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El país|Domingo, 24 de febrero de 2002
BRINZONI CONVOCA A EMPRESARIOS PARA DISCUTIR LA CRISIS

“Haremos lo que tengamos que hacer”

El jefe del Ejército está convocando a importantes empresarios para hablar de política, incluido un eventual derrumbe del Gobierno, y el rol de los militares frente a un desborde social.

Por Miguel Bonasso
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Ricardo Brinzoni asegura que la situación “preocupa sobremanera” a los militares.
Tampoco se habría privado de calificar en duros términos al gobierno de Eduardo Duhalde.
El jefe del Ejército, teniente general Ricardo Brinzoni, está convocando a altos dirigentes del establishment empresarial a reuniones herméticas para hablar de la crisis política y sus hipotéticos desemboques, hasta una eventual caída del presidente Eduardo Duhalde. También para analizar un posible escenario de desborde social que “obligue a que las Fuerzas Armadas hagan lo que tengan que hacer”. Una alusión más que transparente a la represión de un eventual estallido popular. Una investigación de Página/12, realizada en medios políticos, militares y empresariales, permitió detectar dos encuentros concretos de alto nivel entre el militar y uno de los máximos ejecutivos del Grupo Werthein, ex propietario del Banco Mercantil y principal accionista de La Caja de Ahorro y Seguro. El martes pasado, el general Brinzoni invitó a comer al financista Adrián Werthein y el jueves le “mandó” a su mano derecha, el general Daniel Manuel Reimundes, para “formular un pedido” que las fuentes no especificaron.
El señor Werthein no pudo ser consultado porque el mismo viernes viajó a Israel por razones que nada tienen que ver con esas reuniones. Hace apenas dos semanas, el general Brinzoni desmintió que el Ejército estuviera conspirando para dar un golpe y afirmó categóricamente que “no tiene misión, ni vocación, ni medios, ni entrenamiento para reemplazar a la policía ante un desborde social”. También desmintió que el general Reimundes hubiera sublevado dos regimientos como informó erróneamente Radio 10. El general aludido es hijo del fallecido coronel Manuel Reimundes, que participó en diversas conspiraciones militares en los años ‘50 y ‘60, que le valieron el apodo de “Dragón Verde”.
Cuando Adrián Werthein (50) recibió la convocatoria del teniente general Brinzoni para comer juntos no se sorprendió, porque históricamente el Mercantil pagaba los sueldos del Ejército y La Caja maneja los seguros de vida del personal de ese arma y de la Fuerza Aérea. Pero el contenido de la charla, asegura una de las fuentes consultadas, lo habría dejado perplejo y preocupado: el general no parecía ser la misma persona que había visto el año pasado, poco antes de que Domingo Cavallo estableciera el corralito que sublevó a millones de ahorristas y provocó la salida de Fernando de la Rúa.
En aquel momento Brinzoni le habría parecido mucho más aséptico y prescindente en materia política del anfitrión que lo recibió el martes pasado y encendió ventiladores y una radio “para que no nos escuchen esos servicios de mierda”. Precaución que no era en absoluto exagerada. El ex director operativo del Mercantil no es un hombre que se asuste fácil, pero hubiera deseado estar lejos cuando el jefe del Ejército afirmó que la situación social y política “preocupaba sobremanera” a los militares. El también quiso que el ventilador y la radio taparan las palabras del general, cuando éste inició una diatriba contra el presidente Eduardo Duhalde a quien –según una de las fuentes– habría calificado de “inútil” y “mala persona”.
Ante el inquietante cariz que tomaba la conversación, Werthein habría preguntado a su interlocutor qué rol específico le asignaba a la fuerza bajo su mando en la actual crisis generalizada que padece la Argentina. Brinzoni, entonces, sostuvo que la participación de las Fuerzas Armadas en el control del conflicto social debía ser aprobada por el Congreso. “Hoy por hoy –fueron aproximadamente sus palabras– no podemos tocar un pito porque sería ilegal. Necesitamos la legalización (del accionar represivo interno)”. De todos modos, habría cerrado con esta afirmación: “Pero lo vamos a hacer”.
Cuando el financista le preguntó si estaban en condiciones de poner coto a un eventual desborde nacional, el militar habría respondido: “Hoy no tenemos recursos, pero si no hay más remedio haremos lo que tengamos que hacer”. Además del aval parlamentario, Brinzoni habría deslizado que cualquier paso a dar debía contar también con el visto bueno de Washington. Después el militar propuso otorgarle continuidad y organicidad a la conversación, anunciándole al empresario que iría a verlo su mano derecha, el secretario general del Ejército, general Daniel Reimundes, quien le formularía un “pedido”. La fuente consultada no sabía en qué consistía el tal “pedido”, pero confirmó que el nuevo encuentro secreto entre el Grupo Werthein y los altos mandos se llevó a cabo durante un almuerzo el jueves pasado.
La sospecha de un talante golpista persigue genéticamente al general Reimundes, un oficial superior que pasó dos estratégicos años de su vida como agregado militar en Washington. Su padre, el coronel Manuel Reimundes, (fallecido en 1992) se levantó en setiembre de 1951 contra el gobierno constitucional del general Juan Perón y se pasó varios años en la cárcel. En los ‘50 y en los ‘60, volvió a sufrir arrestos acusado de participar en diversas conspiraciones. El “Dragón Verde”, como lo llamaba el periodismo político de la época, se sumaría después al gobierno de la llamada “Revolución Argentina” y, durante el período a cargo del general Roberto Marcelo Levingston, ejerció la presidencia de YPF. A pesar de haberse alzado contra Perón, Reimundes no fue lo que solía llamarse “un gorila”, sino un oficial enrolado en lo que se denominaba una línea nacional y popular. En agosto de 1971 formuló una curiosa declaración al mensuario Extra: “Si el país no tiene un efectivo dominio sobre su estructura financiera el país no sirve. (...) Hay que dominar el aparato financiero y una forma de dominarlo es nacionalizando la banca, porque la desnacionalización de las finanzas y la economía es tremenda”.
Es improbable que su hijo tuviera en mente esa definición el jueves pasado, cuando almorzó con la cabeza operativa del Grupo Werthein. Pero, igual que a su padre, lo sombrean con sospechas de conspiración. El 6 de febrero pasado, Samuel Gelblung imitó módicamente a Orson Welles y anunció desde los micrófonos de Radio 10, que los regimientos de Azul y Tandil se habían levantado a las órdenes del general Reimundes. Alertado por un ayudante, Brinzoni se comunicó de inmediato con Gelblung y desmintió la supuesta chirinada y la presunta vocación represiva del Ejército.
Pero más allá del blooper radial, la investigación de Página/12 permitió establecer que algunos personajes, dados apresuradamente por difuntos, vuelven a ocupar el centro de la escena. De una escena que ocurre en las sombras del poder real. Según una fuente empresarial de primer nivel ese sería el caso del defenestrado titular del Banco Central Pedro Pou, que ha coordinado varias reuniones entre militares y financistas similares a las reveladas en esta nota. Sería interesante saber qué hubiera opinado el “Dragón Verde” acerca de Pou, el adalid de la dolarización, el menemista sospechado de amparar las maniobras del banquero Raúl Moneta.
La coyuntura actual es obviamente distinta a la que imperaba en vísperas del 24 de marzo de 1976, pero algunos funcionarios estatales no dejan de considerar inquietantes estas aproximaciones entre financistas y uniformados que traen a la memoria las pulsiones golpistas del Consejo Empresario que conducía José Alfredo Martínez de Hoz.
En la Secretaria de Seguridad del Estado, que ahora concentra por decreto presidencial a la Policía Federal, la Gendarmería y la Prefectura Naval, se subraya por lo bajo la creciente histeria de los directivos de las privatizadas (Telefónica, Repsol, etc.) y los bancos, ante las improbables derivaciones del conflicto social.
Los gerentes quieren estar tranquilos: quieren saber que alguien pondrá fin al incómodo sonido de las cacerolas y el humo perturbador de los piquetes, sin hablar de los fantasmas dejados a su paso por los saqueos. Paradójicamente, algunos profesionales de la represión, tratan de serenarlos explicándoles que se transita un terreno minado y que cualquier acto que sea visualizado como provocación, puede generar el desborde tan temido. Un jefe policial lo graficó ante este cronista: “Si el diez porciento de los 6 millones de indigentes se lanza a las calles no los paramos con todas las fuerzas de seguridad juntas”.
Un curioso termómetro interno, secreto, mide de uno a cinco las posibilidades de descender al averno en la Secretaría de Seguridad. Por ahora, a pesar del ruido de las cacerolas y las mortificadas chapas de los bancos, la aguja está detenida en el dos. La estación de las asambleas públicas y las reuniones secretas.

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