satira

Y el que puso dólares... ¡recibió dólares!

Por Rudy

¡Cuántos recuerdos, lector, cuántos recuerdos! Cuántos momentos fuertes, de esos que forjan amistades profundas, generan pasiones irrefrenables, unen a desconocidos, e incluso separan parejas, me vienen a la mente, al evocar los tiempos aquellos.

Eran tiempos de resistencia. ¿se acuerda, lector? Los bancos se resistían a darnos nuestro dinero, y la gente se resistía a reconocer que Discépolo estaba más vivo que nunca, y la yerba de ayer se había secado al sol, pero se la habían llevado a Europa, así que solamente nos quedaba un “yerba no hay”, que lejos de invitar a una siesta erótica, llevaba a la protesta resignada o resignificada, vaya uno a saber.

De qué le hablo, lector, de qué le hablo..., ¡vaaaaamos, no me va a decir que no se acuerda! ¡A ver, repita conmigo: “Quiero mis dólares, quiero mis dólares... quiero mis dólares”! Bien, bien, veo que su neurona sigue firme junto al pueblo, que usted no ha olvidado, que usted es de los que creen en el valor de las palabras, de los hechos y –por qué no decirlo– de los papeles.

¿Se acuerda, lector, de esos mediodías golpeando las puertas cerradas de los bancos? ¿Se acuerda de esas persianas metálicas bajas que se interponían entre usted, yo, y nuestros dineros, que de todas maneras ya no estaban allí, habían fugado hacia...? ¡Hacia el infinito y más allá!

Todos éramos más jóvenes, lector. El siglo, la década, el milenio recién comenzaban, y más de uno decía: “Para empezar así, mejor nos quedamos en el siglo/milenio pasado”. Y se iban a Europa, donde a pesar del discurso moderno seguían en el milenio pasado, el de la esperanza inmobiliaria globalizada (globalizada porque era un globo, claro). Que, quizá por la diferencia horaria –vaya uno a saberlo–, les estalló siete años después, más o menos para fin del 2008.

O se fueron a EE.UU., tierra natal de la verde moneda, donde habría guerra, pena de muerte y discriminación, pero por lo menos no había patacones ni lecops, y donde el que ponía dólares, recibía dólares...

En esos tiempos, una ley, llamada de “intangibilidad de los plazos fijos”, decidía que la plata era intocable, pero no especificaba quiénes eran los que no podían tocarla: parece que éramos nosotros, lector, los que no teníamos “derecho a roce” con nuestros dineros.

Muchas cosas han pasado, lector, en estos diez, casi once años. Y ahora, que “se termina de pagar” esa “extraña fiesta de los ’90” en la que la mayoría estábamos invitados pero para hacer de mozos, más de uno recordará esos tiempos con ira, o avaricia, envidia, soberbia, gula, pereza o incluso lujuria, pero no creo que nadie, pero nadie, sienta nostalgia.

Y nosotros, como siempre, decimos: “El que puso chistes, recibirá chistes”.

Hasta la semana que viene, lector.

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Sábado, 4 de agosto de 2012
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