después de su muerte ella ha generado historias de amor en la gente.”

El camino que va de Ada Falcón a Gilda no parece casual: ambas fueron cantantes populares, las dos desaparecieron de la esfera pública antes de tiempo. “Lo que me seduce, lo que veo como punto de anclaje entre Ada y Gilda, es que ambas sacrificaron todo y lucharon por un objetivo, por un ideal. En ese camino pudieron haber tran- sado con un montón de cosas. Gilda se pudo haber operado, por ejemplo. Ella solía decir, ‘soy tan chiquitita de acá y ahora las mujeres usan doble ancho’. Tampoco se tiñó de rubia despampanante. No buscó provocar. Fue por otro lado, por algo ligado al talento. Y algo similar se puede decir de Ada. Ese sacrificio, el dejar un poco de lado comodidades, me parece muy amoroso.”

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