Dom 11.11.2007
turismo

NOTA DE TAPA

En la ría Deseado

Desde Puerto Deseado, una ciudad que aparece como un oasis en la esteparia costa patagónica, una excursión en lancha entre farallones volcánicos casi hasta la naciente de la ría Deseado, por donde el agua del mar entra y sale al ritmo de las mareas. Un reservorio natural de diversas especies y un paisaje desolado de extraña belleza que también exploró Charles Darwin. Y mar adentro, una navegación a isla Pingüino para conocer al exótico pingüino penacho amarillo.

› Por Julián Varsavsky

Puerto Deseado es una típica ciudad de la estepa patagónica con 15.000 habitantes, donde hay lugar de sobra para sus barrios de casas bajas y calles anchas. Se llega luego de recorrer más de 350 kilómetros de áridos paisajes, con desiertos pardos y grises casi sin vegetación. Tras una curva se ve, junto a la ciudad, la desembocadura en el mar de una ría color verde turquesa. Y a metros del centro de Puerto Deseado hay cañadones y acantilados del Jurásico, cuando las erupciones volcánicas de hace 150 millones de años cincelaron el árido paisaje, sepultando lo que era un paraíso de bosques selváticos donde habitaban los dinosaurios.

Desde Puerto Deseado, que a los ojos del visitante aparece como un oasis en la desolada estepa, se realizan varias excursiones que justifican una estadía de varios días, y dos de las más espectaculares son a la isla Pingüino y a los Miradores Darwin.

Aves de diversas especies pululan por el inhóspito paisaje de la ría Deseado.

El Arca de la Patagonia

Es uno de los paisajes más enigmáticos de la Patagonia, sugerente a tal punto que deslumbró a un experimentado viajero como Charles Darwin (ver recuadro). En su honor, justamente, al sector final de la ría Deseado –donde su curso de agua caracolea entre dos farallones volcánicos–, se lo denomina Miradores Darwin. El paisaje fue bosquejado por Chaffers, el dibujante que acompañó al famoso naturalista inglés, y su trabajo constituye un documento histórico que no deja dudas de que Darwin estuvo aquí en su viaje de “descubrimiento” de las leyes de la naturaleza.

La excursión de los Miradores Darwin se realiza en un gomón semirrígido con motor fuera de borda que parte desde el Club Náutico Capitán Oneto. En el primer tramo por la ría Deseado aparecen islas e islotes que albergan comunidades de especies marinas, entre ellas, diversas pingüineras, En algunas, sólo viven unas 120 parejas, mientras que en otras, como en la isla Chaffers, habitan unos 40 mil pingüinos junto con gaviotas cocineras, gaviotas grises y ostreros negros.

La lancha turística navega rumbo a los Miradores Darwin.

En la isla Elena está la Barranca de los cormoranes, un acantilado donde anidan más de 100 parejas de cormoranes grises, un ave endémica de Santa Cruz. También comparten estos acantilados rocosos con los cormoranes de “cuello negro”, que se sumergen hasta 40 metros bajo el agua para buscar alimento. Pero la especie menos común para los viajeros son los ejemplares blanquinegros de toninas overas que suelen pasar en pareja como flechas por debajo de la lancha, para salir más adelante a tomar aire. El primer desembarco se realiza en la “Isla de los Pájaros”, donde se disfruta del espectáculo de los pingüinos de Magallanes.

La ría Deseado es un caso único en Sudamérica de un río cuyo cauce se secó y entre sus márgenes acantiladas ingresó el mar. Al mismo tiempo, en su extremo oeste, desemboca el río Deseado, salvo en verano, cuando su cauce se seca. La ría mide 42 kilómetros y en sus profundidades viven algas gigantes y toda clase de peces, erizos, caracoles y cangrejos.

Una extraña barda triangular en medio de la ría Deseado acentúa el carácter único del paisaje.

Los miradores Darwin

En la excursión completa a los Miradores Darwin, la poderosa lancha se interna ría arriba, dejando atrás las islas e islotes, mientras el ancho del curso de agua se va angostando. A los costados, cada vez más cerca, se levantan farallones color tierra de distintas alturas.

A los pocos kilómetros ya casi no hay indicios de fauna alguna, ni tampoco de presencia humana. El panorama es sin dudas el mismo que vio Charles Darwin hace 165 años cuando trataba de dilucidar el origen de las especies: un paisaje desolado y árido, pero dueño de una extraña belleza que remite a escenarios de aura virginal, el lugar a donde uno vendría a buscar –inútilmente– la chispa original que encendió la rueda de la vida.

A medida que la lancha se aleja de la desembocadura, la ría no solamente se angosta, sino que su profundidad es cada vez más baja, a tal punto que la embarcación queda varada, acaso en el mismo lugar donde quedó varado Darwin. Pero esto no es problema, porque en apenas 10 minutos ya hay agua suficiente para encender los motores y seguir viaje. Luego de 3 horas de navegación se llega hasta una extraña barda triangular que se levanta en medio de la ría, el lugar más sugerente de la excursión. Allí se desembarca para explorar a pie los alrededores por un cañadón que conduce a una cueva con unas sorprendentes manos indias pintadas en las paredes, similares y acaso contemporáneas de aquellas más famosas de la Cueva de las Manos.

El pequeño y vistoso pingüino penacho amarillo.

Desde la orilla –y de arriba de un cerro–, es sorprendente ver cómo todo lo ancho de la base del cañón se llena con el agua de la ría, la cual hasta hace una hora era apenas un hilo de agua que impedía navegar. Y en muy pocas horas el paisaje cambiará otra vez.

En el camino de regreso –desandando los 42 kilómetros de la ida–, el guía cuenta que el primer hombre blanco que navegó la boca de la ría Deseado fue Hernando de Magallanes en su epopéyica primera vuelta al mundo. El navegante la “descubrió” buscando aguas calmas para escapar de una terrible tempestad. Unas décadas más tarde –el 17 de diciembre de 1586–, el corsario inglés Thomas Cavendish, al mando de tres naves, también entró en la ría Deseado para reparar sus embarcaciones y seguir viaje hacia el estrecho de Magallanes para llegar al Pacífico, en pos de arrebatarles a los españoles las riquezas que ellos les robaban a otros.

Hoy en día el paisaje de la ría permanece poco modificado por la presencia del hombre, casi tal como lo vieron los famosos navegantes, con su fauna bien protegida de la depredación del hombre, gracias a su lejanía y desolación.

En isla Pingüino, las aves revolotean en torno a un faro de 1903 en desuso. Fotos: Julian Varsavsky

Isla Pingüino

En Puerto Deseado está la única colonia del llamativo pingüino de penacho amarillo que hay en la costa patagónica. Una excursión en un bote semirrígido con motor fuera de borda lleva a los turistas hasta la Reserva Provincial Isla Pingüino, donde se puede ver una colonia de unos 400 ejemplares que despliegan sus nidos al resguardo de dos ocultos cañadones. Para observar en detalle la intimidad de estos simpáticos liliputienses, hay que descender de la embarcación –no sin cierto trabajo y solamente los días de buen tiempo– y caminar entre los nidos.

Este singular pingüino debe su nombre a una especie de penacho de plumas largas y amarillas que tiene sobre los ojos. Otro de sus rasgos distintivos son las fuertes uñas de sus patas y un poderoso pico rojo-anaranjado, con los que defiende su nido, picoteando a cualquier intruso que se acerque, ya sea pingüino, pájaro o turista inescrupuloso. Su porte es más bien pequeño: alcanza unos 40 centímetros de alto y pesa unos dos kilogramos. Un aspecto muy llamativo es su modo de andar a los saltitos entre roca y roca, en vez de caminar como las otras especies. La distribución mayoritaria del pingüino penacho amarillo está en las áreas subantárticas y en las islas Malvinas.

El “penacho amarillo” fue una de las especies más castigadas por el hombre en la Patagonia. En 1578, Francis Drake desembarcó en la isla Pingüino, donde se aprovisionó de huevos, grasa y carne de este pingüino. A mediados del siglo XIX los barcos balleneros europeos y norteamericanos llenaban barriles enteros con sus huevos y salaban su carne para consumirla en los viajes. Como la caza se tornó muy lucrativa, en apenas tres años fueran muertos a palazos 500 mil pingüinos penacho amarillo. Afortunadamente, la feroz depredación no llegó a extinguir la especie: la vista actual de varios millares de aves a la vez da la sensación de estar en un lugar virginal, intocado por la mano destructiva del hombre.

En la isla Pingüino no solamente hay pingüinos con look rockero, sino también otros de la especie más común en la costa patagónica –los magallánicos–, gaviotas cocineras, gaviotas grises, ostreros y patos vapor, y una gran colonia de skuas que en época de reproducción se arrojan en picada sobre los visitantes, sin llegar a tocarlos. En la playa del inhóspito paisaje hay pequeños apostaderos de elefantes marinos y lobos marinos de un pelo. Y en otro sector están los restos de una factoría y un faro de 1903 en desuso.

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