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Domingo, 25 de agosto de 2002

CINE 2

Harakiri

Bizarra y ultraviolenta, Batalla real –con el gran Kitano como protagonista– arremete con un tema escalofriante: la muerte masiva de adolescentes.

Por Mariano Kairuz

Dos películas recientemente llegadas de Japón retrataron la muerte adolescente en masa como ningún film norteamericano –ningún slasher, ninguna leyenda urbana, ningún Freddy– parece capaz de hacerlo. Una, Suicide club, que (des)proporcionó baldazos de sangre en el último Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, empezaba con una escena impresionante –una estación de subte, 54 púberes tomados de las manos– y seguía adelante con la historia de una banda de escolares que iban plegándose, inexplicablemente, a la poco simpática moda de quitarse la vida en grupo. La otra es Batalla real, un planteo bizarro, violentísimo e inédito (por mucho que se la compare con El señor de las moscas) dirigido por el septuagenario Kinji Fukasaku y protagonizado por Takeshi Kitano, al que acompañan unos cuarenta quinceañeros que el gobierno y las autoridades educativas, tras delegar en la juventud la responsabilidad por el colapso del país, los altos índices criminales y una desocupación del... ¡15 por ciento!, obliga a liquidarse entre ellos.
Basada en una exitosa novela de un tal Koshun Takami (cuya historia transcurría en un futuro alternativo en el que Japón no había perdido la Segunda Guerra), BR fue adaptada por Kenta Fukasaku, hijo de Kinji. Fukasaku padre (director de más de 60 largometrajes, incluyendo una célebre saga gangsteril) traza una analogía bastante precisa entre su propia adolescencia y la de los protagonistas de su película: “Al terminar la guerra, los de mi clase nos quedamos trabajando en una fábrica de municiones que había sido blanco recurrente de los bombardeos aliados. Fue allí donde aprendí lo que ocurre con la amistad cuando uno corre peligro de muerte. En julio de 1945 quedamos atrapados en medio del fuego de artillería. Hasta entonces los ataques habían sido aéreos, y uno se las arreglaba para escapar. Pero con la artillería no había salida. Era imposible correr o esconderse. Después del ataque, mi clase tuvo que ocuparse de los cadáveres. Y mientras levantaba brazos y piernas desmembrados, tuve una suerte de despertar: todo lo que me habían enseñado en la escuela de cómo Japón peleaba la guerra para conseguir la paz mundial era un montón de mentiras. No se podía confiar en los adultos. Las emociones que experimenté entonces –un odio irracional por las fuerzas ocultas que nos habían llevado hasta esas circunstancias, una hostilidad venenosa hacia los adultos– fueron el punto de partida de todos mis films. Mucha gente muere de manera terrible en mis películas. Pero los hago de esta manera porque no creo que nadie pueda creer en ellas, ni quererlas de ninguna otra manera.”
Fukasaku insiste: “Lo que muestra BR es que los adultos han perdido la confianza en sí mismos. En el pasado también había violencia, pero tenía sus razones: lo que desencadenó la criminalidad durante la reconstrucción de la posguerra fue la brecha entre ricos y pobres. Pero esa lógica ya nose aplica, y hoy los adultos no saben qué hacer. Desde el colapso de la economía, los mismos que trabajaron tan duro para reconstruir el país se encontraron en una posición muy difícil. Y los niños crecidos en ese período también sufrieron la ansiedad de los adultos, que los veían como a seres sobrenaturales y tenían la impresión de que los crímenes no tenían ninguna motivación. Así que ubiqué el film en un contexto de chicos contra adultos”. El escándalo sobrevino antes de que el film se estrenara en Japón: en una movida demagógica, representantes parlamentarios del Partido Demócrata Liberal llegaron a reclamar su prohibición por “incitar al crimen y la destrucción del orden”. “Es muy fácil para los medios y las autoridades echarles la culpa a la televisión y las películas”, se enoja el realizador, “pero la película es como un cuento de hadas. Los niños, que son mucho más inteligentes de lo que los adultos piensan, ven estas películas como ficción. La próxima me gustaría hacerla sobre gente joven. Quisiera que fuera otra fábula, pero no linda ni límpida. Las fábulas pueden ser bien oscuras”.

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