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El país|Domingo, 6 de abril de 2003
EL DUHALDISMO LE
PROPICIO A KIRCHNER UN ESCENARIO MASIVO EN RIVER

Abran cancha, que viene el aparato

Disquisiciones acerca del efecto electoral de los actos masivos. La (auto) evaluación oficialista del acto de River. Las razones de la conformidad y los pequeños enojos. San Vicente o un espacio de honores mutuos. La provincia, el nudo gordiano de la elección, quién te ha visto y quién te ve. El canciller, un hombre fiel a sí mismo.

Por Mario Wainfeld
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“¿Para qué sirven actos como el de River?”, Página/12 inquiere a un ministro que tiene algunas divisiones Panzer en la provincia. El hombre responde presto, ávido de hablar. Está mucho más interesado en chequear si habrá micros suficientes y en gerenciar una bolsa tamaño familiar llena de entradas a platea en el Monumental que en los temas de gobierno. Faltan horas para la noche del miércoles.
“Para generar escenarios. Nada más ni nada menos. El candidato aparece por televisión, en plan exitoso o de fracaso. Su mensaje se difunde de otra forma que en un piso de la tele. Los punteros, los intendentes se motivan. Para hacer imagen”, redondea, seguro. Habla de algo que tiene elaborado, que ha pensado docenas de veces.
–¿Se garantiza la adhesión electoral de la gente que va a la cancha a verlo?
–No, y menos en esta elección. Los que vayan a la cancha son peronistas, más vale. Pero nada asegura que el 27 de abril, donde compiten tres candidatos peronistas, voten a Kirchner y no al Turco o al Adolfo.
–Los punteros que llevan a la gente ¿no garantizan su voto?
–En términos estadísticos los punteros que le vayan a dar la boleta al compañero o la compañera el viernes 25 y le digan (con buena respuesta) “meté ésta en el sobre”, carecen de relevancia. La gente es muy difícil de encolumnar... en el cuarto oscuro cada uno se defiende como puede.., sobre todo si hay varios peronistas en danza.
El ministro es de los que juega fuerte con Néstor Kirchner. Y, como todo ser humano, puede equivocarse en lo que discurre. Pero sabe de lo que habla.
Habla de un punto nodal en los próximos comicios: de cuánto vale, medido en votos, el apoyo del “aparato” político del duhaldismo, que “juega” para un hombre bien exótico para los usos, modos y estética conurbanos.
El apoyo se vio y se midió el miércoles en una noche fría. Fría por razones exteriores: la real temperatura ambiente, las características del Monumental, alejado de las tribunas, difícil para generar “climas de cancha”. Y frío por el escaso carisma del candidato y un discurso deshilvanado, carente de transmisión. Pronunciado, para colmo, muy tarde cuando ya muchos de los asistentes encaraban para los micros, fatigados por una jornada muy larga que la indebida mora de los discursos alargó en demasía.
“El duhaldismo cumplió –dice un otro duhaldista que revista en el gabinete y también es kirchnerista devoto–, hubo una concurrencia buena. Las tribunas tenían sus claros, pero estaban bastante pobladas.” “¿Fueron 30.000, 45.000, 50.000? –se pregunta, tanto le da–. Así fueran 30.000 hay que juntarlos un miércoles a la noche, a horas de una interna que aún no cicatrizó. ¿Quién puede hacer ese acto, fuera del PJ?”, se interroga y no deja dudas acerca de cuál es la respuesta. “Y no llevamos a cualquiera, para evitar bardos. Sólo a gente muy conocida, evitando a los más jóvenes que pueden promover incidentes o a muy viejos que pueden enfermarse o algo peor”, reflexiona, ostentando savoir faire. Su razón tiene, la gente suelta se podía contar con los dedos de la mano.
“Y el palco –redondea el autoelogio– estaba muy bien.” “Muy bien”, describe que había seis gobernadores peronistas, una pléyade de intendentes, la primera dama. El 70, el 80 por ciento de la dirigencia peronista de primer nivel, redondea, “está acá”.
–¿Vale eso la elección? ¿Vale acaso cinco o seis puntos de ventaja en Buenos Aires?
Un fantasma aflige al duhaldismo y es la memoria de la interna del ‘88 cuando Antonio Cafiero (dueño también de palcos que “estaban bien”) fue doblegado por Menem. “Hay que seguir trabajando”, propone prudente el hombre. Según muchos duhaldistas, Kirchner no tiene, aún, esa luz de ventaja en la provincia. Esa provincia que cambió tanto como el peronismo o el país desde, por fijar un hito convencional pero no excesivamente forzado, el ‘75 para acá. Cómo el peronismo, como el país, cambió para peor, piensa el cronista.
La provincia de Perón
“Con los procesos de acentuación de la marginación promovidos por el desempleo y el abandono estatal, un partido con una fuerte penetración y organización en los enclaves de pobreza y con acceso a bajo costo a los programas de asistencia social financiados por el Estado, (un partido que es) la mediación política personalizada (como manera de resolver problemas cotidianos) está ganando fortaleza y relevancia en los ámbitos de relegación urbana (...). El ‘intercambio de favores por votos’ es una definición que no alcanza a representar adecuadamente esta realidad mucho más compleja de relaciones duraderas, narrativas e identidades.”
Javier Auyero, La política de los pobres.

La distancia que media entre los trabajadores que pusieron a Juan Perón en la historia el 17 de octubre del ‘45 y aquellos que poblaron los micros el miércoles es mucho más amplia que el tiempo que separa ambos fastos. Los migrantes urbanos del ‘45 eran un sector en ascenso e iban por más. Poblaban los suburbios de la gran ciudad y laburaban en sus fábricas en pos de la integración, de una tajada mayor en la torta del ingreso y de más consideración en el reparto del poder y del prestigio. Los que van ahora pugnan, en su abrumadora mayoría, por subvenir a una mínima subsistencia, por no caerse del mapa. La provincia y peculiarmente su conurbano que fue albergue de las fábricas, de las dignas casas proletarias y de notables sagas de conchabo, estudio y esfuerzo se han transformado en un foco de desempleo y hacinamiento. El peronismo bonaerense, parido desde las entrañas de la fábrica y del Estado benefactor, que vino a expresar el progreso capitalista, ahora se expresa en el reparto de alimentos y planes sociales para desocupados, hilando una trama que no prevé (¿que no desea porque pondría en crisis la base de su representación?) ninguna salida para los millones de seres humanos que, bien o mal, contiene.
Lo antedicho no equivale a decir que es sencilla esa trama y, mucho menos, que carece de beneficios para quienes la integran, del lado más desfavorecido del mostrador. Al contrario, el peronismo provincial ha sabido reciclarse yendo de ser el representante de un proletariado altivo a ser el agente de solución de los problemas micro de los que suelen no tener trabajo. Una convocatoria como la del miércoles obra un inevitable daño colateral: la proliferación de enfoques mediáticos que transitan, usualmente sin escalas, de la denuncia banal (“van por un choripán y la coca”) hacia el desprecio por los manifestantes. Auyero, un estudioso del clientelismo peronista –uno de los pocos, valga decir–, ha comprendido mejor ese universo complejo, mucho menos banal que muchos de sus cronistas. El peronismo ha pasado de ser el representante de propuestas reformistas de integración y movilidad social a ser el agente que impide la anomia y el hambre. Cara a cara con los pobres, no les mune de un plan de salida pero de algún modo les impide caer más hondo. Y eso detona una trama de lealtades, interesadas, como debe ser cualquier relación política democrática basada en la custodia de intereses materiales y de los otros.
¿Cuál era la “política social” del primer peronismo? Bien mirada era su política económica aderezada con algunas acciones reparadoras y simbólicas, obradas y encarnadas por Eva Perón. En el peronismo actual, la ecuación se invierte: la política social es la viga de estructura de la política económica. Tanto que el Plan Jefas y Jefes de Hogar es la principal herramienta –al menos en la estadística– para paliar, si no al desempleo, a los índices que lo patentizan.
Un enigma alude al peronismo bonaerense de hoy día: ¿qué pasaría si sus bases sociales mejoraran de rango, devinieran (volvieran a ser en muchas historias de vida personales) trabajadores dependientes? En la escala social real de la Argentina de hoy, un trabajador que cobra en un sobre es, casi casi, integrante de la clase media, asumido que sea que pertenecer a ella no garantiza el acceso al sustento digno y menos aún seguro. ¿Seguirían siendo peronistas? Un enigma que no se resolvió en los micros del miércoles. Y que nadie se plantea, seriamente, hoy.
Horas de sinceramiento
La pregunta, el nudo gordiano de las elecciones, es si la trama de lealtades territoriales del peronismo de la pobreza y la desolación llegará en plan de voto a Néstor Kirchner o recalará –así sea parcialmente– en la estética y el estilo “más peronistas” de Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saá. Según las encuestas sobre el territorio bonaerense que consultan el Presidente y su candidato, sólo dos puntos lo separan del riojano y 4 del puntano, lo que equivale a un empate técnico. De estarse a los escenarios que suelen prevalecer en las proyecciones más usuales del Gobierno, ese será el único distrito grande en que ganará Kirchner. La apuesta es que la victoria dé bastante luz para compensar el resto de la Argentina. El empate de local en esa cancha será, todos lo avizoran, derrota en la general.
El acto de River y su secuencia palaciega ulterior, la reunión del duhaldismo en San Vicente, terminaron de sincerar un dato que Kirchner es remiso a aceptar: su suerte está ligada a Buenos Aires y al –en promedio– impresentable aparato del duhaldismo. Los duhaldistas “le armaron” un acto masivo que sólo ellos pueden garantizar. El Presidente redobló la apuesta en San Vicente exigiéndoles en público que mantuvieran el compromiso. Honrando al candidato también regañó en un aparte a Felipe Solá cuyo discurso en River se prolongó más allá de lo pautado, lo que enfadó al santacruceño. Como contrapartida, el Presidente comidió a José Pampuro para que convenciera a Kirchner de participar en el cónclave de San Vicente a fin de agradecer de cuerpo presente a quienes son –unos cuantos poco convencidos y poco entusiasmados– pilares de su campaña. Honores recíprocos entonces, para acometer con bríos la recta final de una contienda con final abierto.
Noruego atribulado
El politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina ha conseguido subcontratar un pasante noruego. Sociólogo él, recién recibido y apenas llegado a este país. Al sueco le viene bien tener un pasante pero le fastidia su falta de percepción acerca de la escurridiza cultura local. Lo incordia especialmente que el noruego lo rectifique cuando él porfía en repetir los lugares comunes de la jerga política y periodística.
“Duhalde alineó a toda su tropa –ostenta saber el maestro–, el resultado da para distintas lecturas. Los que ven el vaso medio lleno destacan la disciplina y la asistencia. Los que ven el vaso medio vacío comentan la prolongación del acto, el discurso de Kirchner, la diáspora de las bases mientras hablaba Daniel Scioli.”
“¿Por qué habla de tropa, Doktor? A mí me parecieron civiles. Y eso del vaso medio lleno o medio vacío ¿cuál es la diferencia? Son dos modos de decir lo mismo. Distinto sería si algunos vieran al vaso 70 por ciento lleno y otros 30 por ciento”, discurre, cartesiano, el joven noruego, ajeno a las sutilezas del espíritu latino. “Qué suerte que nadie embarró la cancha”, musita el pasante, aludiendo (lineal, ajeno a que está usando mal una metáfora) al estado del piso de River, tratando de congraciarse con su jefe.
“Para mí que gana Kirchner, jefe”, arriesga tras cartón y consigue la atención del superior. “El Gobierno no parece un oficialismo que está de salida, la oposición no lo jaquea, no tiene graves problemas de gobernabilidad, no está en fuga como De la Rúa”. El sueco, sorprendido, se queda pensando que su flamante amigo algo de razón tiene.
Aguas calmas
Tal parece que la Corte no ha de propinar otro misil al oficialismo antes de su partida. Ni la pesificación ni la banca de Alfredo Bravo están en la inmediata agenda de los cortesanos. Eduardo Moliné O’Connor regresó, justo a tiempo para ver la Copa Davis, pero Adolfo Vázquez está ahora de licencia. Todo indica, auguran los operadores judiciales del Gobierno, que no habrá novedades antes del 25 de mayo.
La economía real encuentra a los argentinos mal pero acostumbrados.
El mayor debate dentro del Gobierno alude por estos días, tal como anticipó esta columna, a su política exterior. Duhalde quiere cambiar el voto argentino sobre Cuba en Ginebra. Se votará una semana antes de la primera vuelta y el Presidente está bastante convencido de cambiar la patética postura nacional sobre el tema (la condena) por una abstención que lo ponga en línea con Brasil
Quien no está para nada convencido es el canciller. Carlos Ruckauf sigue intentando persuadir al Presidente de los riesgos de esa decisión. En abrumadora minoría aun dentro del Gobierno, Rucucu ha apelado a un argumento efectista: “El cambio de voto no sería tan grave si no decide nada. Pero imaginen qué pasaría si Cuba justo zafa por nuestro viraje”. Mil apocalipsis vaticina el canciller alentado por las huestes de relaciones exteriores. Un embajador peronista pero congruente con el pensamiento de “la línea” le explica a este diario: “El Presidente obra pasionalmente. Bush lo maltrató y él ahora quiere cobrarse una deuda. Pero las relaciones exteriores no pueden manejarse como la política en Lomas de Zamora”, ningunea el hombre pidiendo la consiguiente reserva de datos.
Al frente de funcionarios tan encantadores y tan considerados, Ruckauf sencillamente reitera lo que, en su carrera, ha sido una norma de conducta: cuestionar al gobierno que lo albergó y le dio cargos importantes, cuando el sponsor está en el ocaso. Lo hizo con el isabelismo y su padrino Lorenzo Miguel, lo hizo con Carlos Menem y ahora se despega del duhaldismo y en especial de su referente.
También reniega de su candidato a quien cuestiona ante sus compañeros de gabinete con mordacidad creciente. En estos días, en España, el canciller (que no trabajará mucho pero viajar sí que viaja) intentará torcer la decisión presidencial. Lo que está en juego es un módico regreso al rumbo correcto de parte de un gobierno que, por decirlo con un eufemismo, no ha sido exactamente un adalid de la lucha contra el Imperio.
Tres semanas
Tres semanas faltan para las elecciones y el frío que las rodea parece inquebrantable. El interés de lectores, oyentes y espectadores de TV por la guerra de Irak revela que la política conmueve a los argentinos y los impulsa a expresarse, pensar e indignarse. Llamados a las radios, correos electrónicos, mesas de café muestran a los argentinos dialogando en clave política. La crónica local, y nada hay de paradójico en eso, suscita menos interés seguramente porque los ciudadanos entrevén que tendrá menos impacto en su vida futura.
Otro mundo parece estarse configurando y los candidatos no suelen dar señas de haber reparado en ello. Un calendario electoral psicótico, con comicios a cada rato cumple la enojosa función de potenciar la fragmentación social y política ya existente. Las elecciones nacionales van por un lado, las de distrito por otra, las lealtades se disgregan y cada cual atiende su juego. El individualismo parece haber formateado también los cronogramas políticos y será para mal. Tres semanas quedan y nadie se excita. Ni siquiera el sueco y su flamante amigo el noruego que hoy mismo encararán a la cancha de Boca para codearse con la única pasión de multitudes que todavía llena los estadios argentinos.

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