Dom 11.11.2007
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MúSICA > LHASA, FINALMENTE EDITADA EN LA ARGENTINA

La lágrima me habla

Hace exactamente diez años, una cantante hija de padre mexicano y madre norteamericana, apenas conocida por sus presentaciones en los bares de Montreal, editó La llorona y se convirtió en un preciado secreto que corrió de boca en boca hasta vender cientos de miles de discos. Ahora, aquel puñado de canciones sobre esa legendaria alma en pena que hipnotiza con su sonido, finalmente es editado en la Argentina.

› Por Natali Schejtman

Era casi cantado: la entrevista a una cantante que hace del nomadismo sonoro su sinuosa carta de presentación, se hace por vía telefónica, acentuando ese sonido burbujeante e inubicable que sale de sus discos como la lava de un incierto volcán de Marte. Se trata de Lhasa, la mujer de 35 años que irrumpió en la escena mundial hace 10 con La llorona (recién editado en la Argentina). El lugar desde donde llega esa voz es Montreal, una ciudad con la que su dueña estableció un romance rotundo pero intermitente poco antes de cumplir los veinte años.

De madre americana y padre mexicano, hija crecida entre uno y otro país, Lhasa tuvo con La llorona una premiada carta de presentación en el mundo y despertó fanatismos y devociones, hipnotizados por su voz cargada, el acento siempre un poco desfasado, el imaginario anacrónico, perfumado y mitológico, y esas canciones cantadas como desde un lugar paradisíaco, pero después de que algo saliera no demasiado bien.

La llorona, como nombre propio, es la leyenda azteca de una mujer hermosa, errante y en pena a la que le robaron o mataron a sus hijos (o tuvo que ahogarlos ella: hay muchas versiones), y que por venganza atrae y embruja a los hombres con gemidos desoladores; los mexicanos todavía le tienen miedo y la misma Lhasa la recuerda como un espíritu ominoso que podía aparecérsele en las calles desiertas. Eso fue durante la niñez, un período plagado de viajes en los que ella fecha su afición por el sentimiento nostálgico, la tragedia y las canciones tristes. Aquellos años marcaron sus inicios en la música: empezó a cantar a los 13, y a los 19 ya había emigrado a Montreal para cantar en bares con el guitarrista y productor Yves Desroslers y gestar entonces La llorona, un disco de boleros flotantes cantado en castellano, si bien ella piensa y sueña en inglés, que cuenta historias épicas y de sonido tradicional —influencias de Chavela Vargas, Cuco Sánchez y la canción popular mexicana mediante—- sobre una madre esclava y su hija encadenada a un “vil señor”, una virgen sola con su hijo o una mujer enredada que arrastra sus desdichas, todas ellas siempre al borde del río (y del llanto, claro) con aves y peces a su alrededor: “Los mexicanos tienen un talento especial para la tristeza. Además de cantar canciones mexicanas, solía hacer en los bares versiones de Billie Holliday, que es una gran melancólica. Pero de a poco empecé a cantar más canciones mexicanas y menos canciones americanas y comenzamos a escribir buscando combinar elementos de la música que escuchábamos y amábamos. Así, poco a poco, comenzó a salir el sonido y el ambiente de estas canciones, y cuando comencé a ver lo que estaba saliendo, fue algo muy claro... eran todas canciones de lloronas”.

Una paradoja: mientras que estos temas son como exhalaciones llenas de dramatismo y contundencia, Lhasa hace foco en el tránsito constante, en el gesto de cantar en un idioma que, aunque maneja, no es tanto el suyo, y en los movimientos anclados en su propia vida desparramada: “Para mí el viaje es también metáfora de un viaje interior. Siempre he sido muy consciente de los dos tipos de viaje, de buscar un lugar en el mundo y de sentirse un poco como un satélite. Tiene que ver con las cosas que he vivido, con la persona que soy y con las preguntas que me hago”.

Una vez asentada en Montreal, Lhasa decidió pasar cuatro años en Francia, donde se sumó como cantante a la compañía de circo de sus hermanas e interactuó con diversas disciplinas conectadas. Pero después volvió, con más convicción que nunca, a la música pura y a la ciudad bilingüe. Desde allí, recuerda ahora el momento en que armó La llorona —del que ella destaca “la inocencia con la que fue hecho”— y asume la dificultad de ubicarlo espacial y temporalmente. Ese es sin duda uno de sus atractivos: “En ese momento quería hacer algo un poco fuera del tiempo, que se alimentara del pasado pero que no hubiera sido posible hace cincuenta años. Algo sutilmente moderno. Creo que cuando algo es bello lo es para siempre, y yo no puedo ser otra que una persona del presente”. Vuelta de Francia, concretó su segundo disco, The living road, con canciones en inglés, francés y castellano, no tan trágico en la voz, con menos picos rítmicos a pesar de la delicada intrusión de percusiones multiculturales y un coqueteo intenso tanto con los vientos mariachis como con la chanson française, pero sin emulación, preciosismo o sabor a cover. Más bien, este segundo disco fue la consolidación de su personalísima relación con las lenguas —como lugares de pertenencia y de nostalgia por su falta— para cantar sobre el tema recurrente del camino, los transportes y la frontera.

Ahora prepara su tercer disco, en el que quiere “relajar” todavía más la voz y, ahora sí, cantar íntegramente en inglés: “En La llorona el español me dio una libertad emocional increíble, era como el instrumento perfecto para decir lo que quería decir, para cantar de la manera que quería cantar. Cuando hice mi segundo disco fue un riesgo para mí desnudarme en inglés, pero tenía que incluir mi realidad de todos los días para seguir cantando y sentir que estaba haciendo algo honesto. Y ahora tengo muchas ganas de hacerlo”.

Más allá de esta intención de asentarse, probablemente Lhasa no pueda abandonar el merodeo escurridizo y la búsqueda de ciertas firmezas que, además, se han convertido en temas de rutilante actualidad: “Creo que estamos viviendo una época de mucha incertidumbre, el mundo está cambiando muy rápidamente. Para mí es necesario buscar una raíz, pero no una raíz exactamente cultural, sino más bien una raíz humana. Hoy vivimos una situación muy rara, flotante, incluso en las relaciones entre hombres y mujeres, somos una generación que no tiene ejemplos. Eso es lo que soy, pero al mismo tiempo me da ganas de buscar en otros tiempos las cosas que han existido, para sentirme un poco menos perdida”.

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