Dom 21.03.2004
turismo

ISLAS BALEARES ARTE EN MALLORCA

La isla de los museos

Mallorca ha entrado ya en el circuito artístico. En esta isla del Mediterráneo español, los palacios y arquitecturas de Moneo o Libeskind encierran algunas de las grandes colecciones de pintura y escultura, como las de Joan Miró, Miquel Barceló, Pablo Picasso, Magritte, Blanchard, Gris, Picabia, y los precursores mallorquines de los siglos XIX y XX.

Por Andreu Manresa

Mallorca también es tierra de museos. Aun sin caer en los dominios de la grandilocuencia y la provocación de los edificios monumentales, en la isla se proclama con intensidad el arte y la arquitectura contemporáneas. En Palma, las referencias están en los fondos y los talleres donados por Joan Miró, los dos museos palacios de Juan March y las piezas coleccionadas por sus dos ramas de herederos, y, también, en las construcciones modernas con firma de arquitectos de gran talla: Rafael Moneo, Josep Lluís Sert, Hassan Fathy y Daniel Libeskind, en los dos últimos casos con obras en Andraitx y Alcúdia.

EL MUSEO VIVO DE MIRO “No puedo permitirme el lujo –no tengo derecho– de que todo esto se vaya a hacer puñetas”, consignó Joan Miró para justificar el nacimiento de la Fundación Miró de Mallorca. Su donación fue de obra, estudios, jardines y solares alrededor de su casa, cerca del palacio de Marivent, allí donde vivió sus últimos 35 años, hasta su muerte, en 1983. Quería preservar “un documento humano, un museo vivo”, y donó 134 pinturas, 762 dibujos, 25 esculturas y 300 piezas de obra gráfica.
La potencia de la Fundación Joan y Pilar Miró, con el legado y patrocinio familiar, estaba marcada antes de nacer. Además de la presencia mironiana, contaba con otra importante referencia artística en el taller, un templo de luz, con alas en la fachada, que levantó Josep Lluís Sert. En este espacio laten las últimas pinturas en las que Miró trabajó, sus objetos fetiche y sus muebles, una imagen de ausencias y testamento plástico.
En los noventa, Rafael Moneo homenajeó a Miró ideando una gran sede y sala de exposiciones. Es un largo muro contenedor, con un lago superior, para intentar señalar la línea de vistas en el mar lejano y ocultar las torres de los desastres inmediatos. El edificio de Moneo crea un gran vientre interior, con muros en punta de estrella y ventanales de alabastro traslúcido.
Moneo ofreció “un tributo físico” a Miró en los terrenos que el pintor pisó, con “una arquitectura rota, fragmentada”. No es un museo “que archive su obra” sino un entorno para gozar de la cocina final de su arte. Murales, esculturas y muchas telas y ex votos ilustran el universo creativo del genio catalán.

LA OBRA DE UN ARQUITECTO. En el Port d’Andraitx, el arquitecto Daniel Libeskind, autor del Museo Judío de Berlín y ganador del proyecto para reedificar la Zona Cero, devastada por los ataques del 11 de septiembre, inauguró el pasado mes de septiembre en el puerto de Andraitx el Studio Weil, un pequeño museo privado, encargo de una artista de Chicago, la escultora Bárbara Weil.
La fantasía de hormigón blanqueado muestra un cierto aspecto de bunker de paredes curvas, con cortes y tragaluces que entran rotundos en las salas. Dos escaleritas en trinchera cizallan la masa para abrir los espacios herméticos. En el cuerpo-fachada, Libeskind ideó un gran hueco, un vacío abstracto en el que Weil mece sus formas.
Libeskind quiso mostrar en su obra “un espacio contemplativo, de ensueño doméstico”, un alegato “ajeno al romanticismo del paisaje mediterráneo de fondo” que consolida “la ambigüedad entre la memoria privada y el arte universal”. Es el “primer proyecto privado y de presupuesto modesto” (720 mil dólares, para 350 metros hábiles) de este arquitecto. Fue un encargo de la colorista Weil, la escultora que hace 36 años arribó a Mallorca en velero, tras cruzar Europa por los canales fluviales, desde Holanda hasta el sur de Francia.
“Es algo especial, una joya para la isla. Lo he hecho sin fundaciones ni patrocinios. Tuve una intuición compartida con Libeskind, una ubicación espiritual en la realidad”, señala Weil, que trabaja sus obras con pintura de automóvil, fibra y cartones. El último museo proyectado en la isla, Es Baluard de Palma, se oculta en un mirador panorámico sobre la muralla que selló la antigua ciudad frente a la bahía. En enero abrió sus puertas este museo de cerca de 5 mil metros cuadrados, fruto de una fusión vanguardista de muros blancos, metal y cristal, con planos que juegan con los sillares de piedra de los paredones del fortín. El museo conquista un amplio espacio público y propicia un nuevo paseo entre la Palma gótica, cerca del antiguo barrio de pescadores, y la red urbana turística. Luis García-Ruiz y Vicente Tomás, dos de los autores del proyecto, resaltan la vitalidad que aporta un vial público que cruza lo que fue un cuartel. Un circuito de pasillos por las salas y en el exterior fija un recorrido entre discreto y elegante.
El museo ha tenido un costo de cerca de 15 millones de euros, sufragados por el gobierno balear, el Consell de Mallorca y el Ayuntamiento de Palma. Los fondos pictóricos institucionales completarán la colección central de Serra con piezas de Joan Miró, Miquel Barceló, Pablo Picasso, Magritte, Blanchard, Gris, Picabia, y los precursores mallorquines de los siglos XIX y XX.

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