Dom 17.03.2002
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Tantas veces me mataron

Fidel Castro y Ernest Hemingway se vieron una sola vez en sus vidas, y al parecer no se tenían tanta simpatía como siempre se creyó. Sin embargo, los hermanos Kennedy, la CIA y la mafia planeaban aprovechar la admiración de Fidel por el escritor para asesinarlo... en la mismísima casa que Hemingway tenía en Cuba. A 40 años de la fallida Operación Mangosta, el investigador hemingwayano José María Gatti revela la trama secreta de uno de los planes más estúpidos de la historia del espionaje.

POR JOSÉ MARÍA GATTI
Fidel Castro y Ernest Hemingway nunca fueron amigos. La historia se ha encargado de resaltar las afinidades entre ambos, pero lo cierto es que solamente se encontraron una vez: el 15 de mayo de 1960. Ese día Fidel fue invitado al Torneo Anual de Pesca de La Habana. Debía ser juez, pero insistió en que quería competir. Resultado: ganó el trofeo. En el momento en que los fotografiaron juntos, le confesó a Hemingway su admiración por Robert Jordan, el idealista que en los últimos tres días de su vida debía acabar con una banda de guerrilleros en las montañas de Segovia. La fotografía recorrería el mundo como un icono de la revolución. Pero la realidad era otra.
Castro, siempre que pudo, declaró su admiración por el realismo de Hemingway, por su prosa convincente, llena de matices, al servicio de una obra “que es una firme defensa de los derechos humanos” y que “aprendí la guerra de guerrillas leyendo Por quién doblan las campanas”. Y en un reportaje reciente, con motivo de conmemorarse el centenario del nacimiento del escritor, le comenta al documentalista cubano Norberto Fuentes (uno de los más calificados investigadores sobre la vida de Hemingway) las opiniones negativas de Hemingway sobre la Revolución Cubana: “Creo haber leído algo al respecto sobre declaraciones de Hemingway en círculos privados con expresiones desfavorables hacia nuestro proceso. Es cierto que las fuentes de donde proceden son poco confiables. Y es cierto también que la actitud política asumida en público por Hemingway fue de defensa de nuestra revolución. No obstante, hay que comprender que para Hemingway era una situación difícil. Su país se hallaba en conflicto con el nuestro. En realidad no era fácil para nadie. Pero ahí están sus declaraciones, el apoyo que nos brindó. Ahora bien, y esto me interesa aclararlo mucho: si él hubiera criticado con más o menos aspereza nuestro proceso, eso no lo hubiera demeritado ante nosotros en absoluto. Lo seguiríamos apreciando igual. Porque era un hombre muy inteligente y su competencia como observador de la política internacional era ampliamente reconocida. Así que sus apreciaciones hubieran sido de una utilidad indudable”.
Zoé Valdés, la narradora cubana que escribió toda su obra en el exterior de la isla, sintetiza así la relación: “Hemingway odiaba a Batista y Castro le era poco simpático. A Castro, Hemingway le parecía un buen escritor, pero se cansó de decir que era un yanqui cagón”. Más allá de lo anecdótico, es sabido que Hemingway guardaba por Castro un marcado rencor por la muerte de Manolo Castro, su amigo personal desde la época de la Guerra Civil Española. La historia se remonta al año 1946. Por entonces Fidel era un joven estudiante que buscaba apoyo para convertirse en líder de la Escuela de Leyes de La Habana. Tratando de lograr un acercamiento con Manuel Castro, se pelea con Leonel Gómez, un dirigente estudiantil de las Escuelas Secundarias opositor a Manolo Castro. Fidel hiere a Leonel de un balazo en el abdomen, pero éste milagrosamente se salva. Y Manolo Castro, lejos de apoyar el gesto, le manda un mensaje a Fidel a través de José de Jesús Ginjaume: “Dile a ese tipo que no voy a apoyar a un mierda para presidente de Derecho”. Sin sustento de Manolo Castro y Rolando Masferrer, otro veterano de la Guerra Civil Española, Castro veía desvanecer su intención de incorporarse al Movimiento Socialista Revolucionario (MSR), por eso se acerca a José de Jesús Ginjaume (anticomunista y paracaidista durante la Segunda Guerra Mundial) y a Emilio Tro, otro personaje siniestro que lo protege y perdona por su malograda pelea con Rolando Masferrer. Poco después ocurriría el asesinato de Emilio Tro (el 15 de setiembre de 1947) y la muerte de Manolo Castro (el 22 de febrero de 1948), cuando un grupo de malhechores de la UIR serían los encargados de acribillarlo a balazos en una calle de La Habana Vieja. Lo concreto es que Fidel no mató a Manolo, pero Hemingway siempre le atribuyó la autoría intelectual. Nunca pudieron aclarar el entredicho. Lo más probable es que ninguno de los dos hubiera dado el brazo a torcer. A Castro no le pareció oportuno tratar el tema en el único encuentro que tuvieron y “Papa”, reconocido soberbio, jamás hubiera tomado la iniciativa. Pero como respuesta a su descreimiento, Hemingway escribió “The shot”, un relato donde recurre a su conocida técnica de utilizar a personas de la vida real y enmascararlas literariamente (en este caso, el asesino del cuento era fácilmente reconocible como Fidel). El cuento permanecería inédito largo tiempo: fue incorporado post mortem a la antología Los años violentos, por el editor Aaron Hotchner.

EL COMANDANTE DEBE MORIR
Cuando John Fitzgerald Kennedy asume la presidencia de Estados Unidos, a fines de enero de 1961, en sus planes está más que presente el “dilema cubano”. El 12 de ese mes, el gobernante había invitado a Hemingway a la ceremonia de investidura presidencial. Unos meses antes, por consejo del doctor George Saviers, el editor Aaron Hotchner y Mary Welsh (su cuarta y última esposa), se interna al escritor en la clínica Mayo de Rochester, Minnesota. Ingresado con el nombre falso de su médico, bajo pretexto de un tratamiento por hipertensión, en realidad fue sometido a traumáticas sesiones de electroshock dos veces por semana. Al salir era otra persona. La invitación del flamante presidente llegó cuando Hemingway luchaba en franca desventaja contra el fantasma de la muerte. La madrugada del 2 de julio “Papa” terminaría con su vida y la de su propio personaje, usando una escopeta Boss, calibre 12, comprada en Abercrombie & Fitch’s de Nueva York.
En noviembre de 1961, el brigadier general Edward Landsdale, por solicitud del presidente y de su hermano el fiscal general Robert Kennedy, llama a una reunión a McGeorge Bundy (consejero de Seguridad Nacional), John McCone (director de la CIA), al general Maxwell Taylor (consejero militar del presidente), al general Lyman Limnitzer (presidente de la Junta de los Jefes de Equipo) y a los diputados Roswell Gilpatrick y Alexis Johson (del Departamento de Defensa y de Estado respectivamente). En ese cónclave se discutirían los lineamientos de la Operación Mongoose (“mangosta”, el mamífero que en el antiguo Egipto era considerado sagrado por ser el principal destructor de los huevos del cocodrilo), cuyo objeto era asesinar a Fidel Castro en Finca Vigía, la casa que perteneciera a Hemingway en Cuba. Kennedy estaba empecinado en destruir a Castro. Acababa de sufrir un terrible revés en Playa Girón (nombre con que los cubanos recuerdan la fallida invasión en Bahía de Cochinos de una fuerza integrada por 1500 exiliados cubanos apoyados porlos marines y entrenados por la CIA, cuya misión era derrocar al gobierno de Castro). Con el fracaso, Kennedy quedaba para el mundo como el agresor que de manera soberbia se había reído de las Naciones Unidas y la OEA. Y su desmedido optimismo en cuanto a la baja moral de los comunistas lo convertía en un novato en el arte de la guerra. A Castro, en cambio, lo catapultó al mayor triunfo de su vida política. La derrota de Bahía de Cochinos le creó a Kennedy dos inconvenientes: 1) los 1400 hombres tomados como rehenes y encarcelados en la isla (que se sumaban a los 250 cubanos que perdieron la vida durante los bombardeos); y 2) el avance soviético, que poco después se confirmaría para alarma del gobierno norteamericano: 40.000 soldados y técnicos rusos trabajando en la construcción de bases militares con rampas de lanzamiento de misiles que apuntaban a territorio estadounidense.
Según el memorándum de archivo del brigadier Landsdale (calificado de “altamente secreto” y dado a conocer 39 años después por los periodistas Dawid Corn y Gus Ruso, en el semanario The Nation, cuando el Tribunal de Revisión de Archivos ya lo había declarado caduco), la Operación Mangosta tenía varias etapas. Para que todas pudieran cumplirse se necesitaba el apoyo de grupos comandos anticastristas y la colaboración de alguien sobre quien no se reconociera dudas. Esa persona era Mary Welsh, la viuda de Ernest Hemingway. Según el memorándum, Kennedy, su hermano Robert y Landsdale acuerdan lanzar la cruzada el 16 de marzo de 1962, en el Salón Oval de la Casa Blanca. Un mes después, el 29 de abril, el presidente y su esposa Jacqueline agasajan a todos los norteamericanos vivos o descendientes, ganadores del Premio Nobel. Mary Welsh asiste en representación de Hemingway y Bobby Kennedy prácticamente la “secuestra”, fingiendo estar interesado en Ernest y en la casa en Cuba. Fue tal el acoso que sufrió la viuda que se marchó llorando del lugar. Todos creyeron que sus lágrimas se debían al recuerdo y el fiscal general se encargó de reafirmarlo. En realidad, Bobby quería chequear la veracidad de un comentario de Mary sobre Fidel Castro, cuyo origen real era Ed Murrow, un periodista que trabajaba en la Agencia de Información de Estados Unidos. Siempre de acuerdo con las versiones, el comandante estaba bebiendo demasiado... ¡Vaya novedad! Lo que sí era significativo, en cambio, era el viaje que Mary Welsh había realizado ocho meses atrás a la isla. Muerto Ernest, su esposa decidió trasladarse a Cuba para levantar las pertenencias que todavía quedaban en Finca Vigía. Poco antes de abandonar Ketchum, Mary había recibido la llamada de un representante cubano (detectada por la CIA), quien le expresó el deseo del Comandante de transformar la residencia en museo. Welsh acudió al periodista William Wallon, amigo cercano del presidente Kennedy, para que por su intermedio se la autorizara a salir del país (a pesar de tener inmunidad diplomática y ser la esposa de Hemingway, Welsh no estaba exenta del seguimiento que se realizaba a todos los estadounidenses que visitaban Cuba). Con la aprobación en mano, partió junto a Valerie Danby-Smith, corresponsal de una agencia de noticias belga que había conocido a Ernest cuando tenía 19 años en una entrevista y de la cual Hemingway se había enamorado, a tal punto que le propuso matrimonio obviando su situación marital. Ante la negativa de la corresponsal, contrató sus servicios como asistente. Al morir Hemingway, la periodista continuó ligada a la familia, al casarse con Gregory, el menor de los hijos de Ernest. Un par de años después se distanció de Gregory, pero su amistad con Mary continuó.
Al partir ambas a la isla, no se imaginaban que iban a recibir una visita inesperada de Fidel Castro. Ése era el interés excluyente de Bobby cuando acosó a la viuda de Hemingway durante aquella velada en la Casa Blanca.

LA MANGOSTA POR LA CULATA
Mary Welsh y Valerie Danby-Smith se encontraron al llegar a Finca Vigía con una canasta de frutas y un enorme ramo de flores con la siguiente leyenda: “El Comandante las saluda con sincero placer”. Tres días después, manejando un jeep destartalado, el propio Castro se presentó en la mansión. Mary le ofreció un café y en tono informal hablaron sobre la transferencia. Fidel le recordó a Mary su encuentro con Ernest, su admiración por la obra de “Papa” y el deseo de conocer la torre donde escribía. Mary lo guió sin confesarle que Hemingway odiaba aquel mirador porque jamás pudo escribir una línea allí. Le sorprendió la libertad con que se movía Castro. En sus memorias, comenta la falta de seguridad que rodeaba los movimientos de Fidel y la escasa guardia que lo acompañaba. Valerie, en afirmaciones posteriores, recordó: “Mary pensaba que cualquier otro líder hubiera ordenado a sus asistentes subir antes que él a la torre para asegurarse de que estaba todo en orden. Ese mirador era un lugar ideal para matar a Castro. Ella repararía en eso en muchas ocasiones”.
El acuerdo se cerró satisfactoriamente. Mary personalmente descartó muchos objetos y cartas que hoy serían de enorme valor y dispuso con las autoridades cubanas el envío a Estados Unidos de aquello que la viuda quería llevarse. Veinte días después, un barco camaronero que se dirigía a Tampa para ser reparado descargó en Miami las pertenencias de Ernest Hemingway. En la práctica se cerraba un ciclo. Sin embargo, con todos estos datos recolectados bajo cuerda, el brigadier Landsdale, Robert Kennedy y el presidente pergeñaron y pusieron en marcha la Operación Mangosta.
Era sabido que Bobby Kennedy era el encargado de los contactos de Camelot con la mafia. El vínculo entre gobierno y hampa en asuntos de Estado no era nada nuevo: durante la Segunda Guerra, el gobierno supo recibir con los brazos abiertos la cooperación de Lucky Luciano para el desembarco aliado en Sicilia. Ahora, el pacto tenía como blanco a Cuba y a su líder. La idea era combinar el apoyo de comandos anticastristas, los servicios de inteligencia, el contacto de la mafia y el casi seguro acuerdo con Mary Welsh, para asesinar a Fidel en Finca Vigía. Sólo había que convencer a la viuda para que “viaje de nuevo a la isla a ver cómo funciona el museo”. Castro seguramente aprovecharía para visitarla y un grupo rebelde estaría apostado allí para matar al comandante. La falta de seguridad institucional en la isla permitiría a Estados Unidos invadir el territorio para garantizar el orden.
En el verano de 1962, la Casa Blanca estaba completamente dispuesta a llevar a cabo la Operación Mangosta. El proyecto se dilataba sólo porque algunos de los integrantes del complot aseguraban que Mary Welsh no aceptaría ser utilizada. Kennedy no podía permitirse otro fracaso cubano: sería visto como su fin político. Por su parte, la mafia exigía ciertas condiciones y pactos económicos demasiado leoninos. En octubre de ese año, los servicios de espionaje aéreo advierten el emplazamiento de misiles apuntando a territorio norteamericano, Kennedy declara el alerta máximo. Pero la Operación Mangosta sufre otra postergación: matar a Castro en Cuba era como declarar la guerra. Con la Crisis de los Misiles Fidel volvió a ganarle la pulseada a Kennedy. La estrategia dejó como saldo que Estados Unidos levantara de la base de la OTAN en Turquía los misiles Júpiter que apuntaban a Rusia. A cambio, Castro devolvió a los prisioneros de Bahía de Cochinos después de dos años de cautiverio. En su afán por mantener firmeza ante la opinión pública, Kennedy recibió en Miami a la Brigada 2506, levantó la bandera cubana y prometió que la devolvería a una Cuba liberada. No pudo cumplir con su promesa ni con el deseo de ver muerto a Fidel.
Peter Kornbluh, un ex analista del Archivo de Seguridad Nacional estadounidense, especialista en documentos sobre Cuba, calificó a la Operación Mangosta como el “caso más cerrado de todos los intentos de asesinato a Castro que se han desclasificado”. El entonces secretario de Defensa Robert Mac Namara, que había sido invitado a la reunión cumbre del 16 de marzo de 1962 y se negó a asistir por estar en desacuerdo con Bob Kennedy, declaró, tiempo después de haber dejado su cargo, que “el asunto Mangosta era decididamente descabellado” y que matar al líder cubano era crear un mártir, lo que significaba un retroceso en la geopolítica de la región para los norteamericanos. Mary Welsh nunca llegó a enterarse de los planes, si bien se sintió utilizada (y, como relataría Valerie Danby Smith, “nunca hubiera participado de esta patraña”). Aun así, en los veinticinco años siguientes, los servicios de inteligencia de Cuba registraron más de quinientos atentados contra la vida de Castro. Entre las ideas alocadas que la CIA intentó implementar sin éxito, hoy se conocen unas cuantas, todas ellas más insensatas aun que la fallida Operación Mangosta. Por ejemplo: espolvorear los zapatos de Fidel con un químico que le causaría pérdida capilar (empezando por la barba) y cáncer de piel; usar pirotecnia de altísima tecnología para iluminar el cielo cubano y convencer al pueblo de que la segunda invasión estaba en marcha. Cuarenta años después de la fallida Operación Mangosta, los hermanos Kennedy descansan en Arlington, la mafia ítalo-norteamericana fue desplazada de su posición de poder por los carteles colombianos, la yakuza japonesa y la nueva mafia rusa. Y Fidel Castro, aun hipertenso y sin permiso para fumar ni beber, sigue con vida y rigiendo los destinos de Cuba.

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