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OPINION

Por medios propios

Por Eduardo Aliverti

Hace ya bastantes años –cerca del fin de la primavera alfonsinista– mucha gente tuvo la buena idea de montar emisoras de radio por su cuenta. Fue cuando comenzaba a agotarse la perspectiva de un Estado que asegurase la continuidad de medios pluralistas y abiertos a la comunidad. Los periodistas tenían que pagar por sus espacios, y proyectos como el de Radio Belgrano iniciaban su decadencia.
En todo el país proliferaron antenas y equipos transmisores; y la novedad fue aceptada por audiencias crecientes que encontraban, en la radio del barrio o de la zona, mensajes y opiniones vedados por las emisoras tradicionales. El correr del tiempo mostraría tres problemas centrales para el desarrollo de la experiencia: a) un acelerado proceso de concentración multimediática, que tanto en lo tecnológico cuanto en la habilidad de innovar esquemas y figuras se reveló como un enemigo formidable para los radiodifusores pequeños; b) la ausencia de articulación entre éstos, que fueron incapaces de optimizar esfuerzos y recursos y, c) el auge de la fórmula “póngase una radio o compre un espacio y diga todo lo que quiera”, con un desprecio total por aspectos estéticos y profesionales que terminó agotando a las paciencias más enhiestas.
Hoy, queda entre poco y nada de aquel espíritu de comunicación alternativa y comunitaria que empujaba a los broadcasters de los comienzos. Las otrora radios “truchas” debieron ser aceptadas por la legalidad formal, pero una mayoría de ellas fue cooptada por el propio sistema en términos de propiedad, mensaje y comercialización. Sin embargo, la utopía, los motivos que les dieron nacimiento no sólo no experimentaron cambios sino que puede vérselos acentuados: ofrecer opción y participación populares contra la lógica uniforme de la megaconcentración de medios. Contra la cultura clip, y por la discusión de ideas de fondo sin asfixias de auspiciantes. Por la generación de nuevos comunicadores, profesionalizados, y contra el monopolio del discurso dominante.
Sería entonces una muy buena idea aprender de los errores y retomar los objetivos iniciáticos. Que tantos luchadores y organizaciones sociales que carecen de canales de expresión entiendan que los medios no reemplazan a la política, pero que no hay construcción política si no se dispone de (los) medios. Que antes que fondos hace falta vocación de agruparse y expandirse. Que sin capacitación no se compite contra los monstruos. Y de última, que por muy epopéyica que parezca la empresa se la lleva adelante o habrá cada vez menos enterados de que algunos, quizá muchos, todavía quieren cambiar el mundo.

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