Dom 08.02.2004
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MúSICA

Satisfecho

Su experimento de juventud fue The Replacements, la banda que anticipó el grunge, sacó un disco burlonamente titulado Let It Be, reescribió “Like a Rolling Stone”, forjó una leyenda y sólo tuvo su reconocimiento cuando Nirvana bautizó Nevermind, su disco más famoso, en homenaje a una de sus canciones. Pero después de fracasar de todos los modos posibles, Paul Westerberg decidió envejecer con dignidad, tristeza, furia y lirismo. El flamante rockumental en DVD Come Feel Me Tremble es una excusa perfecta para conocerlo.

› Por Rodrigo Fresán


“Estoy tan, estoy tan insatisfecho”, aullaba Paul Westerberg en “Unsatisfied”, en 1986, en el disco llamado entre soberbia y burlonamente Let It Be, en una banda llamada The Replacements (Los Reemplazantes), porque en su Minneapolis natal ya todos los dueños de bar sabían de los desastres etílicos sobre el escenario de The Mats (el nombre original), y ya nadie se atrevía a contratarlos para que tocaran un poco y se derrumbaran mucho luego de cantar aquello de “Odio la música /Tiene demasiadas notas” y agarrarse a golpes con algún espectador o entre ellos. Pensar en The Replacements como el eslabón perdido entre el viejo rock puro y el grunge. Una mezcla de Creedence bajo electroshock con unos Stones sin ninguna habilidad financiera pasada por el filtro maldito de Big Star y diseñada para fabricar riffs mínimos y perfectos que les ganaron a posteriori la admiración de gente como Nirvana (quienes titularon su disco más famoso como una de las canciones de The Replacements) y Hüsker Dü y Pearl Jam y They Might Be Giants (quienes compusieron el jingle “We’re The Replacements”). Las discográficas pensaron que, sí, aquí tenían a la perfecta contraparte de R.E.M. para hacer fortunas. Pero no. The Replacements se autodestruyeron en un remolino de bourbon (alguno de ellos murió luego de la maniobra) y por el camino Paul Westerberg –su indiscutido líder, un salvaje iluminado– descubrió que le gustaba más una buena melodía y una mejor letra que el hard-core con el que habían comenzado a sonar en 1979. Para 1990 –siete discos más tarde– todo había terminado. Pero la leyenda continuaba intacta, abundaban las anécdotas entre épicas y desopilantes (que desafían el número de páginas a llenar de cualquier suplemento; los más valientes pueden leerlas en www.themats.com o en un largo capítulo de Our Band Could Be Your Life: Scenes from the American Rock Underground, 1981-1991, el gran libro de Michael Azerrad) y los gestos desacralizadores (llegaron a reescribir y grabar “Like a Rolling Stone” con el título de “Like a Rolling Pin”). Y carreras solistas (ver recuadro) se han apoyado en muchísimo menos.
Hoy Paul Westerberg –luego de idas y de vueltas y de alguna depresión— parece haber entrado en la etapa más fértil de su carrera: dos discos en el 2002, dos en el 2003, y ya está lista la nueva entrega del 2004. Y tal vez lo más revelador de todo: este hombre poco dado a las entrevistas y a los clips (recordar aquel video de The Replacements que consistía en una sola toma de tres minutos a un amplificador del que brotaba una de sus canciones) acaba de lanzar en formato DVD un rockumental –Come Feel Me Tremble– donde muestra todo lo que significa ser un mito más o menos mal viviente pero indudablemente inmortal y, por fin, perfectamente satisfecho de sí mismo. Como debe ser.

¡Acción!
¿Qué oímos en el CD Come Feel Me Tremble? Perfectas y flamantes canciones marca Westerberg. ¿Qué vemos en la película Come Feel Me Tremble dirigida por Rick Fuller (el tipo encargado de vender camisetas a la salida del concierto) y Otto Zithromax (otro de los alias de Paul Westerberg)? Básicamente, el tour de presentación por bares, pequeños teatros y disquerías de Stereo/Mono –en ocasiones a través de fragmentos pirateados por las cámaras del público y recolectados por el songwriter– y una buena y sustanciosa porción de la intimidad de Westerberg definida por alguien como “lo más parecido a uno de esos accidentes de auto que no quieres ver pero, al mismo tiempo, no puedes dejar de mirar”. Pasen y oigan y vean:
Un tipo que, cansado de salir en banda, decidió salir a solas sólo acompañado por un roadie todo servicio (responsable de buena parte de las tomas que componen los 90 minutos de la película; Westerberg asegura que la idea de la película surgió “porque el chico se aburría y entonces le regalé una video-cámara”), un autobús que conoció mejores días y unaescenografía minimal consistente de un espantoso cuadro de un caballo al galope y un estragado juego de living al que, al final, invita a sus fans a subir y a sentarse y a cantar con él en plan todavía más informal aquello de “Encuéntrame en cualquier parte o cualquier lugar a cualquier hora, me da igual / Encontrémosnos esta noche / Si tú te atreves, yo me atrevo”. Un tipo que antes de salir a tocar hace gárgaras, se pasa por los pezones un cubito de hielo para despertarse, enciende un gigantesco puro, escucha desde un rincón el mantra de “Boom Boom Out Go the Lights”, y sale al escenario con la ropa rota y atada con cinta adhesiva y manchada de pintura de aerosol. Un tipo que desciende a las profundidades del ruinoso sótano de su casa de Minneapolis atiborrado de instrumentos rotos y primitivos equipos de grabación e intenta componer una canción (y no le sale) y, digámoslo y no digas más, el ecosistema que habita y “decora” Westerberg limita directamente con el de Charly García. Un tipo que recuerda anécdotas perturbadoras (“Una vez coincidí en un ascensor de hotel con Kurt Cobain y nadie dijo una palabra. Yo me moría por estar en otra parte y él se moría por morirse. Y nos bajamos en el mismo piso y teníamos habitaciones contiguas y entramos y los dos cerramos las dos puertas con fuerza al mismo tiempo y eso fue todo”). Un tipo que atiende a sus seguidores y conversa y firma lo que le den sentado en la escalerilla de su autobús como si fuera la cocina de su hogar dulce hogar. Un tipo que quema la foto de una amiga suicida mientras al fono suena “No Place for You” o comenta con laconismo la foto de su padre de uniforme y joven, a punto de lanzarse sobre las arenas de Omaha Beach y el Día D. Un tipo que se acuesta en un diván para definir toda la discografía de The Replacements (remasterizada en parte a finales del 2002) con una palabra seca y dura por disco y concluir que “Nuestra victoria fue fracasar de todas las maneras posibles”. Un tipo que se olvida de las letras de muchos estribillos y que desafina con perfecta afinación canciones como “Alex Chilton”, “Can’t Hardly Wait”, “I Will Dare”, “Left of the Dial”, “Never Mind” y, por supuesto, “Unsatisfied”: “La verdad es que los dueños de las salas contratan seguridad para proteger al público de mí”, comenta Westerberg. Un tipo que de vez en cuando mata en vivo a su guitarra no con la épica exhibicionista y por contrato de Pete Townshend sino con el cansancio un poco desesperado un poco ni siquiera eso de Paul Westerberg. Alguien que al día siguiente va a tener que salir a comprar una guitarra nueva y espero que le alcance el dinero.

¡Reacción!
“Bueno, firmé con una discográfica y me dieron algo de dinero y tengo que dar algo a cambio, ¿no?... Además, quiero ser el nuevo Ryan Adams”; así explicó Westerberg, en una entrevista reciente, los sencillos y prácticos porqués del momento fértil que vive. Lo de Ryan Adams –alguien que en sus últimos discos se ha lanzado a fagocitar a Westerberg como alguna vez fagocitó a Gram Parsons– es ironía pura. A Westerberg no le gusta nada eso de que Ryan Adams sea considerado “el nuevo Westerberg” y le gusta todavía menos su imagen de fuera de ley fashion: “Cada vez que veo su jodido falso corte de pelo desprolijo, oigo sus jodidos falsos gemidos en las entrevistas, con su ropa falsa, y entonces abre la boca y canta y me dan ganas de hacerle tragar a golpes todos y cada uno de sus dientes”, explicó Westerberg. Y en otra parte agregó, apenas conciliador: “Me enteré que mis palabras le dolieron. Hey, no es otra cosa que un duelo entre profesionales. Que no se queje: seguro que así le conseguí más prensa”.
Y –más allá del exceso maléfico– hay algo que sí es cierto: Westerberg gira hoy en una órbita sólo suya, fuera del sistema. Graba discos de sonido atemporal –como el Love and Theft de Bob Dylan o el Exile on Main Street de los Rolling Stones– y asegura que “no tengo la menor idea de lo que se oye en la radio... Yo nunca he sido, y comienzo a sospechar quenunca quise ser, porque nunca podré serlo, un músico modelo Top of the Pops. Pero hay algo reconfortante en el hecho de que, después de tantos años, sigo teniendo una carrera digna. Hay gente que llena los sitios donde toco y, de acuerdo, no son grandes sitios pero es un gran público. No creo que Britney Spears vaya a seguir en esto dentro de treinta y cinco años; acabará presentando un programa de televisión o algo así; pero sí tengo la certeza de que nada habrá cambiado para mí a los sesenta o a los setenta. En resumen: mi impacto ha sido mi influencia. Y las influencias nunca pasan de moda, ¿no?”. Así es. Y al principio de Come Feel Me Tremble (la película) hay un momento westerbergiano que lo dice. Allí Westerberg, frente a la cámara, dice: “El gran secreto para escribir grandes canciones es...” Entonces la chica que lo está entrevistando, nerviosa, le dice que se quedó sin cinta, y pone un nuevo cassette en el grabador, y Westerberg repite: “El gran secreto para escribir grandes canciones, lo que todo songwriter debe saber, es...” Y la chica, al borde del llanto, le dice que el grabador no funciona, que parece que se rompió. Westerberg sonríe con su puro en la boca, mira a cámara e insiste: “El gran secreto...”
Entonces la imagen funde a negro.

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