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Domingo, 26 de junio de 2005

MúSICA > RY COODER RECUPERA UN PUEBLO PERDIDO

Barrio tal vez

A dieciocho años de su último álbum como solista, Ry Cooder está de regreso. Después del éxito en continuado de Buena Vista Social Club, juntó a varios mitos de la música chicana de Los Angeles para recuperar la historia de un barrio desaparecido (y olvidado) durante los años ’50: Chavez Ravine.

Por Martin Perez

A pesar de su imagen de trotamundos, de hombre capaz de ir a buscar la música allí donde se encuentre, Ry Cooder asegura que no le gusta mucho salir de su casa. Al menos eso es lo que dijo una y otra vez un par de semanas atrás, sentado en un hotel de Londres, dando una entrevista tras otra para todos los medios europeos. ¿El motivo? Acompañar la edición de su primer álbum como solista desde el olvidado Get Rhythm, el disco con el que, allá en 1987, supo dar por terminada su carrera solista. “Cuando el mundo real se inmiscuye en mis fantasías musicales, todo se viene abajo”, intentó explicarle a una periodista del periódico británico The Independent. “Eso fue algo que me molestó cuando edité mi primer disco. Y mirando aquella época con todo el tiempo que ha transcurrido, me doy cuenta que nunca me gustó mi sonido. Creo que las ideas a veces eran buenas, pero no había ningún contexto, se llevaban a cabo en el vacío. Pero tan pronto como empecé a tocar con otra gente, se terminó el problema.”

A los 68 años, con treinta y cinco años transcurridos desde su primer disco como solista pero cerca de cumplir las bodas de oro con la música, Cooder ha sido muchas cosas durante su larga y mítica carrera. Formó parte de la primera banda multirracial de Los Angeles junto a un joven Taj Mahal; integró la banda de Captain Beefheart; supo ponerle el Honky Tonk a la música de los Stones; y fue el primero de su generación en cruzar la frontera hacia el sur, al menos musicalmente. Todo eso entre muchas otras cosas. Sin embargo, el primer retrato estandarizado de Ry Cooder, el sonido que lo hizo reconocible ante el gran público, fue esa guitarra slide en la banda de sonido de París, Texas. Y, después de una larga carrera acompañando con su guitarra a personajes de la música mundial como el Flaco Jiménez, el guitarrista hawaiano Gabby Painuhi o el mali Ali Farka Toure, Cooder terminó de inmortalizar su figura para los no conversos al ser el responsable detrás del fenómeno del Buena Vista Social Club.

“Después de Cuba no supe bien qué hacer”, confesó Cooder. “Trabajé con algunos de los mejores músicos del mundo, pero mi papel ahí ya había terminado. Así que por un tiempo me sentí perdido. Y mientras tanto me solían llegar propuestas de todo tipo. Recibía muchos llamados. ¿Cuándo vas a venir a la Argentina?, me preguntaban, por ejemplo. La gente de Argentina está muy enojada con que no vengas. Recibía esta clase de comentarios. Fue una época muy loca”, le ejemplificó a la periodista británica Fiona Sturges. Pero, en vez de viajar a lugares tan exóticos como, ejem, Argentina, el trotamundo musical más casero de la world music decidió emprender un viaje al lugar más lejano posible sin salir de su propia ciudad. A un barrio mexicano de los años ‘50, llamado Chavez Ravine. Un pueblo que desapareció casi sin dejar rastros y al que, con la ayuda del último suspiro de mitos de la música chicana como los recientemente desaparecidos Lalo Guerrero y Don Tosti, Cooder acaba de traer de regreso a la conciencia de una ciudad que parecía haberlo olvidado.

Según confesó al Los Angeles Times, Ry Cooder nunca llegó a pisar las calles de Chavez Ravine. Pero recuerda haber alcanzado a observar con curiosidad desde la ventana del consultorio de un dentista, al que su madre lo llevó a la edad de ocho años, la populosa colina donde descansaban las casas del primer barrio chicano de Los Angeles antes de que fuesen demolidas para construir el estadio de béisbol de los Dodgers. “La primera vez que ese recuerdo regresó a mi mente fue cuatro años atrás, cuando visité una muestra de un fotógrafo llamado Don Normark, que fotografió el barrio durante casi todo 1949, sin saber que un par de años más tarde no quedaría ni un rastro de aquel universo que había inmortalizado”, recordó Cooder, que apenas salió de la muestra pensó en ponerse en contacto con Normark. Pero fue el fotógrafo quien se comunicó con él. Lo llamó para contarle que se había vuelto a poner en contacto con las familias que había fotografiado cincuenta años atrás, y quería que Cooder le pusiese música al documental para televisión que sería el fruto de ese encuentro.

“Lo primero que hice fue ir a visitar a Lalo Guerrero, que tenía 88 años y vivía en Palm Springs, y apenas le mencioné Chavez Ravine me dio tres canciones. Fue algo increíble.” Al ponerse a pensar cuál sería el siguiente paso de su búsqueda, Cooder contó que llamó a David Hidalgo, de Los Lobos, para pedirle el teléfono de un mito de la música chicana como Willie G., que lo alentó a seguir adelante. “Si Lalo o Willie me hubiesen desanimado, hubiese abandonado el proyecto inmediatamente. Pero como me alentaron, seguí recopilando historias y canciones.” Olvidado por la historia oficial de la ciudad de Los Angeles, la desaparición de Chavez Ravine fue un gran catalizador de la conciencia de la comunidad chicana de la ciudad, que hasta entonces nunca había construido un “nosotros”, según escribe el periodista Rubén Martínez, responsable del texto que acompaña el disco. Con los aportes de Lalo, Willie y Don Tosti, entre otros, Cooder completa en su nuevo disco, cantado en inglés y, muy especialmente, en castellano, lo que él llama “una mirada de 360 grados” sobre ese barrio que ya no está, y es como si nunca estuviese estado. Salvo por la música. “Si algo tiene groove y te gusta el sonido que tiene, eso es todo lo que necesitás”, dice Cooder. “Lo que sea o cómo se llame, es lo menos importante. Tu cuerpo de golpe está feliz, y estás siguiendo el groove, eso es lo que cuenta. Y lo que a mí me pasa es que yo no voy detrás de esa clase de sensaciones. Sólo tengo que esperar.

Al final, termina viniendo hacia mí.”

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