Dom 23.05.2004
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HALLAZGOS

Entre tinieblas

Producida y actuada por Jodie Foster. Protagonizada por Kieran Culkin, hermano de Macauley y una revelación a quien la misma Foster compara con Robert Downey Jr. Dirigida por el debutante inglés Peter Care, con el gran Vincent D’Onofrio y basada en una novela iniciática cuyo autor murió a los 29 años. Llega directo a video The Dangerous Lives of Altar Boys, una modesta joya que se suma a la tradición de Elefante y Las vírgenes suicidas en el arte de retratar el encierro y la asfixia de la adolescencia. Esta vez, en un colegio católico.

Por Mariano Kairuz

Habrá sido un caso de mal timing. El asunto es que la película, cuyo estreno había sido largamente demorado, llegó a los cines norteamericanos a mediados de 2002. Y muchos no pudieron imaginarse otra cosa: con ese título, debía tener bastante que ver con las revelaciones de abuso infantil en la Iglesia que la prensa publicaba día a día. El título en cuestión es The Dangerous Lives of Altar Boys, y su traducción sería algo así como Las vidas peligrosas de los monaguillos, lo cual, es cierto, suena bastante más sugestivo y menos inocuo que el Chicos de vidas peligrosas con el que la película debut del director inglés Peter Care (veterano del videoclip, con varios R.E.M. y Depeche Mode en su haber), producida y coprotagonizada por Jodie Foster, acaba de llegar a los videoclubes locales sin pasar por los cines.
Esa confusión inicial sobre el título debió ser aclarada en al menos un par de entrevistas por Foster. “¿Pederastia? Perdón, pero tengo que reírme”, le dijo a un periodista la ex estrella preadolescente de Taxi Driver y Bugsy Malone, la directora de Mentes que brillan y Feriados en familia, la presencia más fuerte de las cada vez más escasas películas que pueden contarla en su reparto. The Dangerous Lives of Altar Boys es una adaptación de la novela homónima publicada originalmente en 1994, tres años después de la prematura muerte (a los 29, por cáncer) de su autor, Chris Fuhrman. Como el libro, la película sigue algunos episodios en las vidas de varios adolescentes en un pueblo sureño (Carolina del Norte en la película, Savannah, Georgia en la novela) a mediados de unos nada glam, nada swinging, años ‘70. Se centra especialmente en dos de ellos, Tim Sullivan y Francis Doyle (que suelen andar con otros dos amigos, menos protagónicos), y los espacios que logran encontrar o generar, para respirar un poco entre los espesos aires represivos que corren en sus respectivos hogares y en el Saint Agatha, el colegio católico al que asisten.

La vida a cuadros
Uno de los mayores aciertos de la película radica en su casting. Jodie Foster es la hermana Assumpta, una mujer estricta, devota y temerosa al comando de la escuela. Como el vital Tim aparece Kieran Culkin (hermano en la vida real y en la ficción de Macauley “Mi pobre angelito” Culkin), en un personaje que tiene algo del Igby Slocumb de Las locuras de Igby (Igby Goes Down, otra muy buena película reciente que también fue condenada al video) que tenía a su vez, en su protagonista, mucho de Holden Caufield. Culkin es algo mayor que la edad que representa en estas películas –ya pasa los 20– y Foster lo define menos como una promesa que como un muy buen actor intuitivo ya forjado, llegando a compararlo con Robert Downey Jr. A su lado, un poco más introvertido, está Francis, interpretado por Emile Hirsch, a quien se pudo ver en los cines en un film posterior estrenado por acá sin pena ni gloria bajo el poco imaginativo título de Lección de honor (una película con Kevin Kline taaan La sociedad de los poetas muertos que está necesariamente ligada a ésta en más de un sentido). Uno y otro son, respectivamente, el autodesignado “editor” y el principal dibujante y guionista de una serie de historietas donde cada uno de sus autores desarrolla un alter ego superheroico –superhéroes tipo Salón de la Justicia, con disfraz, tal vez capa y superpoderes animales o sobrenaturales–, que suele resolver por medios violentos y explosivos asuntos pendientes de la vida real. Es decir, que convierte, consecuentemente, a Sor Assumpta –con su pierna ortopédica y la motoneta en la que va y viene del colegio– en una supervillana de proporciones llamada Nunzilla.
La de los Altar Boys es claramente una historia de iniciación y es a Francis a quien le toca llevar la delantera en eso de los “ritos de pasaje”, al relacionarse sentimental y sexualmente con Margie Flynn (JenaMalone, una actriz que se viene especializando en adolescentes torturadas). La chica guarda un secreto oscuro y culposo que la asfixia, que la llevó al intento de suicidio y que no podrá menos que revelarle a su ¿novio? apenas empezada la relación. Es cosa seria, como lo son acá los lazos familiares, aunque de ellos se habla más de lo que se muestra, atisbándose sólo escenas domésticas frías, tomadas en brevedad o con la distancia del plano general.
La otra actuación adulta notable es la de Vincent D’Onofrio –un rostro ubicuo en parte del cine independiente yanqui, que se dio a conocer como Pyle en la Full Metal Jacket de Kubrick unos quince años atrás– como el padre Casey, un cura no tan devoto ni constreñido como la hermana Assumpta y al que –tal vez más fumón que fumador– siempre lo acompaña una nube de humo. Su personaje está probablemente más desencantado que otra cosa, pero no aportará la mirada liberada y carpe diem que fue tan de rigor en tanta película posterior a la citada La sociedad de los poetas muertos, con la que Altar Boys sí comparte la cuestionable inclusión de una tragedia en el final. Como si la adolescencia no fuera de por sí, sin ese tipo de sobresaltos y subrayados, una zona suficientemente siniestra a atravesar.
El pasaje a la adultez tampoco implica acá el abandono de las historietas. Los comics parecen seguir con los chicos hasta el final y más allá. Como las lecturas de William Blake –”un pensador peligroso”, según le espeta Assumpta a Tim justo después de confiscarle por la fuerza su ejemplar de Matrimonio del cielo y del infierno–. La devoción por el comic de los Altar Boys no se parece demasiado a esa apología un poco descerebrada que suele hacer Kevin Smith (el director de Dogma y Jay & Silent Bob Strike Back) en sus películas. Los dibujos de Tim lo revelan como un artista, canalizan angustias y expresan si no ideas al menos sentimientos. Aunque las animaciones con que está salpicada la película —que fueron encargadas a Todd McFarlane, el creador de Spawn– sean bastante espantosas. Están ahí, dijo Foster, para “dramatizar la histeria y la furia, expresar este mundo privado que los adultos desconocen y que las figuras de autoridad no entienden”. Y, en el peor de los casos, en video siempre se los puede adelantar en fast forward.

Y el huevo se rompió
Egg Pictures, la compañía de Jodie Foster que coprodujo la película, dejó de funcionar poco después de terminada The Dangerous Lives of Altar Boys. La actriz anunció que a partir de entonces sólo produciría aquellas películas que ella misma fuera a dirigir. No porque haya quedado disconforme con la película o con sus previsiblemente diminutos resultados comerciales. Por el contrario, la avaló hasta el final y hasta aseguró haberse involucrado de manera personal en ella: “Leí muchos libros sobre la adolescencia –dijo en un momento–. Quería hacer una película sobre esa edad porque fue la época más dura de mi vida. No sé si podría volver a atravesar los 14, 15 años otra vez. Fue una temporada oscura y profunda en la que me sentí –como todo adolescente– completamente incomprendida. Y no siento que las películas reflejen eso. Tienen esta idea de que las vidas de los adolescentes son huecas y despreocupadas”.
Mientras El cazador oculto sigue enarbolándose como la novela infilmable –y Salinger se asegura de que las cosas sigan como están–, películas como Elefante, Igby Goes Down, Ghost World (una con Scarlett “Perdidos en Tokio” Johansson y Thora Birch que puede verse en el cable), Donnie Darko (que por ahora no está ni siquiera en video), Las vírgenes suicidas y, finalmente, Chicos de vidas peligrosas –películas que, como Cuenta conmigo, con River Phoenix hace casi veinte años, expresan algo de esa angustia que corroe el alma púber (y no sólo)– ya están acá, aunque más no sea para un consumo discreto y limitado.

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