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El país|Domingo, 22 de diciembre de 2002
EL FIAT QUE SUPERVISABA LOS SAQUEOS EN CUIDADELA EL 19 DE DICIEMBRE DE 2001

El auto del misterio

Apareció en los saqueos de Ciudadela, en diciembre del año pasado, “custodiando” y en apariencia organizando los robos. Reapareció tranquilamente estacionado pocos días después en la Plaza de Mayo, cuando asumía Rodríguez Saá. El Fiat Spazio pertenece en realidad a la agencia de seguridad Segar, donde revisten varios represores de la dictadura con negros antecedentes y que es dirigida por Eugenio Ecke, investigado por el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas.

Por Miguel Bonasso
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El Spazio con sus marcas y logo todavía visibles, y sin la chapa trasera. Fue
perfectamente reconocible para los que lo vieron dirigiendo saqueos en Ciudadela.
Los lectores de Página/12 probablemente ya lo saben: el Fiat Spazio 147 que aparece en esta página jugó un papel importante en la inducción y supervisión de los saqueos perpetrados en Ciudadela el 19 de diciembre del año pasado. Lo que seguramente no saben es que el logotipo y las direcciones que porta en su carrocería corresponden nada menos que a la firma Segar, la agencia de seguridad del Exxel Group y de varios grupos económicos muy fuertes, como Carrefour, Wal-Mart Argentina SA, Shell, Casa Tía SA, etc. Menos aún deben saber que esta agencia de seguridad recluta .-violando la ley vigente– a connotados represores como el comisario retirado de la Policía Federal Luis Donocik (alias “Polaco Chico”). Sólo los especialistas recordarán que uno de los principales ejecutivos de Segar es Eugenio Eduardo “Pipo” Ecke, quien fue investigado por la Justicia en 1997 en relación con el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas.
Una agencia de seguridad que cuida a los hipermercados pero aparece favoreciendo el saqueo de los comercios chicos; represores de la dictadura militar que actúan en conjunción con punteros del PJ; un auto que reaparece misteriosamente frente a la Rosada el día que asume Adolfo Rodríguez Saá, son algunos de los ingredientes de un nuevo thriller bonaerense que seguramente no llamará la atención del ministro de Justicia y Seguridad Juan José Alvarez, pero tal vez despierte la curiosidad del juez Norberto Oyarbide, el magistrado que investiga el presunto complot para derrocar a Fernando de la Rúa.
Un auto inolvidable
Cuando se lo volvió a encontrar, se estremeció ante la revelación: era el mismo auto que había visto en Ciudadela cuatro días antes. Ahora eran las once y media de la mañana del domingo 23 de diciembre y el Fiat Spazio 147 se recortaba, en privilegiada soledad, sobre Hipólito Yrigoyen a la altura de Alsina. Un rato antes Daniel Vides, un joven fotógrafo de la agencia Noticias Argentinas, había salido de la Casa Rosada, donde se aprestaba a jurar Rodríguez Saá, para registrar ese fenómeno curioso de una plaza desierta en la asunción de un presidente peronista. Miró disimuladamente para ver si era observado, se acercó haciéndose el distraído, enfocó y obtuvo las fotografías que se publican en esta página. El Fiat, se dijo, debía pertenecer a tipos “grossos” -.políticos o miembros de las fuerzas de seguridad– o no podría estar allí, tan campante y solitario a pocos metros de la Rosada, sin que una grúa policial se lo llevara a toda velocidad.
No tenía dudas: era el mismo que se había topado el 19 de diciembre en Ciudadela. El mismo escudo con esa “S” estilizada en dorado viejo, las mismas inscripciones descascaradas de la carrocería: Lavalle 1672 piso 10 y algo que parecía decir 7ª 0530-37-0531. Y le faltaba la chapa de atrás. Era el mismo, Vides podría jurarlo. Se lo había cruzado en avenida Gaona, a las dos de la tarde, mientras hacía fotos con teleobjetivo de un curioso saqueo donde se estaban llevando nada menos que la heladera-mostrador. El fotógrafo observó que “además de los marginales había otros tipos que habían venido con un camioncito de carga, un Mercedes 608”. Le llamó la atención que no hubiera prensa y pronto entendió el motivo, cuando algunos vecinos le señalaron el Fiat Spazio y le advirtieron que tuviera cuidado, porque sus tres ocupantes no dejaban de mirarlo. En cambio, “los tipos ni mosquearon cuando comenzó un nuevo saqueo, esta vez en una mueblería, de donde se llevaron un sofá de tres plazas, que cargaron en el techo de un Ford Galaxy”. Vides retrocedía para encuadrar mejor cuando uno de los sujetos se bajó del Fiat Spazio y se acercó al fotógrafo. “Era un tipo con la camisa abierta y el pelo cortito, rapadito, joven, de unos 30 y pico a 40. Que tenía ‘algo’ en la cintura”. Le dijo suavemente: –No saques más fotos. Está mal.
“No era violento, fue como una sugerencia, pero era mucho más intimidatorio que un grito.”
La foto del Fiat y el testimonio de Vides fueron incorporados a mi libro El palacio y la calle, como una respuesta a las afirmaciones del ministro de Justicia y Seguridad, Juan José Alvarez, en el sentido de que no se podía incriminar al gobierno de la provincia de Buenos Aires (del cual este funcionario formaba parte cuando ocurrieron los saqueos), sólo porque el líder piquetero Luis D’Elía hablara “vagamente de un auto gris o un auto amarillo”. Ahora nos encontrábamos frente a un auto concreto, blanco, con señas particulares visibles como se suele decir. Pero ni el fotógrafo Vides ni el autor de esta nota habían caído en cuenta del oscuro paquete que se escondía detrás de esa simple dirección: “Lavalle 1672 Piso 10º”.
Los pretores de
Juan Navarro
Según los que saben de estas cosas, la agencia de seguridad Segar fue creada por Marcelo Segarra con el decisivo padrinazgo del capo del Exxel, el uruguayo Juan Navarro Castex. Segarra, explica una fuente sin entrar en peligrosos detalles, “le resolvió un problema a Navarro allá en el Uruguay”.
Pero en el terreno concreto, la seguridad del financista y la de las empresas que compró con su evanescente fondo de inversión quedaría a cargo de Eugenio Eduardo Ecke, un hombre robusto, que alguna vez estuvo casado con una hija del periodista Mariano Grondona y al que se le atribuyen buenas relaciones con la CIA norteamericana.
A las 5 y 25 de la madrugada del 25 de enero de 1997, mientras el cuerpo de José Luis Cabezas se carbonizaba dentro de su auto en la cava de Pinamar, Ecke recibía en su celular (404-3246) el llamado de Roberto Archuvi, uno de los custodios de Alfredo Yabrán. El 29 de diciembre de 1997, declaró bajo juramento que no conocía al custodio Archuvi ni había recibido ese llamado que el Excalibur se empeñaba en registrar. La noche del asesinato de Cabezas, declaró el hombre de Segar, había estado cenando con unos amigos en La Plata hasta las tres de la madrugada. Lo que se suele llamar una coartada.
Marcelo Larraquy y Roberto Caballero afirman en su libro Galimberti que Eugenio “Pipo” Ecke “es un viejo conocido de Hugo Franco, el director de Migraciones menemista, vinculado con Yabrán y también con Alberto Kohan, desde los tiempos de la FEPAC”. Mientras Ecke se hacía cargo de la seguridad del Exxel y sus ejecutivos, dos hombres estrechamente vinculados al espionaje estadounidense, Frank Holder y Jules Kroll atendían las tareas de inteligencia, reemplazando a los muy notorios y quemados represores que el Exxel había heredado de Yabrán, como el capitán de fragata retirado Adolfo Donda Tigel y el antiguo oficial del Servicio Penitenciario Víctor Hugo Dinamarca.
Según Larraquy y Caballero, Ecke habría abogado ante Navarro para que University Control, la empresa donde Rodolfo Galimberti coincidía con otros antiguos oficiales de la central de inteligencia yanqui, desplazara a Kroll y Holder. “Para acelerar el desembarco de Universal -.dicen en su libro– Ecke le habría dicho a Navarro que Galimberti era ‘hombre de la CIA’”. Dato que al hombre que heredó las empresas de Yabrán y echó a perder los helados de Freddo debía parecerle una recomendación irresistible.
El “Polaco Chico”
El hombre salió de su casa en Honorio Pueyrredón 1047 (primero A) y comenzó a caminar en busca del transporte que lo llevaría a las oficinas de Segar. Es un tipo alto, robusto, que suele vestir muy formal, de corbata y con trajes oscuros, con el pelo entrecano peinado para atrás yun mostacho blanco que acentúa su aspecto de militar, más que de policía. Pasó frente a la veterinaria Chicos buenos, sin percatarse de que una cámara fotográfica venía registrando su caminata.
El comisario Luis Donocik se ganó su apodo de “el Polaco Chico” en el Club Atlético, uno de los centros clandestinos de detención más siniestros de la dictadura militar, donde se codeaba con célebres torturadores, como Julio Simón (alias el Turco Julián), Remo Marenzi y Juan “Colores” del Cerro, entre otros. Además pasó por Garage Azopardo, el Banco y el Olimpo. Como oficial de inteligencia también revistó en el Departamento de “Situación Subversiva” de la Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal.
Como tantos otros represores pudo eludir la sanción penal gracias a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Habilitado por la impunidad, siguió su carrera en la Policía Federal y en 1997, antes de retirarse, tuvo a su cargo la comisaría 48ª.
El sábado 14 de diciembre el Polaco Chico tuvo un disgusto: la “mesa de escrache popular” de la asociación H.I.J.O.S., en unión con asambleas populares de la zona, marchó hasta el edificio de Honorio Pueyrredón y les hizo saber a los vecinos que en el 1º “A”, un balcón disimulado con un toldo de lona militar, vivía un genocida.
Irónicamente, la página web de Segar Seguridad seguía proclamando su edulcorado slogan: “El bien más preciado de la empresa es, sin duda alguna, la gente altamente capacitada que la compone”.
Más allá de las ironías hay una disposición legal que no se cumple: las agencias de seguridad tienen expresamente prohibido contratar a quienes registren antecedentes en la represión ilegal de la última dictadura. Salvo que ninguna fuerza de seguridad del Estado dispone de fuerza legal para supervisar que nadie viole la ley en este terreno. Y esto permite que casos como el de Luis Donocik se multipliquen. A veces con consecuencias fatales, como ocurrió el 20 de diciembre con el teniente coronel retirado Jorge Varando, otro antiguo represor que disparó a mansalva desde el HSBC causando la muerte del joven Gustavo Daniel Benedetto (ver página 8).
Buenos clientes y
un “house organ”
La lista de clientes de Segar Seguridad es interminable e incluye a varios de los grupos económicos más poderosos del país: Shell, Renault, Master Card International, Supermercados Norte, Wal-Mart Argentina, BASF Argentina, The Exxel Group, Carrefour, Casa Tía, Interbaires, Polo Ralph Laurent, Hotel Crowne Plaza, Musimundo, Emporio Armani, Paula Cahen D’Anvers, Yacht Club Puerto Madero, etcétera, etcétera.
Acorde con ese “perfil empresarial de excelencia”, la empresa que dio cobijo al Polaco Chico, edita una página web y un elegante “magazine” mensual, donde se permiten a veces incursionar en análisis económicos y políticos. Los editoriales los firma un señor Alberto Arcapalo.
En junio de este año, la publicación de Segar -.que se distribuye entre su personal y sus clientes– protestaba contra “el grito destemplado, el insulto y la palabra hiriente, el gesto agresivo (que) conforman una atmósfera irrespirable en el hogar, en la oficina, en la escuela, en el taller, en la cancha de fútbol... Se descalifica a personas y grupos. Se generaliza indiscriminadamente y entonces resulta que todos los jueces son corruptos y todos los policías son delincuentes...”.
En julio (número 28), el “house organ” de Segar defendía la iniciativa de los gobernadores Pablo Verani (Río Negro) y Jorge Sobisch (Neuquén) a favor de la “regionalización”. El señor Arcapalo considera que la regionalización sería muy auspiciosa porque permitiría abaratar “costos innecesarios de la política (menos gobernadores, menos ministros, menos legisladores y concejales”). En agosto y setiembre, el editorial respira fe democrática, pero en octubre desliza esta frase inquietante: “Hoy la sociedad argentina está aplastada por el padecimiento, el miedo y la miseria. La Argentina se encuentra limitada, empobrecida y atemorizada. En todos lados se producen planteos, y piquetes hay por doquier. En nuestra Plaza de Mayo se instaló un campamento piquetero que no se sabe muy bien por qué se realiza”.
En diciembre, con un lenguaje esperanzador apropiado para las fiestas, el redactor Arcapalo observa síntomas alentadores de recuperación económica, que deben tener su traducción política si .-Dios mediante– hay elecciones en el mes de marzo o diciembre (sic) de 2003.
Más allá de las palabras, del discurso plástico de las public relations o los lugares comunes del “magazine”, está la sórdida realidad de Donocik, “el Polaco Chico” y todos los otros represores que pueden haber encontrado cobijo en Segar, ante la falta total de control por parte de las autoridades. Algunos legisladores estiman en 80 mil el número de hombres armados que prestan servicios en las agencias privadas de seguridad y tienen una filosofía aún menos tolerante con “los piqueteros” que los editoriales del señor Arcapalo.
En cualquier caso, las preguntas pendientes no son menores: ¿qué hacía el Fiat Spazio de Segar en una de las zonas más calientes de saqueos?, ¿quién los había contratado para supervisar los ataques a ciertos comercios? ¿Por qué los ocupantes del auto no querían que el fotógrafo Daniel Vides registrase aquella escena? ¿Por qué el Fiat Spazio podía estacionarse en un lugar privilegiado de Plaza de Mayo durante la jura de un Presidente?
Y la más importante: ¿Alguien hará algo para develar el misterio y castigar los ilícitos?

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