Dom 10.04.2011
turismo

MENDOZA. TRADICIONES DE LA CORDILLERA

Volver a casa

Entre marzo y abril, los puesteros que realizan la temporada de pasturas con sus animales a lo largo de la Cordillera de los Andes regresan a sus hogares. De qué se trata la vida en la montaña para quien la trabaja y cómo son los festejos por el retorno en algunas localidades.

› Por Pablo Donadio

Las montañas van perdiendo sus últimos blancos y varios pueblos se visten de fiesta. No porque la nieve sea algo malo, todo lo contrario: es para las localidades cordilleranas la materia prima del agua que vendrá, la fuente de energía que nutrirá viñedos y frutales, que dará vida a la fauna de sus ríos y otorgará un plus a cada rincón de sus paisajes. Pero su ida definitiva coincide con la vuelta más esperada para las gentes de campo adentro, la vuelta de los veranadores. Se trata del regreso de los puesteros y trabajadores que llevan sus animales a la montaña para engordarlos, pastando las hierbas más finas y nutritivas que pueden obtenerse. Conocida como Vuelta del Veranador, esta suerte de cierre del trabajo estival se celebra de lo lindo en algunos sitios, con guitarreadas, desfiles, comidas típicas y otras representaciones culturales donde familiares y amigos homenajean a los recién llegados.

Los puesteros van arreando centenares de chivos por caminos de tierra rumbo a la ciudad.

VIDA DE BAQUEANO En principio, es el clima inflexible de la cordillera el que no permite la construcción de asentamientos permanentes, obligando a la mayoría de las poblaciones a afincarse en los valles más bajos. Apenas unas pircas en forma de corrales, algunas cuevas construidas con piedras para protegerse de los vientos y reparos circunstanciales: esto es todo lo que ofrece la vida montaña arriba. Pero allí hay que ir, en busca del mejor alimento para los animales. Entonces basta un paraje provisorio y algún lecho de agua cercano para continuar el legado ancestral del hombre en la montaña junto a sus animales. Si bien implica cierto desarraigo del hogar cotidiano, la vida durante la veranada representa un hecho cultural y constitutivo de la formación de los puesteros: es el momento del sacrificio encabezado por el padre, de la maduración para los jóvenes que comienzan a desandar el oficio, y la posibilidad de establecer nuevas relaciones, intercambiar productos y conocimientos con colegas del otro lado del cordón andino. “Esto somos, esto sabemos hacer”, resume don Alberto Quesada, un puestero malargüino descendiente de los pobladores originarios que criaron ganado allí desde siempre. Esa ascendencia y los “puestos” familiares son una de las claves para entender todo este asunto: pese a lo inmenso de la cordillera, cada uno conoce el lugar ocupado por sus antepasados durante varias generaciones. Estos baqueanos son asimismo una fuente de consulta para los guías turísticos de las famosas cabalgatas andinas, y también los encargados de desandar los caminos montañosos junto a científicos, militares, deportistas o quien deba llegar a los picos más lejanos por cuestiones laborales o recreativas. Llegada la época de subida, coincidente con el verano, los animales se reúnen y comienzan a ser trasladados a pie, durante varios días. El objetivo primero es llevar al rebaño a su rial. “Esta palabra es muy utilizada en las zonas montañosas, y representa el sitio donde solían descansar reyes y personajes destacados de otras épocas. Así cada ‘rial’ sería una parada obligada, que le pertenece a cada uno”, explica Germán Cara, guía mendocino.

Muchos puesteros llevan a sus hijos a las veranadas para enseñarles el oficio.

EN LA MONTAÑA En esos lugares de asentamiento comienza la vida de los meses que vendrán, con varias actividades desarrolladas por el baqueano y en general algún hijo mayor. Aunque algunos suelen llevar a otros miembros de la familia, son casi siempre hombres. Una de las tareas cotidianas es la separación de los recién nacidos de sus madres, que son llevadas a pastar un poco más arriba. De regreso, las crías son entregadas a cada madre con una exactitud asombrosa, aunque el rebaño cuente con cientos de ejemplares. Un emblemático criancero de Malargüe es Don Cortez, que no vive sobre la cordillera sino justo al lado, en plena Reserva Provincial La Payunia. Desde que nació, Cortez sigue la tradición familiar de cuidar chivos al pie del Payún Liso, uno de los gigantes dormidos del territorio volcánico. Allí se afinca parte del año, en una cueva armada con piedras, sin más agua que la que aportan las escasísimas lluvias y su “bota” fabricada con una cubierta de bicicleta. “Es bravo el lugar. Mi padre hizo esta casa con rocas y desde entonces la familia la ha ocupado. Y hay que tener mucho cuidado con los pumas, porque les gustan mucho los chivitos. Por eso estoy atento siempre para sacarlos carpiendo...”, relata. Tanto allí como más arriba, los días transcurren entre apareamientos, destetes y engordes, hasta que llega la hora de volver. El regreso se prepara con todo para afrontar los días que demandará la vuelta: se juntan las pertenencias y se ordena la larga columna de animales, esencialmente ocupada por chivitos y cabras, ovejas y otros animales según cada región de cría. El trabajo del hombre está fuertemente acompañado por otras dos especies: los caballos y los perros, responsables del arreo, a veces ayudados también por alguna que otra mula para evitar el desbande del grupo.

En plena montaña, los chivos son guiados por los puesteros hasta las zonas más fértiles.

REGRESO FESTIVO Pliegues montañosos neuquinos, mendocinos, sanjuaninos, riojanos, catamarqueños, salteños y jujeños son en general los escenarios de la veranada, cuya contracara es la invernada. Este período da comienzo con el regreso de los veranadores: serían los meses “normales” cuidando a los animales cerca del hogar. Esa interacción casa-montaña actúa como referente identitario de sus vidas, como modo de interpretar el espacio que los rodea y en defensa de sus orígenes.

Bardas Blancas es una localidad casi desconocida del sur mendocino, a 60 kilómetros de Malargüe. Este sitio, sin embargo, resonará con más fuerza en los mapas una vez finalizado el Paso Pehuenche, conector esencial entre Chile y la Argentina y parte del nuevo Corredor Bioceánico. Pero lo que hoy se sabe de Bardas Blancas, claro ejemplo de una comunidad que atribuye singular importancia a las historias camperas, llega de la mano de la Vuelta del Veranador, fiesta mayor de la localidad a celebrarse el 16 de abril. De a poco, este evento ha ido tomando cuerpo hasta convertirse en un verdadero festival: comidas típicas, números musicales folclóricos, agrupaciones gauchas y espectáculos de doma y destreza ecuestre son parte de la bienvenida a los productores caprinos que regresan de los valles. Cuando la noche se hace peña, entre fogones, cantos y danzas, allí se elige a la Reina del Veranador y se entregan premios a los puesteros destacados por parte de la comunidad. “Es una de nuestras fiestas más tradicionales y ricas a nivel cultural, donde se agasaja nuestra idiosincrasia puestera y se homenajea a los hombres y familias que sostienen este trabajo artesanal desde hace años, con enorme sacrificio pero también con pasión”, asegura Fabiana González, directora de Turismo de Malargüe.

Un poco más al sur, otra fecha hace honor a la vida criancera: la Fiesta Provincial del Veranador y el Productor del Norte Neuquino, celebrada en enero en la localidad de Andacollo. Como es tradición, allí se rindió homenaje al veranador y productor regional trashumante, con varios eventos culturales y mediante la selección de un par de familias referentes de las tareas de campo.

Mientras tanto la invernada en los valles bajos, sujeta al uso cíclico de los factores climáticos, será el eje de sus vidas hasta que la nieve llegue, colme todo y vuelva a desaparecer. Empezarán a crecer los ríos y las pasturas finas sembrarán prados y valles altos de norte a sur. Entonces los crianceros pondrán en marcha una vez más ese camino desolado a la montaña, a la aventura de lo que ella ha de depararles una vez más. Pero aún falta para eso, hoy es tiempo de disfrutar y de festejar a lo grande y a lo chico, en cada rincón andino

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