PERSONAJES > MICHELLE RODRIGUEZ, UNA LATINA DURA EN RáPIDO Y FURIOSO
› Por Mariana Enriquez
Cuando hizo su primer protagónico como la adolescente problemática Dina Guzman, que intenta descargar su agresividad en Girlfight (2000) de Karyn Kusama –una película sobre boxeadoras que es la versión áspera e indie de Million Dollar Baby– lo más impresionante de Michelle Rodriguez era su falta total de sonrisa y de complacencia y de cualquier lugar común de la feminidad. Más bien su sonrisa existía, pero estaba invertida: los labios curvados hacia abajo, en perpetuo gesto adusto, y la acompañaba una mirada torva bajo sus párpados pesados. Era hermosa y era sensual y era difícil. No había muchas chicas como ella. Le fue bien con Girlfight y, al mismo tiempo, quedó encasillada: desde entonces, Michelle Rodriguez es la latina dura, la que tiene oficios y profesiones de varón, la que sabe matar y pilotear y manejar y arreglar motores y atrapar asesinos. Y ella, a los 34 años, dice que sí, que está encasillada, y que fue su decisión. “Me ubicaron en ese lugar desde mi primera película y yo dejé que lo hicieran. Si hubiera querido algo diferente, hubiese hecho una película independiente sobre una chica que atraviesa experiencias terribles, o me hubiera ganado un premio por llorar después de una violación o hubiera interpretado a alguien con una enfermedad mental. Pero no estoy en esto para actuar. Estoy en Hollywood para entretener y para sentar posición: quiero representar el empoderamiento y la fuerza femenina. La verdad es que digo ‘no’ cuando me ofrecen papeles de noviecita o de la chica que es capturada. Yo no soy ésas.”
Michelle creció en una familia complicada, de diez hermanos; la madre, de República Dominicana, pertenece a los Testigos de Jehová. El padre, de Puerto Rico, es agnóstico y militar. Michelle vivió en Texas –donde nació–, en Santo Domingo, en San Juan y finalmente en Jersey City, donde empezó la secundaria, la expulsaron seis veces de diferentes colegios y finalmente abandonó. Poco después decidió irse a California. Su madre está disgustada con ella desde que es actriz. La considera una agente del demonio. Michelle le respondió haciendo de una mutante maligna en Resident Evil (2002), una de las tantas franquicias en la que es una estrella extraña, porque aunque sus películas son muy populares, ella siempre parece algo oculta, reservada, en segundo plano. No hay muchos que puedan asociar su rostro, su piel morena, su extraordinario cuerpo atlético a películas como Avatar, de James Cameron (pero estuvo ahí: es la piloto Trudy Chacón), por ejemplo. Quizá sea más recordada por su resentida y oscura policía en la serie Lost, la bravísima Ana Lucía Cortez. Michelle Rodriguez no es la latina glamorosa estilo Jennifer López, ni la delicia tropical de Jessica Alba ni el torbellino de sensualidad de la colombiana Sofía Vergara. Es la morocha turbia que sabe pelear y bailar. Es Luz, líder de un movimiento de ayuda a inmigrantes ilegales, que se camufla como vendedora de tacos en Machete, la brutal película de Robert Rodriguez con Danny Trejo, donde aparece desnuda y con el ojo cubierto por un parche negro. Y, sobre todo, es Letty, la mecánica y corredora y ladrona de Rápido y furioso, la película que en su sexta secuela acaba de estrenarse en Argentina y espera un promedio de un millón y medio de espectadores.
La nación fierrera y pistera es adicta a Rápido y furioso. En cada nueva entrega, sus fanas babean mucho más con cada nuevo auto, cada carrocería, cada motor –la saga es el paraíso del tuneo– antes que con Michelle, aunque ella, como mecánica cubierta de grasa, sea mucho, mucho más bella que las mujeres que aparecen desnudas en los calendarios del taller. Rápido y furioso es una saga entre tonta e incomprensible, pero hay que reconocerle que poniendo a Michelle Rodríguez como la heroína romántica, la pareja del musculoso protagonista Vin Diesel, les dieron una patada a todas las convenciones sobre cómo debe comportarse, verse y ser la chica del poster.
Michelle Rodriguez sabe que está en su mejor momento. La suma de la recaudación de sus películas da... tres mil millones de dólares (en el mundo entero: en Estados Unidos recaudaron mil millones, apenas). Sin embargo, acaba de anunciar que quiere retirarse. Dijo que ya está, que llegó a Hollywood para escribir, para ser guionista y que ahora, trece años después de su debut, ya tiene el dinero que puede comprarle el tiempo y la tranquilidad para hacer lo que realmente le gusta. Se sabe que está adaptando una película alemana llamada Bandits, road movie de mujeres presas que logran escaparse cuando salen del penal en una actividad extracarcelaria. Su otro proyecto es “sobre una familia” –quizás un guión inspirado en su infancia y adolescencia. Le contó estos planes a la revista Cosmopolitan justo después del estreno de Rápido y furioso, pero la decisión está por verse. Michelle Rodriguez es errática y tiene un halo autodestructivo: ya estuvo dos veces detenida por manejar borracha –la segunda vez, por violar su probation–, casi va a juicio por agarrarse a piñas con su compañera de cuarto cuando todavía no era una estrella, y suele pelearse con paparazzi que la persiguen para encontrarla con un novio o una novia: desde que empezó su carrera se la pasa asegurando que no es lesbiana y, al mismo tiempo, dejándose fotografiar de la mano con la rubia y altísima actriz Kristanna Loken. Las mujeres ya la eligieron como icono igual, ¿a quién le importa la verdad cuando se puede fantasear con arrancarle una sonrisa a la más dura de las chicas duras? Y su sonrisa, hay que decirlo, es esquiva y escasa, pero cuando aparece es un regalo, un fogonazo luminoso e inolvidable.
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