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El especialista y ex asesor de la OIT Alfredo Monza intenta derribar en esta charla los “mitos milenaristas” que hablan del fin del trabajo. Si bien admite que el pleno empleo, tal como lo conocieron las economías ricas desde la Segunda Guerra, comenzó a menguar hace casi dos décadas, Monza subraya que “no necesariamente” los próximos años serán dramáticos.

Por Alfredo Zaiat

Alfredo Monza es uno de los principales investigadores y especialistas argentinos del mercado de trabajo. Fue asesor de la OIT y publicó muchos documentos relacionados a la situación laboral y sus perspectivas. En un reciente seminario presentó un informe titulado “Las profecías laborales del fin de milenio”. En ese paper, como en este reportaje, trata de romper con los mitos y postulados del fin del trabajo. Y también con las ideas fatalistas que proyectan el deterioro social y laboral de estos años hacia el futuro como una tendencia irreversible e inmodificable.
–¿Cuál es el futuro del trabajo?
–Es una pregunta que se ubica dentro del campo de las conjeturas prospectivas. ¿Qué sentido tienen esas conjeturas? Cómo va a ser el mundo más adelante o si, en rigor, el sentido de una conjetura prospectiva es proporcionar una advertencia. Y, a partir de esa advertencia, constituir una base para la acción. El problema principal para no poder pronosticar en términos sociales es que el futuro está, a su vez, influido por la propia discusión que se haga sobre el futuro. Y sobre las reacciones de la sociedad respecto a ese futuro. En otras palabras, el grado de determinismo del futuro es relativo, no absoluto.
–Hecha esa aclaración, ¿qué va a pasar con el trabajo? ¿Desaparecerá tal como lo conocemos en la actualidad? Existe una corriente de pensamiento que habla del fin del trabajo.
–El futuro del trabajo va a ser lo que ciertas fuerzas objetivas determinen. Pero también va a ser la reacción generada en la sociedad ante esas fuerzas. En la actualidad, existen tres significados precisos cuando se habla del futuro del trabajo. Primero, se acabó el pleno empleo en esta sociedad; es irrecuperable tal como se conoció en las economías ricas durante el período que va desde después de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los ‘70. Segundo, lo que se acabó también son los buenos empleos, es decir, los trabajos en relación de dependencia, estables, con protección social y con remuneraciones crecientes. Y tercero, las sociedades humanas van a tener que trabajar tan poco que el empleo dejará de ser el eje articulador de esas sociedades.
–Usted menciona que se acabó el pleno empleo. Pero, en la actualidad, Estados Unidos sí lo tiene.
–Es interesante esa observación, puesto que me permite abordar unos de los mitos acerca del fin del trabajo. Existen muchos elementos de tremendismo cuando se habla del futuro del trabajo. Se hacen análisis con componentes milenaristas. Si se acaba el milenio cómo no va a suceder algo dramático. El origen de esa visión hay que buscarla en que existe una revolución tecnológica enorme, entonces el trabajo “ya no se necesitará”. Es una exageración. Un par de consideraciones: 1) la revolución tecnológica no es general en todos los sectores productivos, sino que toca algunas actividades. Entonces, el efecto global no es tan tremendo. No digo que no exista, que no sea significativo, pero paremos un poco el tremendismo, el snobismo, los clichés de moda. 2) Estudios recientes muestran que en la fase de expansión cíclica de las economías de los países más ricos del mundo el empleo se movió muy poco respecto a lo que era habitual en los ciclos de treinta años atrás. Entonces, el problema principal de las distorsiones de la ocupación no es la tan mentada revolución tecnológica, sino la pérdida de capacidad de crecimiento de las economías ricas.
–¿La elevadísima desocupación, como la que hay en Argentina, se resolverá solamente con crecimiento económico?
–Es una condición necesaria, el crecimiento económico a tasas elevadas y en forma sostenida, pero no suficiente. Creo que el nivel de desempleo actual, del orden del 12-13 por ciento, es una meseta que se mantendrá por unos cuantos años.
–Para disminuir el desempleo, la reducción de la jornada laboral, como se está implementando en algunos países europeos, ¿es una alternativa?
–Ahora no se puede aplicar en la Argentina por el diferente grado de desarrollo material. En los países ricos, las políticas de empleo van en ese camino. Si la revolución tecnológica ha sido tan grande que ha reducido las necesidades de insumos de trabajo, lo único que puede cerrar esa brecha es el acortamiento de la jornada laboral. Además, en el último siglo, la jornada de trabajo ha estado cayendo permanentemente. Y va a seguir reduciéndose más.
–¿Sólo en los países ricos?
–Sí. En los pobres, los que están en vías de desarrollo o con problemas serios de competitividad externa, como Argentina, es más difícil de implementar una política de reducción de la jornada laboral.
–Respecto al fin de los buenos empleos, el modelo laboral europeo, de protección social de los trabajadores, ¿se ha agotado?
–Existe un deterioro de las condiciones de protección social. Pese a ello, el nivel sigue siendo muy alto aun después de varios años de gobiernos neoliberales. Lo que sucede es que los nuevos empleos son peores a los que se creaban antes.
–¿Tiene que ser necesariamente así?
–Los argumentos que se dan para explicar el deterioro en las condiciones de ocupación se refieren, por un lado, a que la globalización y la competitividad internacional exigen peores condiciones al trabajador porque costos laborales elevados afectan la competencia. También se arguye que, dada la presión de la competencia externa, si las condiciones laborales fueran las de antes la rentabilidad del capital sería tan baja que el sistema no podría funcionar. Esas ideas enmascaran otros puntos importantes.
–¿Cuáles?
–Si efectivamente existe un gran dinamismo tecnológico, la productividad del sistema va a crecer mucho, como ha estado sucediendo. ¿Adónde va esa ganancia de productividad si el nivel de los salarios se mantiene estable?
–¿Adónde?
–A rentabilidad del capital. No es tan cierto, entonces, que no existan márgenes para mejorar las condiciones de vida de la masa de la población.
–Le podrían decir que si la retribución al capital disminuyera a favor del trabajo, y ante la necesidad de cada vez mayores inversiones para sostener el avance tecnológico, la productividad bajaría. Y, por lo tanto, la economía crecería menos.
–La productividad es tan elevada en la actualidad que hay margen para transferir una pequeña parte de esa ganancia para mejorar las condiciones de la gente sin que sea afectado su dinamismo.
–Otra idea que se repite cuando se habla del futuro del trabajo dice que el trabajador industrial, ocupando un lugar en una cadena de montaje, será cada vez más una rareza y que sólo habrá empleos en el sector servicios.
–Si se proyecta mecánicamente la tendencia de los últimos veinte años, diría que dentro de otros veinte años la tasa de desocupación será muy alta y los trabajadores ocupados estarán en peores condiciones. Esa es una proyección mecánica de lo que pasó. Pero lo que pasó no tiene que necesariamente continuar de la misma manera sin otra alternativa.
–Existe una tendencia, en sí misma, de modificaciones en las cualidades del empleo.
–Sí. En ese caso, creo que es probable proyectar para el futuro un aumento de la presencia de los trabajadores en el sector terciario y de obreros industriales calificados para operar ciertas tecnologías. Y poco se puede hacer para modificar esa tendencia. Pero lo que digo también es que esas características del empleo no significan necesariamente que el desempleo tenga que seguir aumentando, como tampoco que la ocupación siga deteriorándose. Depende de la reacción que tenga la sociedad frente a ese contexto de aumento constante de la productividad con deterioro laboral. Es bueno que crezca la productividad, pero también lo es que ese fruto se distribuya apropiadamente para mejorar las condiciones de vida de la gente.
–¿La incorporación activa de la mujer al mercado laboral en las últimas dos décadas modifica las proyecciones que se hacen sobre el empleo?
–Es una tendencia muy vieja. En las etapas iniciales de la Revolución Industrial las mujeres trabajaban tanto como los hombres. Cuando mejoraron las condiciones de vida, a fines del siglo pasado, las mujeres se retiraron del mercado de trabajo. A partir de las décadas del 20 y del 30, dependiendo de los países, comenzó una reversión y la mujer retornó al mercado.
–Ahora la mujer ocupa puestos de trabajo más calificados que antes.
–No es así. Las primeras mujeres que volvieron al mercado de trabajo no lo hicieron en el servicio doméstico. Fue una progresión general de la mujer con una participación creciente en el mercado de trabajo. Esa tendencia continuará en el futuro, y creo que es un fenómeno en sí mismo muy positivo. Incluso en algunos países europeos la participación de las mujeres en el mercado laboral es casi igual que la de los hombres.
–Para conseguir un empleo calificado cada vez se requieren más credenciales educativas. Ya no bastan estudios universitarios. Esa demanda profundiza la exclusión laboral y social de una parte importante de la población.
–Es una tendencia que existe, y que puede seguir. Pero insisto que no debe ser necesariamente así en el futuro. No es mecánico. Las sociedades pueden recurrir a instrumentos para evitarlo. Quiero romper con esas ideas mecánicas y fatalistas que proyectan el deterioro social y laboral de estos años hacia el futuro como una tendencia irreversible e inmodificable. Y no estoy pecando de voluntarismo, porque si se piensa que no se puede hacer nada lo que se propone entonces es un suicidio social.