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El país|Domingo, 31 de marzo de 2002
OPINION

Idiotas útiles de la derecha

Por Sandra Russo
En los 70 se usaba la expresión “idiota útil”. Se usaba para aludir o bien a los militantes de organizaciones armadas que presuntamente servían de carne de cañón para acciones de las que sus jefes no participaban, o bien a los jóvenes que, aunque se limitaban a adherir ideológicamente a esas organizaciones, creaban el caldo de cultivo socialmente favorable. Los padres eran instados a controlar a sus hijos para que, tratándose de buenos chicos y chicas de familias irreprochables, no pecaran de la ingenuidad ni de la credulidad que podía llegar a convertirlos en “idiotas útiles”. ¿Quién era el “idiota útil”? Alguien que era sistemáticamente convencido por otros que no develaban, en realidad, sus verdaderos intereses. Alguien que era tentado intelectualmente, que era “operado” para apoyar argumentos o actos de una naturaleza determinada –en aquel caso, “subversiva”–, alguien adiestrado para defender causas aparentemente justas, pero que no eran, sin embargo, las que yacían en el trasfondo de la escena política.
“¿Sabe usted qué está haciendo su hijo ahora?” o “Ma sí, yo vengo a estudiar”, eran algunas de las consignas de esa época, en la que los militares se propusieron una acelerada despolitización general, persiguiendo y asesinando a militantes y simpatizantes, y tendiendo una red discursiva para que los padres de esa generación se convirtieran en agentes sociales de control.
El “por algo será” o “algo habrá hecho” se multiplicaron al ritmo siniestro con el que el terror sacaba a la luz las partes más oscuras y viles de la argentinidad. Mucha gente se colocó a sí misma dentro de un corralito mental en el cual se sentía a salvo, como quien dice: si no hago nada, si no digo nada, si no pienso nada, si no hablo con nadie, si no ayudo a nadie, si no escucho a nadie, no van a tocarme. Y ya estaban tocados. El régimen los había tocado con su mano apestosa en lo más profundo de sí. Esos fueron los “idiotas útiles” del régimen, que puso al alcance de esa gente banderas cómodas, simples y basadas en un consenso plastificado por el miedo: muchos de los que mandaron al exterior postales con la leyenda “los argentinos somos derechos y humanos” lo hicieron convencidos de que había que dejar a los militares tranquilos para que pudieran terminar el exterminio, pero muchos otros creyeron sinceramente estar defendiendo algún tipo perverso de soberanía, o estar protegiendo una forma deforme de nacionalidad. Perfectos “idiotas útiles” funcionales a quienes estaban asesinando a los otros “idiotas útiles”.
Hace ya muchos años, la sociedad democrática convirtió la muletilla del “por algo será” en un símbolo no sólo de la dominación mental de la que amplios sectores fueron víctimas, sino también de la indigencia moral de esos sectores, que quedaron lentamente aislados de las redes de solidaridad y de organización que nunca fueron totalmente destruidas y que aprovecharon cada mínimo pliegue del sistema para multiplicarse y florecer. En aquella revisión de las conductas civiles durante la dictadura, lo que quedó sin analizar lo suficiente fue el papel de “idiotas útiles” de la derecha que encarnaron quienes, por miedo o por la misma ingenuidad o credulidad que supuestamente condujeron a miles de jóvenes a la muerte, compraron e internalizaron el discurso de la derecha. Esta ocasión es oportuna para hacerlo, ya que otra vez, lenta, grosera, impunemente, la derecha ha comenzado a tender sus redes discursivas entre los sectores más fácilmente asustadizos y reactivos a los cambios profundos, sectores que siempre prefieren lo malo conocido a lo bueno por conocer, sectores enamorados del pájaro en mano, sectores que todavía, a pesar de haber sido acorralados, de haber sido arrastrados al medio del desastre junto a las clases desfavorecidas desde siempre, otra vez vuelven a estremecerse ante la posibilidad de que sea cierto, después de todo, que su suerte esté históricamente echada junto a la de los desarrapados. Gente sensata, gente educada, gente incluso biempensante, vuelve a experimentar una vaga repulsión a la vista de las organizaciones piqueteras o de las performances que se llevan diariamente a cabo en las sucursales bancarias.Gente instruida, gente informada, gente incluso bienintencionada, vuelve a caer en el lugar común de creer, como les han hecho creer toda la vida, que hay algún saber que tiene la derecha más allá de los atroces resultados de todos sus gobiernos, más allá de este Occidente desastrosamente inequitativo que ha parido ella sola.
El universo progresista incluye a la izquierda pero la supera holgadamente. De fracaso en fracaso, de blooper en blooper, ese universo progresista está integrado por muchos que, tras la caída del Muro y la caída del pelo, concluyeron que aquellas viejas categorías de izquierda y de derecha le habían quedado chicas a un mundo en movimiento. Esa lectura fue tramposa. Lo que pasó es que el mundo se movió a la derecha. Lo que pasó es que a la derecha le llamaban globalización y no avisaron. Y de ese amplio universo progresista están saliendo, hoy, nuevos “idiotas útiles” que se sienten pragmáticos, mayores de edad o más vivos que el resto cuando reclaman “orden”, cuando ante las performances bancarias dicen “esto ya es una ridiculez”, cuando se erizan ante los piqueteros o los asambleístas que sin pudor comenzaron a hablar de “proyecto político”, o cuando acusan de “setentista”, “infantilista” o “naïf” a quienes persisten en negarle representatividad a la corporación política.
Otra vez “operados” por un grupo de formadores de opinión a su vez “operados” por el establishment, esos sectores responden con un rechazo casi estético (y nunca es estético, siempre es ético, siempre es ideológico) hacia las formas de organización populares que día a día sacuden al país. Si todo queda en nada, si esas organizaciones y manifestaciones populares son deglutidas y aplastadas por el Viejo Orden, esos mismos sectores que hoy les temen y las desestiman seguirán siendo arrastrados junto a los pobres cada vez más pobres, y los nuevos pobres. Ni siquiera está en juego la solidaridad con otros: juegan contra sí mismos, idiotamente útiles.

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