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Hay gente que no tiene nombre

Herrero, Carpintero o Sastre son ejemplos de apellidos que, como casi todos en su origen, daban cuenta de una actividad llevada a cabo por sus portadores o sus antepasados. Esta nota propone crear apellidos a la carta de la época, y sugiere varios, como Paseaperros, Subempleado o Endodoncista.

Por Julio Nudler

Aunque soy periodista, me llamo fideero, porque han de saber que eso significa mi apellido. ¿Quién se llama Periodista? Nadie. La razón es sencilla: cuando el periodismo nació como oficio, los apellidos ya estaban todos inventados y atribuidos, habiéndose cerrado el registro para inscribir otros nuevos. Por tanto, como el apellido, igual en la república que en la monarquía, es hereditario, y todos nacemos de alguien, que suele llamarse de algún modo aunque no sepa por qué, el surtido de apellidos no varía con el tiempo ni con el crecimiento demográfico. Puede haber un millón de Herrero, o diez millones, a despecho de que los portadores del apellido no ejerzan ya el decadente oficio del ancestro (sólo sostenido por la manía de enrejar todos los huecos), de que ya ni siquiera sepan en qué consistía o de que ese oficio haya desaparecido del todo, aniquilado por la posmodernidad. Y así como esos Herrero, habrá otros millones de Schmidt, Smith, Fabbro o Ferrer.
Sucederá otro tanto con los Carpintero, Stoler, Zimmermann, Plotnicki o Carpenter. Y probablemente lo mismo con los Sastre, Schneider, Tailor o Sarto. En la guía telefónica puede el lector curioso encontrar muchos Carbonero. Tiene para elegir entre Isidro, Ramón y otros. O tal vez prefiera la versión Carvoeiro, o la Carbonaio, o bien la Köhler, más de moda por así apellidarse el carismático nuevo jefe del FMI. Más difícil le será hallar en cambio carbonerías, aunque alguna quede por pura nostalgia. También hay una buena provisión de Carrero y Carretero, con sus colegas Charretier, Fuhrmann, Wheelwright o Carretiere, apellidos todos del tiempo de las carretas. Lo mismo que Layador. ¿Alguien sabe a qué se dedica esa persona, o cuál es su laya? ¿Y Chamarilero, que es una especie de cultor de la segunda mano? Probablemente haya sabido de algún Tejedor, o conozca al menos la calle (ésa de unas doce cuadras, que nace en avenida La Plata, ¿la ubica?), y también columbre, si es leído o melómano, a Weber, o quizás a Weaver y Tessitore. ¿Pero puede señalar a algún mocito que anuncie su decisión de ser tejedor en la vida?
Lo que ocurre con los apellidos es que tienen la fecha vencida. Indiferentes al cambio tecnológico, no conocieron la revolución industrial ni el código de convivencia. Por tanto, perdieron actualidad, como se han perdido los buenos modales, las conquistas obreras y el cine como arte. El nomenclador humano está pidiendo a gritos apellidos del momento, como Internauta, Motoquero, Estóper, Naturista, Paseaperros, Videasta, Repositor, Travesti, Rockero, Subempleado, Telemarketer, Político, Comunicador, Endodoncista, Movilera, Programador, Chivero, Dejota, Ñoqui, Barrabrava, Cartonero, Diputrucho, Radioescucha, Piquetero, Microcirujano, Chateador, Manzanera, Menemólogo, Demóscopo, Carenciado o Mula.
La estirpe, el linaje, la alcurnia o la prosapia, adorno de ciertos apellidos rancios, no sufrirán con la renovación porque no son atributos de nadie que tenga como antepasado a un trabajador. Es preciso que los nuevos menesteres humanos hallen reflejo en los apellidos para reordenar las relaciones humanas y actualizar el quién es quién. ¿En qué ayuda al mutuo conocimiento que la gente siga siendo identificada con labores extinguidas? El discernimiento empieza por el apellido, como siempre sostuvo Cavallo.

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