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Ciencia|Miércoles, 27 de enero de 2016
Neuroepigenética, los nuevos estudios sobre malnutrición materna

Un problema molecular de escala social

Un equipo de investigadores de la UBA liderado por Eduardo Canepa analiza el impacto de las deficiencias proteicas de madres embarazadas en el desarrollo de las habilidades cognitivas y físicas de los niños. El rol de la educación alimentaria y la importancia de los estímulos.

Por Pablo Esteban
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Eduardo Canepa es doctor en Ciencias Químicas, con un posdoctorado en el Instituto Pasteur de Francia.

Todo el mundo sabe que las mujeres deben tomar ciertos recaudos durante el embarazo. Una dieta carente de proteínas puede causar efectos negativos, en algunos casos irreversibles, en el crecimiento físico y el desarrollo neurológico de los hijos. Se trata de un precepto que está constituido sobre las sólidas bases que conforman el sentido común y sobre el cual es necesario avanzar si el objetivo es cumplir con el más bello de los propósitos científicos: resolver los problemas de las personas. En esta línea, la neuroepigenética se consolida como un área de estudio, que cruza los aportes de campos como la biología molecular y las neurociencias, y habilita a un análisis integral de conflictos de relevancia social.

Del mismo modo, existe una segunda premisa que también forma parte del fantasmagórico espectro que guía los sentidos sociales: una alimentación saludable es central para que funcione de manera correcta el cuerpo humano. Ahora bien, ¿qué ocurre al discernir este enunciado? ¿Cuáles son las bases moleculares que explican las deficiencias cognitivas de los más pequeños? ¿Qué rol ocupan los diversos ambientes de socialización infantil y el grado de estímulos en la regulación génica? En definitiva, ¿qué conoce la química acerca de los modos de nutrición?

Eduardo Canepa es doctor en Ciencias Químicas y realizó un posdoctorado en el prestigioso Instituto Pasteur de Francia. Conduce, además, el Laboratorio de Neuroepigenética de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, institución en la que se desempeña como profesor de Química biológica y Biología molecular. Aquí, comparte cómo nació su vocación científica cuando era adolescente, describe el modo en que los estudios biológicos comienzan a considerar el análisis de las interacciones sociales y los diversos espacios de socialización, al tiempo que propone un abordaje neuroepigenético para el diseño de estrategias capaces de combatir la malnutrición y las deficiencias proteicas.

–Leí que descubrió su vocación científica cuando era muy joven...

–De niño tenía muchas dudas acerca de lo que me gustaba, sin embargo, cuando cursé 4º año en el colegio secundario tuve la primera experiencia con química y enseguida sentí pasión. Tanto me gustó que me armé un laboratorio en la casa de mi abuela para poder comenzar a realizar investigaciones, precarias pero investigaciones al fin. Contaba con libros viejos que explicaban experimentos sencillos. Todo ello definió mi trayectoria con rapidez. Fue el primer paso, la puerta que debía abrir para poder acceder al mundo de la química.

–Luego de la licenciatura, realizó un doctorado en la UBA y más tarde un posdoctorado en Francia. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Mi estadía en el Instituto Pasteur es algo que me enorgullece pero no por mera vanidad, sino porque haber estudiado allí me permitió acceder a una mística muy particular, una forma de trabajar, una disciplina distinguida. Cierto compromiso con la rigurosidad y la investigación que capturó mi espíritu y, por supuesto, también influyó tanto en mi forma de hacer ciencia como en mis maneras pedagógicas.

–Usted conduce el laboratorio de neuroepigenética. Explíqueme qué es eso...

–La epigenética comprende el estudio de todos aquellos factores no genéticos, es decir, componentes que no se encuentran directamente codificados en la secuencia del DNA y que contribuyen al desarrollo de un organismo o bien a la adquisición de sus características particulares. Se trata de modificaciones químicas que se efectúan sobre el propio DNA o bien sobre las proteínas que interaccionan con él –denominadas histonas– que, en última instancia, pueden modificar la expresión de los genes. Es decir, aumentar o disminuir la síntesis de ciertas proteínas, en efecto, moléculas que nos definen como seres humanos al cumplir las funciones del organismo.

–¿Y qué estudia la neuroepigenética?

–Estudia los mecanismos epigenéticos que ocurren en el cerebro. Existen dos tipos de mecanismos epigenéticos. Los primeros –”clásicos”– ocurren desde el momento en que somos concebidos y explican el proceso mediante el cual una célula va diferenciándose y gana complejidad para producir tejido nervioso, hepático, renal, etc. Hasta hace unos diez años, se creía que esta clase era la única. Sin embargo, luego se observó que el ser vivo mientras se forma interacciona con el medioambiente, es decir que atraviesa diversos procesos de socialización.

–Es decir que los estudios genéticos comenzaron a considerar las interacciones sociales como una variable importante...

–Exacto. En esa línea nos enfrentamos a contextos seguros, escenarios saludables o tóxicos, cuidados médicos, educación, etc. Todo eso dispara mecanismos epigenéticos que de acuerdo a nuestras experiencias promueven que se activen o repriman ciertos genes. Ya que no hay dos personas que realicen las mismas experiencias, la expresión de los genes se exhibe de modo diverso en cada quien y eso, finalmente, es lo que hace tan distintos a los seres humanos más allá de compartir el mismo genoma como especie.

–De modo que existe, en el marco del campo de la genética, cierta recuperación por lo social y todas sus implicancias. La centralidad de los escenarios y las dinámicas humanas de interacción. ¿Sería correcto anclar sus estudios en la rama denominada epigenética social?

–Sí, una parte de todo lo que hacemos tiene este anclaje. Un estudio que combina la bioquímica con el examen de las implicancias que se sintetizan en el acervo cultural y que devienen de los contactos del ser humano con sus pares y con el medioambiente. Hay un libro muy ilustrativo que puede resumir todo mediante una frase: a cada cual su cerebro. De ese modo, no existen dos personas con dos cerebros iguales, es decir, con pensamientos, deseos y pasiones idénticas.

–¿Cómo se relaciona esta perspectiva neuroepigenética con su análisis puntual vinculado a la nutrición de mujeres embarazadas y sus efectos en la formación de los bebés?

–En principio, algo que siempre aclaro: nosotros no realizamos estudios basados en nutrición, para ello existen los nutricionistas que pueden recomendar a las embarazadas con mayor idoneidad qué deben comer y qué no. En cambio, nuestro equipo se encarga de examinar las causas, efectos y propiedades químicas de la malnutrición. A diferencia de la desnutrición que implica ingerir pocas calorías de todos los alimentos, la malnutrición se relaciona con la no absorción de todos los nutrientes que son necesarios para un funcionamiento adecuado. En este marco, nos interesamos por el examen de los efectos que produce una alimentación baja en proteínas. Es el componente más caro y, por ello, usualmente, representa el déficit más importante al menos en nuestros países de la región.

–¿Y cómo ingresa la neuroepigenética en todo esto?

–Como comenté, la neuroepigenética analiza las experiencias tempranas. Los hábitos de alimentación, es decir, el modo en que los seres humanos interaccionan con los alimentos, sus hábitos y costumbres, tienen una centralidad que es importante considerar. Afrontar una malnutrición implica sufrir una experiencia temprana adversa que influye a su vez en los mecanismos epigenéticos.

–¿Qué efectos tiene la malnutrición de mujeres embarazadas en el crecimiento de los niños?

–Ocasiona deficiencias cognitivas, problemas de aprendizaje, dificultades de crecimiento. Nosotros buscamos conocer cuáles serían las bases moleculares, los mecanismos epigenéticos y la desregulación génica así como otros factores que se involucran y definen estas problemáticas. Con esto, no vamos a revertir la malnutrición porque cuando la tratamos ya está presente. Por ello lo que procuramos es atenuar sus efectos.

–¿De qué manera ustedes trabajan en el laboratorio?

–Trabajamos con roedores. En principio les suministramos una dieta deficiente en proteínas a las madres de los ratones y observamos las consecuencias que se exhiben en las crías. Es un modelo de malnutrición perinatal –es decir, comprende los períodos inmediatamente anteriores o posteriores al natalicio–. Contamos con tests comportamentales y cognitivos para evaluar si remedan lo que ocurre en humanos, si exhiben trastornos de ansiedad, de depresión, etc.

–¿En qué medida los estudios que realizan en ratones pueden aplicarse a los seres humanos?

–En esa línea ya hemos comenzado a trabajar con el MinCyT e instituciones educativas de diferentes puntos del país para realizar estudios de campo longitudinales. En humanos, lo que es posible hacer es la marcación de los mecanismos epigenéticos a partir de la extracción de saliva y sangre. De modo que la idea es comparar y hallar correlatos entre los procesos genéticos que evidenciamos en ratones y los que hallamos en personas.

–Y una vez que comprueban el correlato, ¿cómo sigue el proceso?

–Se puede revertir esta regulación génica a partir de estímulos medioambientales. En niños sería la promoción de ambientes que promuevan la lectura, es decir, conocer con mayor detalle qué ocurre a nivel molecular cuando aumentan las instancias de estímulos y se modifican sus conductas cognitivas y de aprendizaje.

–¿Qué ocurre si a un niño malnutrido se le suministran las proteínas necesarias a medida que crece? ¿Se producen modificaciones a nivel molecular que mejoran sus posibilidades?

–Se puede modificar porque no se trata de un proceso irreversible, pero requerirá de mecanismos de estimulación cultural y social muy acentuados. Cualquier experiencia temprana adversa que se prolonga hasta los primeros dos o tres años de vida exhibe efectos que se prolongan cuando los individuos alcanzan la adultez. Es bastante drástico y lamentable pero lo indica la realidad.

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