Dom 21.03.2004
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CINE

Los tres mosqueteros

¿Qué hay detrás de esta película de humor en el Once que se llevó dos Osos en Berlín cuando todos esperaban verlos en manos de popes como Ken Loach, Theo Angelopoulos y Eric Rohmer, tiene el estreno garantizado en gran parte de Europa y va camino a Estados Unidos? Una de las conjunciones más afortunadas del cine argentino: Daniel Burman (el director que con 30 años y cuatro películas propone uno de los proyectos más sólidos, nítidos y promisorios del panorama local), Daniel Hendler (el uruguayo hace de cada actuación algo memorable) y Marcelo Birmajer (el escritor que ha hecho del judaísmo porteño una materia inagotable con la que moldear sus libros). El resultado: El abrazo partido, un milagro de humor judío cálido y a la vez burlón que ahora llega a Buenos Aires.

Por Cecilia Sosa

Un director de 30 años que llega a su cuarto film más ágil y afinado que nunca, el actor-uruguayo-del-momento que saca brillos a su karma de antihéroe balbuceante y de chico-que-actúa-de-sí-mismo, y un escritor neurótico e insoportable (lo dice él) pero capaz de asegurar que una historia funcione. Daniel Burman, Daniel Hendler y Marcelo Birmajer: la tríada que explica la alquimia casi perfecta de El abrazo partido, el film que logró algo inédito para el cine argentino: arrebatar dos Osos en el Festival de Berlín a directores como Ken Loach, Theo Angelopoulos y Eric Rohmer. ¿La clave? Una vez más (pero tal vez como nunca) puro humor judío, cálido y autoburlón, surgido de las entrañas mismas del barrio del Once.
Con la distribución asegurada en gran parte de Europa y encaminada en Estados Unidos, ovacionada en el preestreno del Festival de Mar del Plata y con fotos del presidente Néstor Kirchner estrechando la mano del director, El abrazo... se estrena el jueves y parece imposible imaginar algo que no conspire a su favor. Ahora que pasó la sorpresa (“Me dieron el Oso porque era peludo” –Hendler– o “Ganamos porque entre tanto subtítulo en alemán nadie pudo ver la película” –Hendler otra vez–), los aires en BD, la pujante productora de Burman y Diego Dubcovsly, no podrían ser más festivos. En la entrevista con Radar, Birmajer y Hendler se encuentran por primera vez. ¿Cómo puede ser?
Birmajer: Y... dicen que una actriz era tan estúpida que para que le dieran un buen papel se acostó con el guionista (risas)
Burman: Es normal. Cuando los autores dejan el proyecto, entra en una zona oscura donde no sabe muy bien qué pasa. A veces el resultado es feliz, otras no.
Pero resulta que Birmajer está encantado: no para de hablar de la singularidad de El abrazo, de su justa medida entre risa y llanto. Burman y Hendler, cachondean entre sí.
Burman: Hendler es el único judío que conozco que hizo dos Barmitzvá.
¡¿?!
Hendler: Padres divorciados: un Barmitzvá en Israel con madre, otro con padre en Montevideo.
Burman: También se circuncidó dos veces (risas)
¿Los tres están circuncidados?
Burman: Y... en mayor o en menor medida, sí.
Birmajer: Si querés, te podemos mostrar.

La señal
Luego del protagónico en Esperando el Mesías (2000), el pequeño papel en Todas las azafatas van al cielo (2002) y ahora El abrazo..., el encuentro Burman-Hendler ya tiene carácter legendario. Fue mucho antes de que Hendler inmortalizara a Walter, el chico de los ‘80 descongelado veinte años después que quería pagar el taxi en australes. Y antes también de 25 watts, el film uruguayo que sólo en Montevideo vieron 40 mil personas. Era 1998 y Burman acompañaba al cineasta Marco Bechis por los teatros uruguayos buscando actor para Garage Olimpo. Hendler hacía de “el Pajarito” en una versión local de El amateur.
Burman: Hendler estaba bien, pero no era nada del otro mundo.
Hendler: Quedaste maravillado.
Burman: No, me maravillé después.
Cuando terminó la obra, Bechis improvisó un casting con su camarita digital en un bar. Burman (que oficiaba de partenaire) hacía de judío, Hendler de nazi. Pero un hermano vino a buscarlo y el actor interrumpió la sesión. “¡Porque era Shabat!”, dice Burman. “No, no era Shabat, era Pesaj, la única festividad que festejaba mi abuelo. Y mi abuelo era todo”, retruca Hendler. El chico, que ahora tiene 28 años y un Oso de Plata, no consiguió el papel en la película de Bechis pero para Burman ésa fue la señal. Poco más de un año después lo convocó como protagonista de Esperando el Mesías. El mito dice que Hendler sólo dio el sí cuando descubrió en el guión la escena en el vestuario de Hebraica donde unos señores hablaban en iddish. “Yo no ganaba un mango como actor y la verdad es que estaba encantado. Pero a Burman le dije eso”, dice Hendler.
Ahora los danieles parecen conocerse de memoria. En El abrazo..., Burman logró convertir en arte eso que a Hendler le sale tan bien: cada balbuceo, tartamudeo o vacilación es atrapado y machacado hasta, por insistencia, despertar sus mejores brillos. (Atención: Hendler no balbucea pero sí pone ese tono de narrador en off tan Hendler.) Ya no hay crítico que no crea ver en Hendler el alter ego del director y hasta se llegó a comparar la dupla con Truffaut y Jean Pierre Lenoud. “Imposible –dice Burman–. El ego de Hendler es igual o más grande que el mío.”

Encontrados en el Once
Aún predestinado, el encuentro Burman-Birmajer se demoró. Su inclinación por el canon judaico ya aparecía en Un crisantemo estalla en Cincoesquinas (1996, la ópera prima de Burman) y El alma del diablo (1994, la novela de Birmajer), donde el humor rabínico comenzaba a destellar como obsesión. Birmajer escribió sus Historias de hombres casados y sus Nuevas historias de hombres casados (casi todos judíos) en su estudio en Ecuador y Valentín Gómez, y jura que no puede escribir una línea fuera de la zona. Burman nació en el Once, allí pasó su infancia, y allí volvió casi siempre que tuvo una cámara en la mano.
Birmajer: Iba al colegio Cornelio Saavedra con Néstor, el hermano de Daniel. Él tenía 2 años y nosotros 8. Para que no se involucrara en nuestro juego, lo poníamos delante de un televisor blanco y negro del tamaño de un puño que tenían los Burman. Siempre conservé la esperanza de que eso ayudara.
Burman: Me interesaba lo que hacía Marcelo pero recién lo llamé para esta película. Tenía la idea central (un padre que deja a su familia para ir a la guerra de Yom Kippur) pero la pieza fundamental la puso él (esa nueva verdad que trae al regreso). Es lo que le da el giro a la película.
Hendler: Justo la parte que no me gustó (risas).
El intercambio se dio con la velocidad de los que se entienden y logró que Burman, por primera vez en su carrera, respetara el 90 por ciento del guión.
Como locación, Burman eligió una galería en Lavalle entre Azcuénaga y Larrea, justo frente al templo, que estaba abandonada desde hacía 10 años y que fue reconstruida para la película. Allí cobraron vida los relatos de Birmajer que tantas resonancias a infancia despiertan en el director.
Burman: De los 8 a los 10 años hice siempre el mismo camino: salía del colegio y caminaba a Hebraica atravesando dos galerías. Entraba por un lado y salía por otro, una asociación de atajos que después me di cuenta que no era tal. Veía a la misma gente transformándose todo el tiempo, los negocios de telas que pasaban de una generación a otra. También tuve un efímero momento comercial. Cuando terminé la secundaria, me quería ir a vivir a Brasil y conocí un importador que traía paraguas automáticos, preservativos musicales, tarjetas de Navidad. Yo salía y vendía al por mayor. Una vez tenía en mi casa una entrega con 1440 tarjetas musicales. Y tipo 3 de la mañana se empezó a escuchar: Taratarata, tatarata... Toda mi familia se despertó pero nadie encontraba la tarjeta. Después apareció pero no podíamos hacer que dejaran de sonar. Terminamos destrozándola con un martillo. Yo la volví a poner en el montón. (En la película, la historia tiene dos homenajes: a encontrarlos.)

Mosqueteros de Hebraica
Los hilos que tiran para unir el triángulo parecen infinitos. Tres judíos con ascendencia polaca y un paso inevitable por Hebraica.
Hendler: En Montevideo, jugaba al básquet en Hebraica e iba a Macabi a la parte recreativa. Mucho majané (campamentos) y ataques de terroristas simulados. Todos los años llegaban unos atacantes: eran los viejos madrijim que venían a robarnos la bandera. Teníamos que hacer guardias nocturnas para protegerla. Nos pasábamos la noche en las negociaciones. Hasta había rehenes.
Birmajer: En Buenos Aires eso no pasaba, Hebraica de los ‘70 era mucho más civil. Yo iba a los grupos, estudiaba lucha grecorromana y empecé el curso para ser madrij. Pero no me dieron el puesto. Dijeron que tenía los objetivos confundidos. Tenían razón. Ahora me llaman para dar charlas. Hace dos años tuve que dar el discurso de graduación de los madrijim y empecé contando que me habían echado.
Burman: El Once para mí era un triángulo: mi casa, el colegio (uno público, 4 judíos sobre 26) y Hebraica. No me gustaban esas grandes competencias por las marcas de zapatillas pero Hebraica era como una isla segura. Yo hacía computación, karate, taller literario, natación.

Popstar judío
Para poblar la galería de su infancia, Burman decidió convocar a verdaderos negociantes del Once: llenó el barrio de volantes para un casting que se hizo en Hebraica y llevó 200 personas. “En Argentina hubo un movimiento de teatro iddish muy importante que después desapareció. Algunos se pusieron sus negocios, otros se hicieron odontólogos. Convocamos a los que por personalidad o estética tenían que estar. A veces hasta inventamos algún papel”, dice Burman.
¿Y los coreanos? (Una pareja de hermanos, encantadora, que en el film escapan de Corea para poder casarse.)
Burman: Salieron del casting. La historia me la mandaron ellos por mail.
Desde el atentado, filmar en el Once no es fácil. El equipo estuvo conectado con el personal de seguridad de los templos vecinos. Para desesperación de Hendler (que por el Once sólo le gustaba pasear y a lo sumo comprar alguna camiseta de fútbol), el rodaje se extendió durante seis semanas, 12 horas por día. Una de las fantasías era que la galería siguiera funcionando después de la película. Pero no se pudo. Lo que sí se obtuvo fue una cita en la AMIA. “Un homenaje, por los premios”, dice Birmajer. “¿Estás seguro?”, duda Hendler.

Jewcy o Leikaj
Lo judío está de moda, ya lo dijo la revista neoyorquina Time out. Que incluso inventó un término (lo jewcy) para describir esa reinvención irónica que hace la colectividad de sí misma para zambullirse en la cultura hedonista. ¿Una versión local del énfasis norteño? No, los chicos del Once siguen con un pie en la tradición. Sobre todo si es tan cálida, dulce y envolvente como la leikaj, la torta de miel de la mamá de Ariel que todos adoran en El abrazo...
Burman: Que ser judío esté de moda es una pavada. No hay un humor judío abstracto al que se le agregue algo argentino. Somos argentinos judíos que hacemos humor. Como ser de Boca o andar en kayak. Durante mucho tiempo hubo gente que se cambiaba el apellido, era más lindo ser Martínez que Walisky: repugnante. Lo que pasa es que ahora no te creman. Yo tengo ganas de hacer una película y la hago. Cuando termino me doy cuenta de que la hice en el Once y con Birmajer.
Birmajer: Es coherencia temática, no hay declamación. Cuando en mis cuentos la gente se casa no me imagino un cura, me imagino un rabino; fuia muy pocas ceremonias cristianas. Para hacer otra cosa me tendría que poner a pensar. Uno se puede convertir al judaísmo pero no puede salir. Eso es bancarse la identidad. Lo mismo con ser argentino.
Burman: A mí me dijeron muchas veces, ¿otra vez una película de judíos en Argentina?...
Birmajer: Y para colmo con viejas cantando. (Por Rosita Londner, la abuela de Ariel en El abrazo...)
¿Canta ella de verdad?
Burman: ¡Sí!, es la Cindy Lauper del iddish. Cantaba con el marido y tocaban en todas las capitales del mundo. Tenían un repertorio y un éxito increíbles. Pero cuando murió el marido dejó. Ahora volvió a cantar. (Consejo: ver la película y quedarse hasta el final de los títulos.)
Hendler: En Berlín, la película se exhibió en dos funciones: una a la mañana, subtitulada en inglés y con críticos de todo el mundo, y otra a la tarde, subtitulada en alemán, y con público en un 80 por ciento alemán. Y cuando llegó el “...Y después vinieron los nazis y mataron a todos”, el cine, a la mañana, se cagaba de risa. A la tarde hubo un silencio... Un amigo alemán me dijo después que no le resultaba ofensivo, pero que no se podía reír.
Antes de los Osos, la distribuidora alemana que preparaba el estreno local buscaba un lugar para presentar el film. A pedido de Burman se hizo en una sinagoga en el barrio judío de Berlín. Y se llenó.
Birmajer: ¿Qué comían? Me hubiera gustado estar.
Burman: De todo: varénikes, blintzes, knishes, pastrami...
Birmajer: ¿Pastrami caliente?

Dialogando con el Mesías
No hay duda: Esperando el Mesías y El abrazo partido dialogan entre sí. Mismo barrio (el Once, ¿cuál si no?), mismo nombre para el protagonista, y hasta aparecen Estela (Melina Petriella, la noviecita en Esperando y la ex novia en El abrazo...) y el entrañable Ramón (apenas con un cambio de peinado). Pero en la premiada por el jurado de la Berlinale todo se ve tanto más compacto y maduro. Dos escenas en paralelo: la entrevista laboral de Esperando... y la entrevista en la embajada polaca, cumbre de El abrazo partido.
Burman: Es una escena absolutamente autobiográfica: tengo el pasaporte polaco guardado acá. Cuando hace varios años, todos mis amigos se iban, empecé a pensar que me iba a quedar solo. Entonces leí que en el dos mil y pico Polonia iba a entrar en la comunidad. Me parecía imposible pero empecé a investigar los papeles de la abuela y el abuelo y tuve una primera entrevista en el consulado. Tenía la idea de que los polacos no eran muy amigos de los judíos pero nada más. Después descubrí que en el acta de matrimonio decía “Registro civil para judíos”. Y antes del nazismo... unos precursores, los tipos.
(Burman y Hendler se disputan las empanadas de jamón y queso.)

Iluminados por David
Ahora, el trío parece signado por la fortuna. Hendler logró lo que en su tierra parecía imposible: desplazar a Natalia Oreiro y a Osvaldo Laport. Cuando ganó el Oso de Plata, su foto apareció en el diario El País codo a codo con Milton Winnantz, el ciclista que recorrió el mundo montado en una bicicleta destartalada, el gran héroe uruguayo. El próximo festival de Toulouse le dedicará una retrospectiva. Burman también aprovechó para presentar en Berlín su nuevo proyecto sobre Raquel Liberman, una polaca judía envuelta en la mafia de Zwi Migdal, basada en el libro de Myrta Schalom. A Birmajer lo contrató una productora israelí para escribir el guión de una película. Y Hendler y Burman comparten una “cosita para fin de año”. Dicen y callan un proyecto que los reunirá a todos. Por estosdías, Hendler (que reniega del trailer de la película por ser “demasiado judío”) es buscado por una revista para una sesión de fotos con kipá. No está mal, si salen los tres.

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