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El país|Domingo, 12 de mayo de 2002

Pascual teje y licua el poder de Alfonsín dentro del radicalismo

En esta semana se profundizó la crisis interna de la UCR a partir de los cuestionamientos de un grupo de legisladores liderados por Pascual.

Por José Natanson
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Raúl Alfonsín nuevamente cuestionado dentro de la UCR.
Hasta el momento su nombre no había trascendido, pero todas las fuentes consultadas por Página/12 coincidieron en que el responsable del documento firmado por la mayoría del bloque de diputados radicales, en el que se planteó una mayor independencia del Gobierno, no fue otro que el delarruista Rafael Pascual, que ya no es diputado, pero mantiene intacta su influencia en el Congreso. La movida de Pascual sintoniza con la voluntad de cada vez más radicales, que creen que ha llegado el momento de tomar distancia de la Rosada. Y constituye un desafío a la estrategia de Raúl Alfonsín, cuyo liderazgo se opacó esta semana, al compás del traumático tratamiento de las leyes de quiebras y subversión económica.
“Volvieron los talibáñes”, decía el viernes un importante legislador de la UCR, en referencia al término –mezcla de talibán con Fernando de Santibañes– acuñado por Jesús Rodríguez para describir a los fanáticos delarruistas.
La broma tiene bastante de verdad. Aunque la voluntad de diferenciarse del Gobierno recorre la mayoría de los (pocos) espacios de poder que aún conserva la UCR, el síntoma más visible ocurrió en el bloque de diputados: de los 69 que lo integran, una mayoría aplastante de 42 firmó un documento en el que se manifestaba la voluntad de alejarse de la Rosada y pelear por recuperar una identidad propia.
Para colmo, de los 27 que no lo suscribieron, hubo algunos –como Marcelo Stubrin– que no rechazaban el contenido sino el modo en el que fue tomada la decisión, sin discusión previa, y muchos otros que responden a Federico Storani, que también cuestiona el alineamiento automático con el Gobierno.
Pero lo notable no es tanto el clima levantisco como los actores detrás de la movida. Ex presidente de la Cámara baja y hombre de máxima confianza de De la Rúa en el Congreso, Pascual fue el autor intelectual de la jugada: el documento se discutió el miércoles, en una cena con unos 35 diputados que él ofreció en un club porteño, la versión original se redactó en sus oficinas de Congreso (el barrio) y fue él quien se ocupó de llamar a un puñado de diputados para convencerlos.
La influencia de Pascual en la bancada viene de lejos: en 1998 peleó con Storani la jefatura del bloque, que perdió por sólo un voto. Después, cuando De la Rúa se convirtió en Presidente, Pascual fue elegido jefe de la Cámara. Lo respaldó un nutrido grupo de diputados, con mayoría del interior, que buscaban compensar el peso relativo de sus pares bonaerenses: entre los más notables figuraban el sanjuanino Mario Capello, el chaqueño Héctor Romero, el tucumano Carlos Courel y el cordobés Alejandro Balián. Son los mismos que impulsaron el documento reclamando un giro en la estrategia partidaria.
Pascual tiene un plus: durante casi dos años fue el enlace natural entre el Ejecutivo y el Legislativo, lo que le permitió gestionar todo tipo de pedidos que le hacían llegar los diputados. “El Rafa está cobrando favores”, explica un legislador radical.
Como suele ocurrir en la UCR, todo se complica por mil internas cruzadas, que muchas veces mezclan lo personal con lo político: por ejemplo, el jefe del bloque de diputados, Horacio Pernasetti, no digiere la presencia de Leopoldo Moreau, uno de los defensores del respaldo irrestricto al Gobierno e interlocutor privilegiado de Eduardo Duhalde.
En el Senado, el malestar comenzó antes incluso que en Diputados, cuando el pampeano Juan José Passo, acompañado luego por el jujeño Gerardo Morales, cuestionaron el oficialismo sordo de Alfonsín. “Yo no hablo más”, dijo en ese momento el ex Presidente. Y, aunque intentó contener a los suyos con declaraciones destempladas contra el FMI, lo cierto es que garantizó lo prometido: pese a todo, los senadores facilitaron el quórum para tratar la derogación de la ley de subversión económica, y los diputados hicieron lo mismo con la modificación a la ley de quiebras. Sin embargo, sería un error leer el último capítulo de la interminable interna radical en términos de un enfrentamiento entre De la Rúa, representado por Pascual y algunos senadores, y Alfonsín. Se trata, más bien, de la eterna disputa entre el interior y la provincia de Buenos Aires: de un lado el Frente Federal de diputados que siempre lideró Pascual, junto algunos senadores; del otro, Alfonsín y sus lugartenientes bonaerenses, Storani y Moreau.
En cualquier caso, la disputa se ha instalado, y con una virulencia que no se veía desde el colapso de la gestión delarruista. “Estamos pagando más costos políticos que los peronistas. Es ridículo”, aseguraba un diputado radical enrolado en el grupo rebelde. “Están locos: creen que si cae el Gobierno de Duhalde van a limpiar la imagen del partido”, responde un legislador cercano a Alfonsín.
El jefe formal de la UCR, el chaqueño Angel Rozas, mira de lejos cómo la mayoría de los legisladores toma distancia de la Rosada: suficientes problemas tiene ya en su provincia.
Mientras tanto, Alfonsín, verdadero líder del partido, observa cómo su influencia interna se recorta a niveles inéditos desde el Pacto de Olivos. A pesar de todo, el ex Presidente jura que está dispuesto a insistir hasta el final con el respaldo institucional a Duhalde. “El problema es que realmente cree, está convencido, de verdad, de que si no es por su apoyo corre peligro el Gobierno, y también el sistema democrático”, explica un diputado alfonsinista. Y luego piensa: “en realidad, no es tan raro: al fin y al cabo, es lo mismo que pensó siempre”.

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