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Viernes, 7 de octubre de 2011

Pabellón de hombres

 Por Juan Manuel Burgos

Una amiga está internada en el Hospital Clínicas de la ciudad de Córdoba y como es travesti la ubicaron en un pabellón titulado Hombres. Por la misma inhóspita razón sólo puede recibir visitas de acompañantes de "su mismo sexo". Ella es trabajadora sexual y luego de unos días de internación sus recursos comenzaron a escasear. Las organizaciones lgtb locales se encargaron de todo: agua oxigenada, gasas, algodones, suero y algunas cuantas publicaciones al respecto en gacetillas, fanzines y blogs sobre la precariedad travesti y la transfobia social.

El domingo pasado fuimos a visitarla con otra loca amiga y, como entendemos que no sólo de pan vive el hombre, resolvimos llevarle un botiquín de primera necesidad: maquinita de afeitar, base compacta, rubor, labial, toallitas húmedas, perfume Pasión gitana de Avon y un atado de cigarrillos. Contentos de presenciar cómo el color retornaba al pálido rostro de La Débora, nos dispusimos a encender la televisión.

ADN, la versión local y decadente del programa CQC, nos mostraba su informe sobre "cómo se colocan siliconas en Córdoba", más precisamente sobre "un travesti que coloca siliconas (...) de avión en barrio Bella Vista".

Carlos Hairabedian, el periodista (conocido como el abogado defensor de Arturo Benavides, acusado por la violación sistemática a Eli Díaz desde los 9 hasta los 19 años), advierte: "Pone siliconas hace 30 años, piense bien en el tiempo: cuántas personas pueden haber muerto en Córdoba sin que sepamos las verdaderas causas de su muerte, asociemos este tiempo con las muertes que ignoramos".

J. tiene cuarenta y cinco años y coloca siliconas desde hace treinta, es decir, desde los quince. En lugar de reflexionar sobre las necesidades que tienen las personas trans de intervenirse desde tan temprana edad, la desidia gubernamental, sobre la ilegalidad y criminalización a que están condenadas, el informe televisivo les advierte a las mujeres que no son trans sobre los riesgos que corren al exponerse como los travestis.

Varios de los médicos que no pueden hacer nada para sacar a mi amiga del pabellón de hombres (al igual que otros del hospital Rawson) sí han encontrado la forma de acercarse para ofrecerle intervenciones quirúrgicas en sus consultorios privados, pero claro que profesionales matriculados no son investigados con cámara oculta.

La Débora tiene siliconas desde los diecisiete, y jura frente al televisor que se las volvería a colocar, y que aun si fuera legal y gratuito, seguiría eligiendo a otras travestis para que la intervengan porque: "¿Quién va a saber más sobre tu cuerpo y tu pensamiento que otra trava?", dice desde su cama. "¿Me vas a decir que éstos saben más? Mirá cómo me tienen..."

Ojalá encontremos el modo de acompañar esos cuerpos, de respetarlos, celebrarlos, amarlos, desearlos, llorarlos; de respetar, celebrar, amar, desear, llorar nuestros cuerpos.

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