Reportajes en la historia  |  para recordarlos con sus propias palabras
Marshall T. Meyer (1928-1993), rabino, miembro de la Conadep.
Publicado el 1º de septiembre de 1994

“La obediencia debida se debe a la amnesia colectiva”

Por Ernesto Tenembaum

Junto con Roberto Graetz, que militó en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos hasta 1977, año en que viajó a Brasil, Marshall T. Meyer fue el religioso judío más destacado en la lucha por los derechos humanos durante la dictadura militar. Sus seguidores recuerdan sus encendidas prédicas en la sinagoga de la comunidad Bet-El en los años más duros de la represión. Con la llegada de la democracia, Meyer integró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), fue condecorado por el presidente Alfonsín con la Orden del Libertador General San Martín y su nombre apareció en primera plana de los periódicos de la ultraderecha argentina: se lo acusaba de rabino, de homosexual y de norteamericano.

–En su momento, los ex miembros de la Conadep manifestaron su repudio a la ley de punto final. Sabato, después del desprocesamiento de los militares acusados de torturas y homicidios producto de la ley de obediencia debida, dijo que la tarea de la Conadep le parecía “un poco estúpida”. ¿Cómo vivió usted estos hechos?

–Yo me identifico con Ernesto Sabato, con quien luchamos y peleamos durante todos los vaivenes de la Conadep. Pero no coincido completamente con esa frase suya. No me siento estúpido porque el Nunca Más queda como un testimonio histórico. Me encantaría que pasaran el programa por todos los canales de televisión y que el libro fuese lectura obligatoria en todos los colegios. Pero la obediencia debida es un trágico error histórico que vamos a tener que pagar muy caro. De todas maneras, no creo que haya que concentrar las culpas en una persona o en un partido. Es típico de la mitología argentina el hábito de echar culpas en lugar de decir mea culpa o, mejor todavía, si llegásemos a la madurez política de decir “nuestra culpa”. No puedo aplaudir al presidente Alfonsín ni al partido radical por la ley de obediencia debida. Pero tampoco al peronismo que no se presentó a discutirla en la Cámara de Senadores, ni al pueblo argentino. Si hay obediencia debida es porque no había tanta gente interesada en el castigo a los torturadores. Solamente la amnesia de la mayor parte del pueblo argentino, que parece querer olvidarse de los peores crímenes que se hicieron en su historia, permitió esto. No se puede culpar solamente a un presidente o a un partido. Se habla mucho de que hubo 750.000 personas en la Plaza de Mayo. ¿Dónde estaban los otros 29 millones? 750.000 no pueden defender los derechos de 30 millones.

–¿Quiere decir que éticamente no acepta la obediencia debida, pero la justifica políticamente?

–Yo no estoy justificando nada. Estoy tratando de analizar cómo puede pasar una cosa así. Esto no sucede sólo por culpa de un presidente, sino por una situación de amnesia colectiva y de falta de garra. No puede ser que se sigan escuchando sin decir nada las blasfemias de Quarracino o los gritos fascistoides de Caridi. Si no reaccionamos, en pocos años más vamos a estar donde estuvimos. Los políticos, los estadistas, los maestros tienen el deber ético y moral de impedir el olvido. Alentarlo es condenar a los pueblos a la repetición de su pasado. Me alarma la posibilidad de que se reivindique a las Fuerzas Armadas cuando nunca reconocieron su culpabilidad y se jactan de lo que hicieron. Sería matar a los desaparecidos por segunda vez. Es lo mismo que hace Pinochet cuando dice que los judíos muertos por el nazismo fueron solamente cuatro millones y no seis, o los norteamericanos y europeos cuando dicen que el Holocausto judío no existió. Estoy de acuerdo con todo lo que perpetúe la memoria de los desaparecidos: desde un concurso nacional de esculturas hasta el nombramiento de una plaza central del país en su homenaje. Hay que asegurar de alguna manera que esto quede grabado en la historia argentina.

–¿Está conforme con la política de derechos humanos que implementó el gobierno?

–No estoy conforme con lo que está pasando. Me repugna la idea de que torturadores y criminales estén caminando por las calles en libertad sin posibilidad de que se los juzgue. Creo que se desaprovechó la luna de miel de los argentinos y la democracia, cuando todo el pueblo estaba asqueado porque se había enterado de lo sucedido. Le voy a dar un ejemplo. En la semana del 10 de diciembre, pasé varias horas con el Presidente y le rogué que se nombraran treinta o cuarenta jueces ad hoc para que la Conadep les pasara las pruebas a medida que las iba descubriendo y pudieran rápidamente castigar a los culpables. Esa oportunidad se desaprovechó.

–¿Qué está haciendo en los Estados Unidos?

–Estoy armando una comunidad alrededor de una sinagoga comprometida con la realidad de la ciudad que la rodea. En Nueva York hay cuarenta mil personas sin hogar. Instalé en el sótano del templo un lugar donde, por la noche, duermen cientos de personas sin techo, con hambre, muchos de ellos negros y casi ningún judío, a pesar de que hay miles de judíos pobres allí. En los Estados Unidos hay 34 millones de personas que viven en condiciones de extrema pobreza. Estamos tratando de crear una comunidad coherente con el mensaje social del judaísmo. Creo que si uno toma la Biblia en serio no necesita de ideas políticas. Lo que miles de jóvenes encuentran en la izquierda yo lo encuentro en el mensaje de los profetas.

–¿Realiza también un trabajo de solidaridad con Nicaragua?

–Sí. Integro un grupo de religiosos que se oponen a todas las barbaridades que comete la administración de Reagan en Centroamérica. Se está ensuciando totalmente la imagen de los Estados Unidos, y violando la ética y la ley. Como dije alguna vez en la televisión norteamericana, si Gorbachov estuviera buscando alguien que lo ayude en su política para Latinoamérica y, principalmente para Centroamérica, emplearía a alguien como Reagan.

–Los funcionarios de la política exterior norteamericana argumentan que están contra todo tipo de dictaduras. Ejemplifican mencionando a Chile, Paraguay, Nicaragua y Cuba. ¿Son comparables Chile, Paraguay y Nicaragua?

–De ninguna manera. Hubo abusos por parte de los sandinistas. Yo estuve en Managua, conozco lo que está pasando, sé que hay censura. Creo que, como todos los pueblos, los nicaragüenses cometieron errores. Pero los errores de los sandinistas no pueden ser comparados con los crímenes de los contras. El sandinismo no tiene ninguna relación con un régimen dictatorial como el de Alfredo Stroessner, que mantiene en la esclavitud a tres millones de paraguayos desde hace 34 años, ni con las barbaridades de Pinochet. Resulta difícil para mí, como ciudadano norteamericano, aceptar que mientras se habla de democracia interna, el gobierno de los Estados Unidos apoye económica y militarmente a regímenes fascistas. No es cierto tampoco que se utilice la misma política frente a Pinochet y a Ortega.

–¿Cómo se conjuga su condición de rabino –que lo vincula, al menos afectivamente, con el Estado de Israel– con su apoyo a Nicaragua, teniendo en cuenta que Israel sigue la política de Reagan en Centroamérica?

–Yo tengo un compromiso completo y total con la existencia del Estado de Israel. Pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con que su gobierno se haya casado totalmente con la administración Reagan, por lo que ellos interpretan que es una necesidad y yo creo que no es tal. Israel se equivoca si cree que podrá solucionar sus problemas por medio de las armas y de un pragmatismo político que lo obliga a contradecir los principios éticos del judaísmo. Eso no le va a asegurar más que algún apoyo económico.

–Cuando terminó el trabajo de la Conadep, El Periodista publicó la nómina completa de los implicados en violaciones de derechos humanos durante la dictadura militar. En ella figuraba el nuncio apostólico Pio Laghi. Ernesto Sabato desmintió que así fuera. ¿Ratifica usted la versión de El Periodista?

–Pio Laghi es actualmente el nuncio apostólico en Washington. Yo tuve muchas entrevistas con él durante la represión. No me queda ninguna duda de que tenía conocimiento íntimo y total de lo que estaba pasando. En algunos casos trató de ayudar. Pero pongo en duda que haya tratado de ayudar en todos los casos.

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