turismo

Domingo, 3 de julio de 2016

CHILE > TEMPORADA INVERNAL EN PORTILLO

La puerta de los Andes

El único complejo sudamericano en organizar un Mundial de Esquí –un hito del que se conmemoran 50 años– plantea una experiencia de inmersión total en los deportes sobre nieve. Ambiente cálido, pistas para todos los niveles y una magia especial que se desprende de su entorno en el corazón andino.

“A 2830 metros de altura sobre el nivel del mar, en la ribera misma de la hermosísima Laguna del Inca y en medio de un paraje andino de imponente belleza, se alza el Gran Hotel Portillo, principal centro de ski y deportes invernales de Suda- mérica. El bello y moderno edificio del Gran Hotel Portillo tiene capacidad para 320 pasajeros. Sus instalaciones y aposentos están distribuidos en seis pisos, con un excelente servicio de ascensores, calefacción, agua caliente y fría, teléfono, telégrafo y radio, para comunicaciones dentro del país y del exterior. Hay habitaciones de lujo con refinadas comodidades y también departamentos colectivos para cuatro personas. Todas las habitaciones disponen de baños. Y para que nada falte en cuanto a comodidades, atención y sociabilidad, el Gran Hotel Portillo posee servicio médico, tiendas, fotografía, sala de entretenciones, cinematógrafo, boite, bares, excelente restaurant, quick-lunch, acogedores salones”.

El aviso, colgado junto a otros recuerdos y fotos en los pasillos del hotel, es de 1953: pero sólo la ausencia de Internet, una diferencia en la capacidad de pasajeros –hoy Portillo aloja a 450 personas gracias al agregado de dos alas exteriores de propuesta muy accesible, el Octógono y el Inca Lodge– y las recomendaciones sobre el arribo traicionan su edad. “Se llega –afirmaba el anuncio– por el Ferrocarril Trasandino que parte de Los Andes. El viaje desde Santiago o Valparaíso demora cinco horas. Desde Mendoza (Argentina), más o menos nueve horas”. Tren ya no hay y los tiempos hoy son mucho más breves; un par de horas desde la capital chilena, tres horas desde Mendoza. Los huéspedes de siempre reconocen algunos progresos inevitables: como los viejos, famosos ascensores enrejados y manejados por un ascensorista, que han dado paso a modernos elevadores. Todo lo demás parece no haber cambiado y el gran edificio amarillo del hotel sigue impecable frente a la Laguna del Inca, rodeado de un círculo de montañas que abarcan el cerro Tres Hermanos, La Parva, ojos de Agua y el imponente Aconcagua.

El Hotel Portillo, clásico del esquí transandino construido a 2800 metros de altura, muy cerca de la frontera argentina.

CALIDEZ DE MONTAÑA “Cada centro de esquí tiene su alma”, dice Felipe López, responsable de la atención a los huéspedes en Portillo; “salvo la nieve, todo lo demás es distinto”. Aquí la nota dominante es la calidez y el ambiente familiar: gran parte de los esquiadores son habitués –un 70 por ciento vuelven una y otra vez– y el limitado número de huéspedes termina por promover nuevos grupos de amigos al término de una ski-week. Cualquier tarde es posible comprobarlo en el lobby del primer piso, donde un grupo de chicas mendocinas enseñan a jugar al truco a un par de estadounidenses totalmente perdidos en los misterios del envido; los chicos cuentan su experiencia y los progresos en la escuela de esquí; y los grandes se reponen del esfuerzo del día esperando el primer turno de la cena. “Cuando uno ve estas paredes, estos muebles, sabe que aquí han pasado cosas. Sobre todo, es un lugar con historia”, resume Felipe. Aún se recuerda que alguna vez la policía fronteriza chilena persiguió a los niños Kennedy, que Fidel Castro hizo una larga visita, algunos escoceses esquiaron en kilt y los surfistas peruanos cambiaron sus tablas por las de snowboard.

A Portillo se viene a esquiar: no hay vuelta atrás. O a practicar snowboard, considerando que las rápidas “tablas sobre nieve” ganan sin cesar adeptos entre los más jóvenes. Todo está hecho para que hasta el principiante más tímido salga deslizándose con pericia por las pistas iniciales: clases personalizadas, la nieve y los medios de elevación en la puerta misma del hotel y –no por último menos importante– una cierta sensación de que aquí todo es posible.

En cuanto a los expertos, suponiendo que hubiera que brindarles algún argumento convincente, ya saben que aquí entrenan esquiadores europeos de alto nivel en contratemporada, que es el único centro de esquí que organizó un Mundial –fue en 1966 y hay recuerdos del evento en todos los ambientes del hotel– y que cuando el clima lo permite es posible subirse a un helicóptero para bajar haciendo huella sobre la nieve virgen. No sólo: se conservan algunas rarezas como el andarivel Va et Vient, diseñado por Jean Pomagalski en los años 60 –exactamente, el inventor del poma– para permitir el acceso a pistas altas como El Cóndor. Incluso quienes no lleguen a un nivel experto lo verán cuando cumplan uno de los ritos de Portillo: ir a comer un mediodía al Tio Bob’s, un restaurante-refugio con terraza que tiene vista panorámica hacia el hotel y la laguna. Se llega en aerosilla y con una caminata aunque no se sepa esquiar, y permite compartir un rato imperdible de camaradería invernal.

El tío Bob en cuestión era Robert Purcell, estadounidense, vinculado a los Rockefeller y el primer inversor privado de Portillo. Además era el tío de Henry Purcell, el actual propietario del hotel: y no cualquier propietario, ya que a sus más de 80 años “el patriarca” aún pasa toda la temporada en la montaña y es frecuente verlo en los distintos salones. Detrás hay una historia de aventura y osadía que, desde sus 26 años, le permitió superar todos los desafíos: desde los más risueños, como llegar y encontrarse con la oveja negra Lumumba durmiendo en una de las habitaciones, hasta los más serios, planteados por la nieve, las avalanchas y las distancias en este lugar que era sólo un valle inhóspito cuando, a principios del siglo XX, Chile comenzó a explorar la región –y así llegaron los primeros esquiadores– para construir un ferrocarril.

Las piletas externas, frente a la Laguna del Inca, un espejo de aguas heladas.

LA LAGUNA Eduardo es nativo de Los Andes, el pueblo situado a una hora de Portillo. Trabaja aquí desde hace tres años y se encarga de ayudar a los principiantes en el poma Princesa. Con ojo experto, asegura que cuando se pone gris sobre el cerro Tres Hermanos, se nieve la nieve sobre las pistas. Que detrás de uno de los cerros vive una pareja de cóndores. Y que de vez en cuando anda por ahí, dejando huellas sobre la nieve cercana al Tío Bob’s, una pareja de zorros. Entre una subida y otra, nos recuerda la leyenda de la Laguna del Inca: se dice que en ciertas noches de luna llena se oyen los lamentos del inca Illu Yunqui, porque en estas aguas esmeraldas yace su amada, la princesa Kora Ilé, despeñada trágicamente por un precipicio. Leyendas son leyendas, porque es imposible imaginar un silencio más profundo que el que envuelve al valle por las noches, cuando sólo la luna ilumina el blanco incandescente de los picos nevados. Le preguntamos a Eduardo si alguna vez escuchó los lamentos, pero –más pragmático que romántico– nos cuenta que en realidad no sólo nunca los ha oído, sino que suele subir aquí en verano a pescar en la laguna porque salen excelentes pejerreyes y truchas.

“Lo que más me gusta es que nunca hay que esperar. Subís, bajás, subís, bajás”, resume Fernando, un brasileño que temprano por la mañana ya tiene todo listo para el ascenso al Plateau y desde allí a las pistas para expertos. “Fue así siempre que vine y, cuando saco las cuentas, en Portillo tengo mucho más tiempo de esquí real que en cualquier otro lado. Antes lo hacía a ojo, ahora me puse en el celular la aplicación que me marca los kilómetros y las velocidades y voy batiendo mis propios récords”, cuenta mientras nos muestra un puntito rojo que va y viene en la pantalla reproduciendo sus movimientos en las pistas. Fernando es parte del público asiduo de Portillo: los brasileños, que suelen llegar más masivamente en julio, mientras agosto es “el mes de los estadounidenses” y septiembre es muy elegido por argentinos y chilenos. Para todos, Portillo es como su hogar en la alta montaña, tan firme e imperecedero como la cordillera que lo rodea.

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Vista desde la aerosilla que lleva a Tío Bob’s, el refugio favorito de los esquiadores.
 
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