Dom 15.06.2008
turismo

REPUBLICA CHECA > LA PRAGA DE KAFKA

Tras los pasos del señor K

Praga es la ciudad de Kafka por donde se la mire. Desde el misterioso Puente de Carlos y el Castillo de Praga, hasta la compañía de seguros y los tribunales que inspiraron El Proceso, un itinerario por los bares y rincones favoritos y las diferentes casas y lugares de trabajo del gran escritor checo.

› Por Julián Varsavsky

Difícilmente una ciudad europea podría ser mejor definida por un adjetivo literario como Praga, una ciudad kafkiana a todas luces y penumbras. Para un lector de El Castillo o La Metamorfosis, las calles y el ambiente de Praga resultan extrañamente familiares, aunque el gran escritor checo no la mencione en esas obras. Basta para ello con acercarse a la puerta del edificio de tres plantas de la calle Na Porici 7 –donde funcionó la Compañía de Seguros contra Accidentes de Trabajo en la que Kafka ejerció la abogacía 12 años–, para ver tras sus líneas neoclásicas de estilo francés un pequeño hall de mármol dividido por mamparas de vidrio. Detrás de las mamparas se vislumbran, increíblemente todavía, unos largos corredores con escritorios atestados de polvorientas cajas de cartón, en medio de un universo asfixiante que no puede ser otro que el que inspiró El Proceso, la historia de aquel desamparado señor K acusado de un crimen improbable.

En tiempos de Kafka, Praga ya no era la idílica y recoleta ciudad de una provincia imperial austriaca. Por el contrario, crecía de golpe y en sus verdes prados de los alrededores brotaban las chimeneas humeantes, “símbolos” del progreso. Barrios enteros muy antiguos fueron transformados según los estilos en boga en Alemania, y la población alcanzaba los 700 mil habitantes.

HUELLAS DE UN ESCRITOR Un recorrido por la Praga de Kafka puede comenzar en la antigua Ringplatz o Plaza del Anillo, en el centro del casco histórico de la ciudad, que fue también el eje de la vida cotidiana del escritor. Muy cerca de allí están la Plaza de la Ciudad Vieja, la Casa de Sixto –en la que vivió el pequeño Kafka–, la Casa del Minuto –que lo alojó en los años escolares–, y el colegio secundario al que asistió.

La casa donde nació Kafka el 3 de julio de 1883 estaba en la actual calle Franze Kafky 3 (52), en el barrio Starè Mesto. Era una casa modesta construida en la primera mitad del siglo XVIII, al borde del gueto judío de Praga –hoy desaparecido–, que fue dañada por un incendio en 1897 y demolida para levantar un edificio neobarroco. De la casa original perdura todavía el viejo portal.

Las casas de la infancia de Kafka que se mantienen en pie son La Casa de Sixto, en la calle Celetna 2 del barrio Stare Mesto–, y La Casa del Minuto, en la plaza de la Ciudad Vieja, donde los Kafka vivieron 7 años a partir de 1889, en el primer piso de un edificio de tres plantas con tejado a dos aguas de estilo gótico.

En las cartas que Kafka le envió a su amada Milena, el escritor evoca recuerdos de su infancia en el barrio de la Casa del Minuto: “Cuando era muy pequeño, una vez me dieron una moneda de diez céntimos de corona. Yo tenía muchas ganas de dársela a una vieja mendiga que se sentaba entre las dos plazas. Pero esa cantidad me parecía exorbitante, un dinero que probablemente nadie había dado jamás a un mendigo y, por eso, me daba vergüenza ante la mendiga hacer una cosa tan inconcebible. Pero como tenía que dársela, cambié la moneda de diez, entregué a la mendiga un céntimo, di toda la vuelta al Ayuntamiento, regresé como nuevo benefactor desde la izquierda, volví a dar a la mendiga un céntimo, me puse a correr otra vez y repetí esto felizmente diez veces, o tal vez algo menos, porque creo que la mendiga perdió la paciencia y desapareció. De todas formas, al final estaba tan agotado, también moralmente, que volví enseguida a casa y lloré hasta que mi madre me volvió a dar una moneda de 10 céntimos”.

No lejos de la Casa del Minuto está la Escuela Elemental Alemana Masculina –calle Masna 18–, a la que el pequeño Kafka se dirigía a pie todas las mañanas atravesando el complejo de edificios del Ayuntamiento de la Ciudad Vieja, donde está el famoso reloj astronómico.

El misterioso Puente de Carlos es uno de los lugares emblemáticos de la ciudad y también uno de los rincones más kafkianos de la antigua capital bohemia. Kafka lo cruzó centenares de veces, y según una carta escrita a su amigo Minze Eisner, muchas veces se detuvo a observar las estatuas que le dan la espalda al río Moldava, en especial la del dominicano San Vicente Ferrer y la de San Procopio.

El Café Louvre –Narodni Trida 22–, que todavía mantiene bastante de su aspecto original, es uno de los lugares que frecuentaron Kafka y su amigo Max Brod, quien dio a conocer al mundo la obra del gran escritor checo. Inaugurado en 1902, el Louvre surgió como uno de los últimos elegantes cafés clásicos de la época de la vieja Austria. En una habitación reservada se reunía un círculo filosófico que debatía las doctrinas de Franz Brentano –un sacerdote apóstata, profesor de la Universidad de Viena y muy popular en Praga–, al cual asistieron Kafka y Brod. Aunque aún perdura la antesala con grandes espejos del café, ya no están las mesas de billar, ni las espaciosas salas de ajedrez, ni tampoco el cuarto de escritura.

EL CALLEJON DE ORO El rincón más pintoresco de toda Praga es sin dudas el Callejón de Oro, una línea de diez casitas que parecen salidas de un cuento de hadas dentro del Castillo de Praga. Hasta ese callejón llegó Kafka con su hermana Ottua buscando un cuarto agradable y tranquilo para poder escribir en paz. Y lo encontró en el número 22 del Callejón de Oro, también conocido como “de los alquimistas”. Este callejuela sin salida surgió en 1594 cuando el emperador Rodolfo II autorizó a 24 arcabuceros de los puentes del castillo a asentarse en los nichos del muro norte de la fortificación. Siglos más tarde las ínfimas casitas –que no podían ser más grandes por la falta de espacio–, fueron habitadas por orfebres y alquimistas, y entre 1916 y 1917 por uno de los escritores más importantes del siglo XX. Kafka la describió como “tan pequeña, tan sucia, tan inhabitable, con todos los defectos posibles. Pero mi hermana insistió, y cuando marchó la gran familia que la habitaba, la hizo pintar, compró muebles de caña (no conozco sillones más cómodos), y la mantuvo como un secreto frente a la familia... De los vecinos sólo me separa una pared delgada, pero el vecino es bastante silencioso. Me subo la cena y suelo estar despierto hasta medianoche. Por otro lado, está la ventaja del camino a casa... durante el camino tomo aire que me refresca las ideas. Y la vida allí es algo tan especial, implica tener casa propia, cerrada al mundo, no la puerta del cuarto, no la de la vivienda, sino la de toda la casa; salir por la puerta directamente a la nieve de la silenciosa callejuela”.

En aquel cuartito de 15 metros cuadrados con un altillo Kafka escribió la mayor parte de Un médico rural, que publicó sin mucho éxito en 1920 y que un crítico de la época catalogó como “una prueba contra el público”.

DESTINO DE POSTER Kafka fue un gran caminante de Praga. Sus diarios y relatos están salpicados por sus constantes exploraciones de la ciudad, que en ocasiones duraban varias horas. Hasta que su enfermedad se lo permitió, Kafka caminaba sin cesar, por lo general solo, y a veces acompañado por amigos y familiares. “En aquel entonces, caminando nunca llegué al límite de mis fuerzas. Y cuando la casa era invadida por ruidosos parientes desaparecía por el vestíbulo sin ser visto y salía a pasear por las calles.” Uno de sus recorridos favoritos lo llevaba a seguir la margen del Moldava hacia Hetzinsel, una gran isla en el río donde había algunos huertos. Kafka también cruzaba con frecuencia el barrio Malà Strana, a donde llegaba en pocos minutos por el melancólico Puente de Carlos, y seguramente se perdía entre el esplendor barroco de los palacios, la tristeza del Cementerio Judío y las sinagogas, y el misterioso laberinto de la Ciudad Vieja con su castillo en lo alto.

Kafka fue un hombre que amó y sufrió su ciudad. Habrá sido, acaso, feliz a su manera caminando por sus calles. Su clarividencia atemporal le permitió escrutar las razones íntimas de La Edificación de la Muralla China, y también las implicancias de la tecnología sobre el cuerpo humano en su cuento En la colonia penitenciaria. Y también plasmó la más obvia alienación al trabajo en La Metamorfosis. Pero fue en El Proceso donde Kafka intuyó quizás el devenir actual de su ciudad como destino turístico, en una época en que el turismo como industria puntualmente no existía. En las páginas finales de su monumental novela inconclusa, el señor K revisa un álbum de estampas de la ciudad mientras se instruye para hacer de guía turístico para un visitante italiano. Hoy en día millones de turistas visitan Praga cada año, y por todos lados se cruzan con la imagen de ese hombre de mínima autoestima y orejas de vampiro inofensivo, ahora convertido en calle, poster, remera, llavero, monumento y, en última instancia, en símbolo máximo de su ciudad.

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