Imaginemos la literatura como una utopía, un lugar en el que imperan los modelos más encumbrados, casi inaccesibles. Esta es mi utopía. Aquí están los modelos que infiero o me parece que sustentan la empresa de la literatura.
- Uno. Las actividades literarias (la escritura, la lectura, la enseñanza) son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple profesión, que se sujeta a las nociones comunes del éxito y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia.
- Dos. La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales. Esto implica que no se confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Esto implica que no se hace uso de la literatura o de los premios literarios para respaldar fines ajenos a ella: por ejemplo, el feminismo. Hablo como feminista. Esto implica que no se reparten recompensas a los escritores como medio de pagar consecutivo tributo a la diversidad de las identidades nacionales.
- Tres. La literatura es una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Deberíamos leer a través de las fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos.
- Cuatro. Las pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado.
Para enunciar de otra manera lo que acabo de decir:
- Uno. Desprecio los valores mercenarios.
- Dos. Aversión a hacer uso instrumental de los escritores; por ejemplo, celebrar a los autores sobre todo en calidad de representantes de comunidades que se imaginan marginadas, con el fin de manifestarles su apoyo.
- Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales.
- Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura.
Estos son en efecto los valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura aún los encarna. Aún estimulan a los escritores. Aún nutren a los verdaderos lectores.
* Extracto del discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias 2003.