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El país|Domingo, 15 de junio de 2003
AVANZAN EL JUICIO POLITICO Y LA EMBESTIDA CONTRA BARRIONUEVO

Se vienen las ligas mayores

El Presidente en estado de gracia. Lole, no tanto. Cómo se toman las decisiones en la Rosada y cómo se comunican. Distintos frentes contra impresentables. Los cambios en el PAMI y un par de cortocircuitos internos. Nazareno cava su propia tumba con su propia lengua. El pejotismo, un vocablo archivado. Y se vienen los malos.

Por Mario Wainfeld
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Fue anteayer en Santa Fe, durante la visita presidencial. Néstor Kirchner recibía todas las flores y Carlos Reutemann acopiaba las espinas: aplausos, vítores para el mandatario nacional, reproches y mala onda para el provincial. Estaban juntitos, respondiendo preguntas de los periodistas, cuando Kirchner empezó a toser, al lado del torvo gobernador santafesino que, según es fama, padece leptospirosis. Entonces una periodista rosarina le gritó al patagónico “¡no te contagies!”. Muchos rieron, asumiendo que la cronista no aludía apenas a una dolencia física. La anécdota tiene su gracia, máxime si se pondera que hace un puñado de meses Lole triplicaba a Kirchner en intención de votos y en chances para ser presidente.
El módico episodio refleja bien un dato esencial de la política autóctona: Kirchner tiene más poder, más prestigio, más capital simbólico acumulado que cuando asumió, no hace aún un mes. Ese crecimiento no lo ganó al Loto ni le llegó como pura consecuencia de su investidura: lo logró a pulso, haciendo política. La vieja dialéctica amigo-enemigo, núcleo de la política, está en el centro de todo el accionar de la Rosada, ubicando en un segundo plano –necesario pero instrumental– a la recta gestión administrativa que sólo tiene sentido cuando se sabe para quién (y contra quién) se gestiona.
Se ha hecho ya un tópico de las charlas del café la actitud presidencial de abrir frentes de conflicto y cada parroquiano pela su conflictómetro y discierne cuál es la cantidad óptima de adversarios que se puede enfrentar a la vez, como si Kirchner fuera un karateca. Como fuera, es claro que un gobierno que se pretende nacional popular y progresista amanece con muchos contradictores y tendrá que confrontar con ellos más tarde o más temprano. Y es ostensible que no todos serán tan torpes y por ende tan funcionales para consolidar el poder y el prestigio presidencial como Ricardo Brinzoni o Julio Nazareno. También es real que las batallas, según el arte de la política, deben proponerse cuando se está en condiciones de llegar a lavictoria o..., bueno, a un empate honroso. Por ahora, Kirchner viene llevando bien los conflictos que abrió –de los militares retirados ya no se habla, Nazareno está groggy, y Barrionuevo parece vulnerable– y más le vale porque va llegando la hora de afrontar otras pulseadas más peliagudas, frente a antagonistas más consistentes. Y hasta de tomar medidas de esas que no generan la adhesión de la tribuna, sino el encono de todos los pobladores del tablón o al menos de muchos de ellos.
Antes de fin de mes llegará el mandamás del Fondo Monetario Internacional (FMI) Hoerst Koehler. En noventa días, tal vez antes, comenzará a haber aumentos de tarifas de servicios públicos. En igual fecha cesará la suspensión de la ejecución de sentencias contra deudores de créditos hipotecarios. Alguna vez, acaso varias veces, el gobierno deberá hacer anuncios menos gratificantes, menos convocantes que los que ha producido en sus primeras semanas. No ha de venirle nada mal tener algo de capital simbólico acumulado en el banco. En eso anda, en estos días que le son propicios.
La imagen no es todo
Un gobierno es, entre otras cosas, una red de comunicación. Un permanente emisor de mensajes. La suerte de un liderazgo democrático se juega muchas veces en la recepción que tienen esos mensajes, en las relecturas que hacen distintos sectores de la sociedad. Los emisores no son los dueños de la comunicación, ese es un sueño de Goebbels de pacotilla que todo gobierno anida. Una sociedad compleja alberga muchos emisores, muchos decodificadores y quien ignora eso está dando el primer paso rumbo al cementerio.
La imagen presidencial, sempiterna preocupación de políticos y comunicadores es una continua construcción acechada por ruidos de distintas potencia y procedencias. Kirchner le presta enorme atención y ha elegido una forma de mostrarse, que tiene de movida una ventaja: su personaje se parece bastante a él mismo. El Presidente –así lo hizo en sus visitas a La Matanza y a Santa Fe– desdeña comitivas fastuosas, evita tener custodios y privilegia estar cerca de “la gente”. Hasta ahora eso le ha valido una pequeña lesión en su frente y mucho feedback positivo. O sea, un saldo más que generoso en la columna del Haber.
La familia presidencial, todo un issue en una democracia que coexiste con un aguerrido sistema de comunicación privada, hasta ahora también suma. Los hijos del Presidente –a diferencia de los de la bizarra familia Menem o la pretenciosa familia De la Rúa– tienen perfil bajísimo y hasta es posible que varios lectores de estas líneas ignoren su propios nombres de pila. La primera dama (que en entre otras cosas, rechaza que así se la llame) es una dirigente de perfil alto, ganado por las suyas y a pulso, pero no roba cámara y más bien huye del centro de la escena que lo busca. Kirchner tiene un método de deliberación que lo emparenta bastante más con Fernando de la Rúa que con Menem o Duhalde. Es muy reservado y desconfiado y prefiere los diálogos radiales que las reuniones grupales, criterio que incluye la virtual abolición de las reuniones de gabinete. Ese modus operandi, que implica altísima centralización y escasa voluntad de delegación, procura conservar intacto el poder presidencial y es opinable que sea sostenible en tiempos prolongados. Por ahora, viene funcionando y Kirchner se va dando el gusto de que el gobierno hable por sus decisiones y que éstas (por lo general) no hayan sido filtradas previamente a los medios.
Sus rumbos esenciales los resuelve consultando a un puñado de fieles, un grupo bien acotado que tiene mínimas variaciones pero que se parece bastante a quienes lo acompañan en sus viajes de fin de semana a Santa Cruz: su esposa Cristina Fernández, el ministro Julio de Vido, el secretario Legal y Técnico Carlos Zanini, a veces el jefe de la SIDESergio Acevedo. El Presidente aspira a que los debates internos del gobierno, que por ahora son escasos, no trasciendan y para eso acota las posibilidades de que existan ámbitos de discusión. Desde luego, ningún gobierno carece de diferencias de criterio, de conflictos funcionales o personales, de discrepancias y la pretensión de negarlos o (lo que en una democracia de masas es casi lo que mismo) de que no trasciendan es insustentable en el largo plazo. Ya en estos días se conocen diferencias de apreciación y de estilos entre Roberto Lavagna y De Vido. También se han percibido, sí que en sordina, quejas del ministro de Salud Ginés González García por la magnitud que se le dio a la ofensiva en el PAMI, a su ver superflua y sobreactuada, ya que la salida de los directores cuestionados estaba acordada con la cúpula de la CGT.
Luisito, la CGT, el pejotismo
“Ginés ya había acordado con Daer la salida de Hermoso y Petrecca del PAMI... pero al Presidente le gusta hacer anuncios” rezongaba en Salud alguien muy cercano al ministro.
“Juancho (González Gaviola) se fue de boca y aceleró el conflicto. Kirchner estaba en Brasil y tuvo que salir a bancar” explica un hombre del Presidente.
La supuesta batalla con los acreditados de la CGT en el directorio del PAMI estaba resuelta y zanjada de antemano y queda por verse si la irrupción del tema en la agenda mediática fue producto de una falta de timing de Juan González Gaviola (quien ciertamente convocó con bombos y platillos a una conferencia de prensa que él mismo dejó sin efecto en cuestión de minutos) o del deseo presidencial de aparecer encarnando otro conflicto frente a un adversario impresentable. Como fuera, la remoción de los directores del PAMI no es la solución a esa verdadera caja negra (por negra y por “caja”) en la que Barrionuevo es la punta más ostentosa de un iceberg bastante más consistente, que abarca acuerdos muy duros de desmadejar entre prestadores, funcionarios y cámaras empresarias. Y que fue fuente de financiamiento espúreo para los dos partidos políticos que gobernaron la Argentina desde 1983. Cambiar ese estado de cosas trasciende largamente al filósofo de Chacarita. Implica poner patas arriba la forma en que viene funcionando el sistema político argentino.
La presencia de Sergio Acevedo en la SIDE es un gesto tajante de voluntad en ese sentido. La central de espías, con su avieso manejo de fondos reservados, ha sido un permanente lubricante de la financiación negra de la política. Kirchner personalmente le avisó a José María Díaz Bancalari que esa fuente se ha secado. Y éste lo transmitió a sus pares diputados, palabra más palabra menos, sin que hayan estallado reacciones que trascendieran la sorpresa. El disciplinamiento de los legisladores del PJ es uno de los logros de la blitzkrieg de Kirchner. Favorece el portento la entropía de las huestes menemistas, en franca desbandada.
Algunas conversiones súbitas tras años de adscripción ideológica y moral al menemismo podrían detonar ciertas broncas. Pero la construcción de mayorías en un sistema democrático incluye (valdría más decir “impone”) la posibilidad de incorporar a recién llegados, a conversos y a oportunistas. La hipocresía, escribió alguna vez un moralista, es un homenaje del vicio a la virtud. Los falsarios, los conversos remiten a un cambio de correlación de fuerzas por lo que la gran pregunta respecto de esas adhesiones no es su grado de sinceridad sino sus perspectivas de perduración.
La relación de Kirchner con el peronismo realmente existente ha de ser una de las claves de su viabilidad. Y no será una relación sin costos ni contraindicaciones. Quieras que no, el Presidente ya ha estado haciendo campaña dándole a una mano a algunos compañeros compatibles con sudiscurso regenerador (Felipe Solá) y otros que no lo son (Gildo Insfrán y Lole). Santa Fe, sin ir más lejos que la ajustada comitiva presidencial, es un ejemplo de cuánto deberá resignar Kirchner si quiere consolidar su frente. El Presidente se esmera por dejar constancia del respeto que le merece el socialista Hermes Binner y hasta lo recibió cálidamente en la Rosada. Pero lo cierto es que jugó su presencia (y la de todo su gabinete) en pro del alicaído Lole. Y que los operadores políticos de la Rosada Juan Carlos Mazzón y Aníbal Fernández –aún cuando los incondicionales de Kirchner recelan de Reutemann y hasta bromean con su mal momento– pujan para que el ex Fórmula 1 sea candidato a senador. No siempre lo agradable viene apareado con lo útil y la eventual capilaridad ideológica de Kirchner con Binner cederá a las, ineludibles, necesidades de la real politik.
El amplísimo triunfo de José Manuel de la Sota (que vale doble en una provincia de tradición radical) reposiciona a un dirigente muy poco confiable, pero de trato ineludible para Kirchner. Lo que anticipa un par de datos bien posibles: un aluvión de victorias peronistas en las elecciones por venir incluyendo la revalidación de varios menemistas o cuasi menemistas, como Lole y el Gallego. Mantener la conducción de ese colectivo será una tarea homérica que Kirchner no podrá eludir. Está claro que el Presidente comprende esas necesidades y sus eventuales costos. Por lo pronto, ya desde los tiempos de su alianza electoral con Duhalde, ha archivado sus invectivas verbales contra el “pejotismo”, neologismo de su creación que definía y fulminaba las abdicantes prácticas de muchos de quienes ahora integrarán su coalición de gobierno.
En esa tensa relación, si no quiere ceder demasiado al pejotismo, deberá conservar lo que ha acumulado hasta ahora: prestigio, consenso en la sociedad, una reputación muy superior a la de sus aliados. Esos recursos que han forzado la verticalidad de los compañeros diputados y han doblado las muñecas de los líderes de la CGT.
Mientras la gente le pida que “no se contagie”, mientras sea local en Santa Fe aún en presencia de Lole, el Presidente tendrá chances de imponer su hegemonía al pejotismo... perdón... al peronismo. La máquina responderá si hay poder y ese poder se construye extramuros de los gobiernos provinciales y de los aparatos provinciales. Aunque desde luego, siempre habrá que ceder algo. Queda por verse cuánto.
Nazareno y su bocaza
La batalla por el adecentamiento de la Corte prosperó en estos días. El enemigo, Julio Nazareno, hizo cuanto pudo para agravar su situación, en especial, volviendo a abrir su boca durante un brindis con periodistas. La ocasión era pésima, pues Nazareno venía de ser regañado por sus pares, y porque la estrategia oficial es embocarlo por su falta de decoro verbal. Obnubilado, acorralado, sólo apuntalado por Eduardo Moliné O’Connor (de regreso tras cursar un posgrado en Roland Garros) Nazareno no supo capitalizar una bochornosa jugada de Juan Carlos Maqueda, la carta pública en que lo atacaba. El flamante integrante del tribunal al que accedió por una ventana impulsado por el duhaldismo, dio rienda suelta a una falta de tino y a un oportunismo que sorprenden aún en la Argentina. Imaginar su renuncia, mientras “los malos” permanecen en sus despachos sería una ingenuidad. Pero si ocurre lo que todo sugiere –dos o tres dimisiones de “automáticos” en cuestión de semanas o meses– el cordobés delasotista debería ahuecar el ala y salir por la misma ventana por la que entró.
Entre tanto, el juicio político avanza, funcionando como un violín. Los diputados peronistas parecen la Filarmónica de Filadelfia. Y los correligionarios radicales sumarán su granito de arena para acelerar los tiempos de la eyección del incontinente verbal Presidente de la Corte.
El día del waiver
El viaje presidencial a Brasil cumplió la, prevista, función de comunicar que el Mercosur es prioridad estratégica de este gobierno. La relación privilegiada con Lula, manes de la dialéctica, será un lastre a la cercana hora de sentarse a negociar con el FMI. Ocurre que el Brasil del PT ha asumido con los organismos internacionales el rol del mejor alumno. Y será complicado para la Argentina apartarse mucho de los –más que ortodoxos, más que exigentes– parámetros que pautó Lula. El gobierno ha sido muy ponderado en sus gestos con Colin Powell, evitando la obsecuencia menemista, pero también actitudes de infantil soberbia. Pero ni la correcta opción por Mercosur ni la dignidad gestual bastarán en una mesa de negociaciones con quienes, por decirlo con un eufemismo, no están enamorados de la Argentina. Las exigencias como siempre serán descomunales y el poder de presión es bastante mayor que los antagonistas políticos locales que viene eligiendo el gobierno.
De su lado, el gobierno tendrá sus convicciones, la muñeca de Lavagna, cierto interés que puedan tener los Estados Unidos en que se reabra el juego de las concesiones de servicios públicos. Y habrá que ver cuánto puede interpelar al pueblo argentino para pedirle apoyo, comprensión y sacrificios.
Los primeros días han sido de acumulación, merced a decisiones claras, bien comunicadas y a la elección de enemigos tan odiosos como vencibles. Las batallas por venir son más duras, qué duda cabe, y la voluntad no bastará para sobrevivir. Pero así como el gobierno viene asumiendo que “está condenado” a llevar la iniciativa y a una perpetua revalidación también parece tener una sabiduría primaria, despreciada por el menemismo y soslayada por la Alianza: entender para qué arco hay que atacar y cuál hay que defender.

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