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El país|Domingo, 31 de marzo de 2002
EL CANCILLER Y EX GOBERNADOR DESAPARECIO DE LA ESCENA POLITICA

¿Dónde está Carlos Ruckauf?

Agobiado por los escraches y el crecimiento de su imagen negativa en las encuestas, que supera el 70 por ciento, Ruckauf sólo hace esporádicas apariciones de ocasión. Su desdén por la gestión. Su permanencia en el Gobierno.

Por Sergio Moreno
Fue el candidato peronista con mejor imagen en la sociedad argentina. El hombre que, para hostigar a sus adversarios, supo evitar cualquier eufemismo. El dirigente que sobre todo opinaba, en todo momento, en el lugar que mejor maneja, el espacio mediático. Hasta que, por primera vez en su carrera política, no pudo evitar que las consecuencias de su acción lo alcanzaran para herirlo, profundamente. Ahora anda desaparecido, con bajísimo perfil, hipercustodiado por temor a los escraches y sin ejercer la influencia que, potencialmente, le da el lugar que ocupa en la estructura del Poder Ejecutivo. Huido del areópago del poder de la provincia de Buenos Aires por la crisis y por la falta de sostén político, Carlos Ruckauf, hoy devenido canciller, ha desaparecido de la escena pública que tan bien supo manipular (amén de una que otra aparición de circunstancia) e, incluso, de la gestión que, fiel a su costumbre, siempre evitó, sea cual fuere el cargo que desempeñara.
¿Dónde está hoy Ruckauf? ¿Qué pasó con ese hombre que supo surfear, entre sonrisas, por la violenta y salvaje política argentina de los últimos 25 años sin (hasta ahora) salpicarse?
La debacle de quien se sintió presidente el día que asumió la gobernación bonaerense comenzó, precisamente, en ese distrito. Con un déficit fiscal enorme –el mayor de la Argentina–, la profundización de la crisis económica hizo explotar la sensatez de cualquier número contable en la provincia. La escapada por los techos de la Rosada de Fernando de la Rúa encontró a Ruckauf agazapado para saltar al sillón que el radical dejó vergonzosamente vacante y así cumplir su sueño presidencialista que, a la vez, lo alejaría de ese distrito lleno de miseria, exclusión y problemas que tanto lo incordiaban.
Nicolás Maquiavelo supo pintar en El Príncipe el episodio que, siglos después, sufrió el por entonces gobernador. “A los particulares que únicamente a la fortuna débele el llegar a ser príncipe, cuéstales poco ascender pero mucho mantenerse. Estos no se mantienen más que por la voluntad y la forma de quienes los elevan”, escribió el florentino. La temeraria jugada de Ruckauf para asirse del sillón de Rivadavia soliviantó los ánimos de la abrumadora mayoría de intendentes peronistas del conurbano y de poderosos legisladores provinciales, que hacen el entramado del aparato peronista bonaerense, a la sazón, sostén del poder de Eduardo Duhalde y, por su designio, de quien fuera su elegido para sucederlo al frente del distrito.
Ruckauf se quedó sin Presidencia, arrebatada por Adolfo Rodríguez Saá y sus gobernadores federales y, luego, una vez que llegó el turno de Duhalde, tomó conciencia de su orfandad en la provincia y decidió escapar. La historia, contada hace casi dos meses por Página/12, tuvo su corolario en la delicada filtración de una conversación suya con sus colaboradores más estrechos, en la que les anunciaba que su sueño presidencialista no se haría realidad. Game over.
A partir de entonces, todo fue peor. Los escraches que sufriera en un vuelo Madrid-Buenos Aires, frente a su vivienda de la torre futurista de Juncal y Salguero y en un campo de golf, lejos estuvieron de diluirse en el generalizado repudio que sufre hoy la clase dirigente, en particular la política. Ruckauf metabolizó los episodios con más temor que aplomo y solicitó un aumento de su custodia personal, según confirmó a Página/12 una fuente oficial con responsabilidad en el área de seguridad.
Sin planes, el otrora carismático “Rucucu”, como dan en llamarlo en el peronismo, anda a la deriva, un tanto olvidado de sus deberes como canciller. “No le da bola (al cargo). Hace lo que siempre hizo: no hacerse cargo de la responsabilidad que tiene, cuando la tiene”, dijo a este diario uno importante funcionario del Gobierno.
A lo largo de su historia política, Ruckauf ha tenido la particular habilidad de salir intocado de su siempre pobre gestión, sea ejecutiva o legislativa, a pesar de haber atravesado espacios de exposición no menor. El fenómeno fue relatado a Página/12 con hechos por un funcionario que lo conoce bien, desde hace décadas; un derrotero sorprendente. “Fue ministro de Trabajo de Isabel Perón puesto por la UOM y Lorenzo Miguel en los años de plomo; fue diputado porteño y como candidato hizo elecciones espantosas; fue embajador en Italia y lo único que hizo fue gestionar las jubilaciones de los viejitos de la ciudad de Buenos Aires, para darse aire en la interna; fue ministro del Interior cuando volaron la AMIA; fue vicepresidente de Menem y después su gran enemigo; fue gobernador y la provincia se incendió. ¡Y hasta no hace mucho nada de eso lo había perjudicado!”, enumeró su antiguo colaborador.
Hoy, una encuesta de la consultora Equis, que conduce el sociólogo Artemio López, lo ubica como el político con peor imagen del país: Ruckauf consensúa un 70,1 por ciento de imagen negativa. Para su consuelo, López no midió dichas valoraciones para Carlos Menem ni para Fernando de la Rúa.
Relaciones interiores
Ruckauf no cambia sus modos ni sus costumbres. Alguna vez vinculado con la venta de seguros, lo de él siempre fue vender e irse. Los relatos sobre su historia dan cuenta de la distancia que tomó de cada uno de sus cargos cada vez que los tuvo. Su ausencia gestionaria mutaba en una iridiscente presencia en los medios, a la hora de exponer sus acciones ante la opinión pública.
Lo mismo está ocurriendo con su gestión al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, al parecer de varios funcionarios del Gobierno y diplomáticos consultados por este diario.
Brazo ejecutor de las relaciones exteriores de la Nación, proporcionalmente al tiempo que hace que ocupa el cargo, Ruckauf es el canciller que menos ha salido del país desde la reinstauración democrática. Con las obligadas salvedades de las efímeras gestiones de Susana Ruiz Cerrutti, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y de José María Vernet, durante el de Rodríguez Saá, el actual canciller no ha tenido la viajera actividad que desplegaron en su momento Dante Caputo, Domingo Cavallo y Guido Di Tella. Parece extraño, si se tiene en cuenta que el canciller es quien tiene a su cargo la principal tarea de lobby político en el exterior. Tal extrañeza se vuelve incomprensible si se atiende que, en medio la peor crisis económica de toda la historia de la Argentina, todo esfuerzo es poco.
“No le interesa. Lo aburre y delega. Como en su momento no manejó la provincia, hoy maneja menos la cancillería”, descerrajó un diplomático ante Página/12. Siguiendo su relato, las tareas de relaciones exteriores recaen en la apabullante voluntad del vicecanciller Jorge Faurie, y en la intensa actividad de su segundo, el embajador Rogelio Pfirter, ex representante argentino ante el Reino Unido. Las labores del secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Martín Redrado –nombrado por Ruckauf–, está tan trabada como la economía argentina debido a los serios inconvenientes para financiar la producción exportable y la desconfianza que genera el país. En cuanto al fiel y eficaz ladero desde los tiempos bonaerenses Esteban “Cacho” Caselli, su designación generó una dura queja de la cúpula eclesiástica argentina ante el presidente Duhalde. Las relaciones entre Caselli y el purpurado se cortaron cuando el actual secretario de Culto fue embajador ante la Santa Sede de Carlos Menem. Por entonces, gracias a las excelentes relaciones que tejió con el poderoso canciller vaticano Angelo Sodano, Caselli consiguió puentear a los obispos argentinos que criticaban duramente las políticas socioeconómicas de Menem. Esos mismos obispos hoy ocupan la cúpula de la Iglesia católica criolla y no olvidan la faena que ejecutó “Cacho” durante los 90.
Durante el viaje presidencial a Monterrey, el canciller mantuvo un bajísimo perfil, tanto que casi ni se lo vio. Participó módicamente en las reuniones con José María Aznar, Jean Chretién y Hoerst Koehler. También sevio con su par español, Josep Piqué. Y obvió el resto de la agenda. Faltó a todos los foros donde brasileños y chilenos lucharon a brazo partido para incorporar la situación argentina a la cerrada agenda de Monterrey, pidiendo ayuda económica para nuestro país. Incluso pegó el faltazo a un foro donde, tomando nota calladamente, estuvieron el ex titular del FMI Michael Camdessus y una conocida –para los argentinos– funcionaria del organismo: Teresa Ter Minassian.
“Cuando está el Presidente yo prefiero quedarme en segundo plano”, se justificó en aquella oportunidad el canciller ante los periodistas que siguieron la gira.
¿Otro cargo?
A pesar de todo esto, y de encontrarse a “tiro de decreto”, la permanencia del ex presidenciable en el Gobierno no corre riesgos. La semana pasada, una versión periodística lo ubicaba como potencial reemplazante de Jorge Capitanich en la jefatura de Gabinete. En el Gobierno, ninguno de los funcionarios de primera línea consultados por este diario confirmaron la especie. “No está en la cabeza de Duhalde ponerlo en ese lugar y tampoco creo que Ruckauf quiera hacer ese cambio”, dijo a Página/12 uno de los confidentes mencionados.
De no recalar en otro cargo, su estadía en la cancillería podría prolongarse durante el tiempo que Duhalde permanezca en el poder. Fue el Presidente quien tendió el puente que alivió la huida del canciller de las incendiadas tierras bonaerenses. “El Negro tiene un acuerdo con Rucu -confió en tono coloquial un integrante del gabinete–: él lo puso de candidato y peleó para que ganase la gobernación, el lo salvó llevándolo a la cancillería. Ahora lo va a mantener porque Duhalde cumple su palabra y, además, no quiere abrir un frente más. Ya demasiado tiene con la crisis.”

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