PERSONAJES > CARMEN CóRDOVA, PREMIO FONDO NACIONAL DE LAS ARTES A LA TRAYECTORIA EN ARQUITECTURA
Fue hija del escritor y crítico “Policho” Córdova Iturburu
y prima del Che. Criada en la gran tradición moderna de los años ‘30 y ‘40, Carmen Córdova brilló como
arquitecta, fue decana de la Facultad de Arquitectura
y a principios de los ‘90 impulsó tres de las carreras
que modernizaron el paisaje universitario local: Diseño
de Indumentaria y Textil, Imagen y Sonido y Diseño de Paisaje. Zoom sobre una sensibilidad moderna.
Días pasados, el Fondo Nacional
de las Artes entregó los premios 2004 a la trayectoria artística
en música, literatura, artes plásticas, cine y teatro y arquitectura.
Los recibieron –en sus respectivas áreas– Omar Moreno Palacios,
El Sexteto mayor, Ljerko Spiller, Juan José Saer, Osvaldo Bonet, David
J. Kohon (posmortem), Carlos Alonso y Carmen Córdova. En el caso de Córdova,
es oportuno decir que a la merecida distinción académica habría
que agregar una loa suplementaria a su coherencia profesional y vital.
Egresada de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA, Carmen Córdova
fue consejera por la mayoría en el Consejo Superior Universitario, luego
secretaria académica durante el decanato de Juan Manuel Borthagaray y,
por fin, decana ella misma a fines de los ‘80 y comienzos de los ‘90.
Impresos en el papel membretado del FNA, esos logros suenan laudatorios pero
olvidan una faceta que merece recordarse: la creación de carreras extra
arquitectónicas que Córdova propició desde su rol de secretaria
académica y luego de decana. Así, llevan su firma las cátedras
de Diseño de Indumentaria y Textil, la de Imagen y Sonido y la de Diseño
de Paisaje, vigentes hasta hoy y transitadas por miles de aspirantes jóvenes
que seguramente desconocen en qué cimientos se fundan sus quehaceres
e inquietudes actuales.
A comienzos de los años ‘90, cuando creó la carrera de diseño
de ropa, la propia Carmen Córdova debió soportar con humor las
bromas de sus colegas arquitectos, que le preguntaban con sorna si había
decidido cambiar los tableros de dibujo por máquinas de coser. Pero bajo
esas bromas quizás hubiera un reconocimiento a su perfil transgresor,
independiente a las transas políticas. En todo caso, Córdova edificó
su trayectoria según sus principios: “En religión y en política,
como en la cama, cada uno hace lo que quiere o lo que puede. Lo único
que quiero subrayar es que hasta que llegaron los milicos siempre fui alumna
o docente en la facultad, y que allí tuve la suerte de estudiar y trabajar
con gente talentosa y valiosa. Entre ellos hubo un personaje de culto para los
que recién empezábamos: Vladimiro Acosta, un innovador que me
deslumbró por su rigor e imaginación. Había estudiado compulsivamente
el asunto de la luz del sol en la vivienda. Inventó un sistema –Helios–
que regulaba el sol, y lo consagró como la versión argentina del
brise soleil, el sistema que Le Corbusier había inventado en Francia”,
recuerda Carmen.
Fue posiblemente ese contacto con Acosta lo que acercó a Córdova
a esa modernidad a la que la predestinaba –podría decirse–
su partida de nacimiento, firmada por su padre, el poeta, escritor y crítico
Policho Córdova Iturburu, y el propio Roberto Arlt. Era lógico,
entonces, que al franquear la entrada del FNA para la ceremonia de los premios,
Carmen, absorta en la famosa arquitectura racionalista originariamente edificada
sobre planos de Le Corbusier y luego construida por Bustillo (bajo la rigurosa
vigilancia de Victoria Ocampo), tropezara en la escalera y se rompiera un taco
aguja, demorando la ceremonia. “Posiblemente se debió a la impresión
de subir la misma escalera donde se exhibe la foto histórica de la fundación
de Sur, en 1931, que refleja caras que de chica veía constantemente en
mi casa: Norah Borges, su hermano Georgie, Guillermo de Torre, Eduardo Mallea,
Victoria Ocampo, María Rosa Oliver y Pedro Henríquez Ureña,
entre otros. Confieso que fue fuerte, como dicen los de ahora: toparme con esa
foto, la presencia de Sur y la casa donde me esperaba un premio... Me hizo trastrabillar.
Suerte que la buena gente de mantenimiento me arregló el taco roto con
un clavo oportuno y benéfico”, aclara Córdova.
Entusiasmos
La vida profesional de Carmen, para nada académica, empezó a forjarse
hace exactamente medio siglo. “En 1954, a punto de terminar mis estudios
en la facultad, entré a aprender dibujo y pintura enel taller de Pettoruti.
Ahí conocí a Horacio Baliero, que ya era arquitecto. Fue él
quien lideró más tarde la creación de una joven agrupación
de arquitectura moderna, la oam, designada con una minúscula militante.
Yo tuve el privilegio de formar parte de ella, y el de tener como referentes
a Tomás Maldonado, Alfredo Hlito y Enio Iomi, popes del recién
inaugurado arte concreto en Buenos Aires. Puedo decir que a partir de entonces
me convertí para siempre en lo que daría en llamar una chica moderna,
pensante, militante de la estética de Max Bill, un gurú insustituible
de la gute form en materia de ideas y de diseño. En aquel mítico
estudio ganamos muchos premios, en grupo o individuales, pero creo que el más
importante fue el que ganamos con Horacio Baliero en España, en 1974.
Fue para el Colegio Mayor Argentino en la ciudad universitaria de Madrid, al
que creo que volveré en estos días para ocuparme de su restauración.
¡El gobierno español lo declaró patrimonio a preservar!”,
se entusiasma Córdova.
Veintitantos años después, Córdova volvería a entusiasmarse
con otro proyecto: cimentar la cultura visual en las artes aplicadas creando
las nuevas carreras que cambiarían el paisaje universitario. “Intentaba
un viejo sueño: crear una suerte de Bauhaus rioplatense”, recuerda
Córdova. “No se pudo. Pero el proyecto tuvo de todos modos resultados
extraordinarios, que hoy son visibles en las multitudes que siguen esas carreras
y en la fiebre actual por vestir y vestirse de los diseñadores consagrados
o que despuntan.”
Ahora, mientras mantiene vivos los lazos con su trayectoria arquitectónica,
Carmen encara un proyecto distinto: escribir un libro sobre su padre, un personaje
clave de las artes y las letras del siglo XX en Buenos Aires. “Mi padre,
Cayetano Polinicio Córdova Iturburu, odiaba que lo llamaran por esos
nombres. Prefería el de Policho y firmaba Córdova Iturburu a secas.
Fue el centro de un entorno apasionante, de toda la bohemia intelectual y pensante
que sentó las bases de la vanguardia en la Argentina durante los años
‘20, ‘30 y ‘40. Entre los documentos que tengo de él
están las crónicas que dejó como corresponsal argentino
en la guerra civil española, adonde lo había enviado Natalio Botana
para que la cubriera para el diario Crítica”, anuncia Córdova.
Marcas y huellas
Córdova creció en un ámbito privilegiado de ideas estimulantes
y vanguardistas, además de transgresoras y libertarias. Esas marcas,
sumadas al gusto por el desenfado, seguramente las contrajo (aunque tamizadas,
en su caso) siendo chica, cuando vio a Norah Lange bailando desenfrenadamente
sobre las mesas, o cuando asistía al humor sutil e inteligente de Raúl
y Enrique González Tuñón, los amigos más queridos
de sus padres Policho y Carmen de la Serna, a su vez tía de un Ernestito
Guevara de la Serna que todavía ni soñaba con ser el Che. “Era
un año mayor que yo. Mi primo predilecto. De adolescentes me deslumbraba
recitándome de memoria los Veinte poemas de amor y una canción
desesperada”, se ríe.
Otras huellas de su sensibilidad moderna se descubren en su nada ostentoso departamento
frente al Botánico. Allí se aprecian la naturalidad con que ha
colgado un Pettorutti raro, figurativo, de 1913, junto a otros cuadros abstractos
del mismo pintor. O un Xul Solar ubicado sobre su cama monacal. Y una acuarela
de Norah Borges cerca de una silla Breuer. Más allá hay dos sillones
circulares chicos, diseño magistral de Horacio Baliero. Ilustrado y estimulante,
el lugar, que parece haber expulsado toda ley de mercado, seguramente marcó
también el camino de las tres hijas de Carmen Córdova: María,
videasta; Mercedes, psicóloga; y Carmen Baliero, consagrada cantante
y compositora.
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