Dom 14.03.2004
turismo

CUBA LA CIUDAD DE CAMAGüEY

Laberinto caribeño

Ubicada en el centro-este de la isla, la tercera ciudad de Cuba resguarda el casco histórico más grande del país. Son 316 manzanas con casas y edificios de los siglos XVII, XVIII y XIX, callejuelas laberínticas, e “iglesias a torrentes” al decir de Nicolás Guillén, el célebre poeta camagüeyano.Y en la costa, la barrera de coral y las arenas blancas de Santa Lucía.

› Por Julián Varsavsky

Vista desde la azotea del edificio Lugareño –el más alto del casco histórico de Camagüey–, la ciudad parece un mar de techos rojos con tejas de barro donde sobresalen los campanarios de las iglesias vetustas de la colonia, que proliferan desproporcionadamente por cada rincón de la ciudad.
El siguiente rasgo que se distingue desde la altura es el singular trazado urbano de las calles, quizás el más irregular de toda América. En Camagüey, la caprichosa geometría de calles forma, por ejemplo, triángulos casi perfectos y bifurcaciones en senderos que mucho más adelante confluyen en el mismo lugar. Las calles de adoquines gastados –que rara vez corren en línea recta por un largo trecho– vagan a la deriva por un curso sinuoso. El visitante está condenado a deambular también sin rumbo, para encontrarse, luego de varias horas e involuntariamente, en el mismo punto de partida donde comenzó su paseo.
Pero el caos urbanístico tiene una lógica muy racional. La antigua Santa María de Puerto Príncipe –una de las siete villas fundadas por Diego Velázquez– fue saqueada y vuelta a fundar varias veces como consecuencia del ataque de piratas célebres como Henry Morgan, quien devastó Camagüey en 1668. Por eso se copió adrede la estructura laberíntica de la ciudad europea medieval para desorientar así al invasor y conducirlo siempre a los espacios abiertos de las plazas, donde se tendían las emboscadas.
Este intrincado dédalo de calles inspiró a Nicolás Guillén a escribir “Mis queridas calles camagüeyanas”, las mismas que hoy son la perdición y el encanto de todo viajero. En el centro de este laberinto –hay que buscarlo– se encuentra el Callejón del Silencio, el más famoso de los ‘60 que tiene Camagüey y el más angosto del país: mide 1,40 metro de ancho.

El casco colonial.
Camagüey fue fundada en 1514 y, a diferencia de las otras villas coloniales de la isla, carece de un núcleo central con una plaza mayor que aglutine a su alrededor a un cabildo, la catedral, la aduana o los edificios administrativos. Por el contrario, hay un total de veinte plazas, plazoletas y parques desperdigados por la estructura multipolar de la ciudad vieja, al igual que los otros edificios importantes de la colonia.
Si bien el casco colonial es mayor que el de La Habana Vieja, no tiene la grandilocuencia de su similar habanero. El estilo camagüeyano es más sobrio, sencillo y discreto, ya se trate de las viviendas, las iglesias o los edificios de dos plantas. En el casco antiguo hay 316 manzanas declaradas Monumento Nacional, donde predominan las casas de familia, habitadas de manera ininterrumpida desde los tiempos de la colonia. El más antiguo conjunto de viviendas del siglo XVII –con retoques mudéjares y pre-barrocos– está alrededor de la Plaza de las Cinco Esquinas del Angel. Pero fue en el siglo XVIII cuando se desarrolló a pleno la arquitectura colonial de las casas de Camagüey, con sus puertas flanqueadas por medias pilastras, sus artísticas rejas de hierro forjado y madera torneada, y los altos puntales en los techos. El rasgo distintivo de la casa colonial es su patio central, fresco y poblado de árboles, alrededor del cual se estructura toda la casa, un poco al modo de una fortaleza. La hora de la siesta quizá sea el mejor momento para deslizar la mirada tras los barrotes de las enormes ventanas y husmear un poco en la intimidad de los camagüeyanos. Allí se verán mecedoras de madera, fotos del Che y de Fidel, pisos de mármol, un grupo de amigos bailando al ritmo de los Van Van en un día de semana o una pareja de viejitos emocionados hasta las lágrimas con el final de una telenovela brasileña.
Camagüey es una ciudad de puertas y ventanas abiertas, como toda Cuba. De las casas brota el aroma a tabaco de los tradicionales habanos y una música a todo volumen que inunda las calles desde las ventanas. Pero el sonido musical rivaliza un poco con el de la efusividad del camagüeyano común –bullanguero por derecho propio– que cuando ve a un amigo caminando a media cuadra le grita desde la distancia: “Compadre, ¿cómoestá usté?”. Las mujeres también suelen hablar a los gritos, de ventana a ventana, con la comadre de la casa de enfrente.

Dulce por dentro. Acceder a la casa de un desconocido en Camagüey es una tarea bastante sencilla. Basta acercarse a paso tranquilo, intercambiar una mirada que abra el diálogo y al rato la invitación estará hecha. Antes de lo previsto, uno se encuentra sentado en un frondoso patio interno rodeado de galerías, saboreando un “rocío de gallo” (café con unas gotas de ron). Y aquí aparece justamente otro símbolo distintivo de la ciudad. En algunas plazas y sobre todo en los patios descansan sobre el suelo los tinajones de barro cocido donde, en tiempos coloniales, se almacenaba el agua de lluvia que bajaba de los techos por unas canaletas. En Camagüey siempre hubo problemas de agua; y eso explica la proliferación de centenarios tinajones de hasta dos metros de altura y cuatro de diámetro que hoy decoran incontables casas y lugares públicos.
En Cuba, los camagüeyanos tienen fama de cultos, galantes y enamorados. Por la ciudad proliferan peñas literarias de acceso libre donde mucha gente se reúne a recitar poesía. Por su parte, en la Casa de la Trova –Cisneros 171– se juntan los músicos locales de martes a domingo a tocar son tradicional y boleros desde la tarde hasta altas horas de la noche. Y muchos sábados se instalan en distintos puntos de la ciudad una serie de altoparlantes. Con la música, enseguida empieza el baile y “nos desbaratamos de ritmo”, como dicen los cubanos.
Camagüey es de esencia multifacética; un lugar donde lo más diverso se mezcla dando resultados sorprendentes. Que un sector del barrio colonial se convierta por la noche en una ruidosa discoteca callejera es una escena digna del realismo mágico. Sepa también el viajero que por muchas razones quien va a Cuba también va a España. Y a Africa, con magia negra incluida. Por último, si un refinado cubano se despide con un afrancesado “aurevoir” es porque nació en Camagüey.

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