Dom 16.09.2007
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REPERCUSIONES > INLAND EMPIRE, DE DAVID LYNCH: DE ESO NO SE HABLA

¿Me entiende?

› Por Mariana Enriquez

El veredicto ya es lugar común: en la nueva película de David Lynch, Inland Empire, no se entiende nada. O bien, para entenderla, hay que munirse de manuales de técnica, historia del cine y surrealismo. O habrá que resignarse a que es una locura incomprensible y dejarse llevar por una experiencia visual estremecedora, lisérgica.

Habría que preguntarse si entender es tan relevante cuando se trata de ponerse frente a la obra de un artista como David Lynch. Pero el problema es otro. Porque en este caso todo lo que hace falta para entender es olvidar las formalidades y sentir empatía con el personaje principal. Que es una mujer indefensa. Aterrorizada. Una mujer en la que se reconocerán todas las mujeres que la vean; porque cuando Laura Dern –extraordinaria, valiente– cuenta que, al llegar ella de trabajar, agotada, un hombre la espera en la puerta de su casa con un fierro en la mano, lo que está contando es un miedo atávico que sólo otra mujer puede entender: esa sugestión de escuchar pasos detrás en una calle vacía a las tres de la mañana; ese hombre con la bragueta desprendida que se esconde detrás de un árbol; ese otro que de pronto "se revela", como le hace decir Lynch a Dern, que se "muestra" y deja de ser un amante y un protector para convertirse en un demonio de celos y violencia, que no quiere penetrar sino herir, que no quiere besar, quiere morder. Inland Empire se trata de una mujer que siente –¡y no se equivoca!– que ningún lugar es seguro. Dern grita, caminando por Sunset Boulevard, que tiene miedo. Y eso a pesar de que tiene en su poder un destornillador, arma con la que se defendió de un hombre siniestro que se asomaba desde atrás de un árbol con una lamparita roja en la boca. Ella se muere de miedo y toma el destornillador y escapa. Y le tiene miedo porque esa lamparita roja es el símbolo urbano de la lujuria. Y porque ese hombre, como casi todos los hombres que aparecen en Inland Empire, quiere violarla, poseerla, quebrarla, despojarla. Ella puede y sabe defenderse, ella no es una víctima, pero sencillamente no tiene tanto poder. No tiene el poder de su marido, que le dice a su compañero de trabajo, potencial seductor: "Mi esposa no es libre. Está atada. Nos tomamos las ataduras del matrimonio en serio. Las acciones tienen consecuencias". Tampoco tiene el poder de una suerte de psiquiatra que la observa y la escucha, pero finalmente la "entrega" por teléfono.

Acompañan al personaje de Dern –que es muchas mujeres en una– sus "amigas" prostitutas: podría interpretarse que en realidad las chicas son presencias fantasmales de mujeres víctimas de la violencia. Hay muchas otras mujeres fantasma, como esa bella prostituta polaca que se aparece llorando en una mesa, entre hombres.

El gran final musical –se puede contar porque es una coda que no se relaciona directamente con la trama– es un cielo de mujeres con música de Nina Simone, donde se acumulan las chicas muertas: las prostitutas ya mencionadas, otra que murió por un "agujero en la vagina" que le llegaba hasta el intestino, y, tirando besos, Laura Harring, la morocha de Mulholland Drive –que, sabemos, está muerta–. Si Fuego camina conmigo es una película sobre el abuso infantil, Inland Empire es una película sobre la violencia contra las mujeres, o sobre la indefensión de las mujeres. Y es una gran obra de nuestro tiempo sobre el tema, compañera de 2666 de Roberto Bolaño, que causa el mismo efecto espeluznante y emotivo cuando se dedica a los crímenes de las mujeres de Santa Teresa/Ciudad Juárez. Inland Empire, además, sólo puede ser el trabajo de un artista que intuye más de lo que sabe, que tantea y desespera, pero tiene el corazón en el lugar correcto.

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