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El país|Domingo, 13 de abril de 2008

Ponerse a la altura

Por Mario Wainfeld
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La salida de la convertibilidad fue catastrófica, la (relativa) reconstrucción fue tumultuosa y bastante injusta. Cambió el elenco de los ganadores, mejor emblocado en sectores productivos, pero siguió (sí que atenuada) la penuria de los menos favorecidos. Las retenciones fueron, desde el vamos, un recurso ineludible para mitigar las desigualdades, controlar los precios internos y dotar de recursos al Estado. También un imperativo de justicia: los que triplicaron de un día para otro sus ingresos tenían (por razones económicas y éticas) que aportar una cuota para los que vieron licuarse sus salarios o se quedaron de patitas en la mera calle.

En el conflicto con “el campo” el Gobierno adujo buenos motivos para mantener una presión fiscal alta en términos históricos, pero no mayor que la de países más establecidos. Se aludió a la redistribución del ingreso y a la lucha contra la concentración económica, entre otros objetivos valorables. Hasta ahora los instrumentos elegidos por los gobiernos kirchneristas no han sido eficaces en pos de esas metas o, charramente, no las han perseguido.

Claro que no es fácil urdir políticas públicas que frenen la concentración (un sesgo firme en la economía globalizada) en medio de un efervescente proceso de crecimiento. Cabe agregar que no se esmeró tanto el oficialismo, tal vez porque interactuar con un puñado de interlocutores simplificaba el manejo de sus políticas macro. En lo concerniente a la política de precios fue obvio que Guillermo Moreno las tenía más fácil acordando con un puñado de grandes jugadores que procurando improbables acuerdos con miles de pymes o mercadistas de barrio.

La foto de la Argentina en 2008 comprueba que los productores agropecuarios no son los únicos que mejoraron su lugar en el mundo y multiplicaron “n” veces su nivel de ingresos. Muchas ramas de la industria también aprovechan el tipo de cambio competitivo para exportar manufacturas muy sencillas, con alto rinde. El oficialismo los mira con más cariño, en parte por su visión industrialista-desarrollista, muy propagada en todos los partidos políticos populares. También porque les atribuye la capacidad de generar puestos de trabajo, una de las (meritorias) obsesiones de su imaginario. Con todo, existen manufacturas muy sencillas con escaso valor agregado (diríamos algo así como yuyos de metal) que se exportan con buen rinde y baja carga fiscal.

La actividad minera es un caso aún más ominoso. Acorazados en los leoninos contratos noventistas, los susodichos empresarios viven en jauja impositiva, muy cuestionados también por su desaprensión por el medio ambiente. Hablamos de una actividad extractiva cuya principal fuente de munificencia son los metales que Tata Dios prodigó por acá y acullá.

En círculos íntimos, funcionarios de primer nivel reconocen que poco o nada se hizo en estos años con relación a grupos o sectores privilegiados y concentrados. Por ponerlo en una metáfora cara al ideario oficial, postulan que nadie puede ponerse melindroso puesto a elegir el bondi que lo saca del infierno. Y profetizan que se acerca la hora de recomponer el cuadro, con pinceladas más finas.

Jamás podría acometerse esa tarea sin la condigna voluntad, pero también hacen falta otros recursos. Entre otras variables, es forzoso reemplazar la épica del hecho cotidiano que signó el mandato de Néstor Kirchner con la urdimbre de escenarios de mediano y largo plazo que deberían ser la marca de la gestión de Cristina Fernández de Kirchner. La mística de la decisión tomada de volea debe compatibilizarse con el planeamiento, la concertación, la elaboración de agendas sofisticadas con “mesas” para discurrirlas.

El desafío del Gobierno es obrar revisión de las herramientas, la corrección de patentes disfunciones del “modelo neokeynesiano” sin renunciar a sus premisas. Entre otras variables debería registrar las limitaciones de sus políticas laborales-sociales en la batida contra la igualdad. Los resultados notables en la merma de la pobreza y el desempleo no se bastaron para atenuar las diferencias entre pobres y ricos. Y hasta acentuaron las diferencias en el espectro de los trabajadores. Amén de una política fiscal más sofisticada (y más agresiva con algunos “ganadores aliados” bastante intocados) suenan necesarias políticas postergadas, como la extensión del seguro de desempleo. También con miras a ese horizonte va siendo hora de que el Gobierno agende como issue de discusión la asignación universal por hijo, un tópico injustamente desmerecido en su cúspide. Una medida novedosa, digna de ser pensada a fondo entre otros motivos porque significaría la implantación de un nuevo derecho ciudadano comenzando a llenar una página que está en blanco desde hace medio siglo, en tiempos del desarrollismo del siglo XX.

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