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El país|Domingo, 16 de mayo de 2004
UN ACTOR VOCACIONAL, UNA CUÑADA DE DROMI, UN AMIGO DE BAUZA

El tribunal que juzga a la funcionaria

Por I. H.

Las delicias del juicio contra María Julia Alsogaray no están concentradas exclusivamente en ella. El tribunal que decidirá su suerte tiene las propias. Su presidente ha hecho gala en las audiencias de sus dotes de actor de teatro y forma parte del círculo de consejeros de Juan Carlos Blumberg. Sus dos compañeros conocieron la administración menemista bien desde adentro y no por este proceso, sino porque formaron parte de ella. ¿Quiénes son estos jueces que con sus gestos y comentarios han hecho tentar de risa más de una vez a la platea?
El presi
La voz estentórea de Horacio Vaccare, el torso erguido, su tono socarrón, su risa con eco, lograron desconcertar hasta a la propia María Julia desde los primeros días del proceso. No eran meros lujos de ejercer la conducción del Tribunal Oral 4. Su Señoría, un hombre semicalvo que usa anteojos para la presbicia, está en la Poder Judicial desde 1961, pero ha matizado su labor no sólo con algunos recreos para trabajar de abogado sino para dedicarse a la actuación. Entre las últimas obras que interpretó figuran Tartufo, de Molière, y Jettatore, de Gregorio de Laferrère. Cuenta con un público fiel, mezcla de amigos y familiares, e incluso algunos fueron a ver su performance en el juicio contra la ex funcionaria.
Por momentos, de todos modos, los aires de comediante de Vaccare se desvanecen. Es cuando ve algún reportero gráfico acercarse hacia él. Detesta aparecer en los diarios, tanto que días atrás se enfureció con una fotógrafa de Clarín y atinó a lanzarle un puñetazo. Entre los tribunales orales circulan rumores de que planea jubilarse y una opción era despedirse a lo grande con el caso de Alsogaray, algo que él desmiente. Tiene 62 años y pasó por distintos cargos en el Poder Judicial, desde auxiliar y secretario de Cámara hasta juez de primera instancia en San Isidro, donde fue nombrado en junio de 1976. Su pliego para integrar un tribunal oral fue aprobado en mayo de 1993.
En este último mes, además de dedicarse casi a diario al expediente contra la ex secretaria medioambiental, Vaccare tuvo un tarea extra: apuntalar a Blumberg, a quien conoce de sus tiempos en la actividad privada. Le ayudó a pulir, por ejemplo, el petitorio de reformas en el aparato judicial y en la policía, así como el endurecimiento de penas.
La dama
María Cristina San Martino lleva la marca de ser la cuñada de Roberto Dromi, ya que su hermana está casada con el ex ministro artífice de las privatizaciones. Pero la relación no termina ahí: la propia jueza trabajó con él, primero como asesora y luego como directora de Relaciones Institucionales del Ministerio de Obras y Servicios Públicos. Su paso por esa cartera duró desde noviembre de 1989 hasta diciembre de 1990. En la actualidad está distanciada del matrimonio Dromi, que maneja la editorial Ciudad Argentina, y se incomoda cuando le preguntan por estos parientes.
Rubia, delgada y coqueta, a esta magistrada le gusta vestirse con colores fuertes. Usa mucho rojo y naranja y muestra debilidad por las chaquetas cortas, hasta la cintura, a veces de cuero. En su lugar de trabajo tiene fama de silenciosa y discreta, cualidades que quedaron claras en las audiencias orales del juicio de María Julia, donde en un mes interrogó a testigos como mucho tres veces. En esos casos, hizo preguntas tan kilométricas y llenas de explicaciones que logró marear a sus interlocutores. En una oportunidad sorprendió cuando a Rodolfo Aiello, un supuesto pagador de sobresueldos de la Jefatura de Gabinete, le avisó que estaba entrando en contradicción con una mujer que había declarado minutos antes.
San Martino, de 55 años, es mendocina y trabajó en el Poder Judicial de su provincia desde 1975, cuando empezó como defensora de pobres y ausentes para luego ser jueza correccional y de Cámara. Llegó al tribunal que ahora integra en 1993. Generalmente, es la que define los fallos sumándose al voto de alguno de sus dos compañeros.
“Leo”, para los amigos
Leopoldo Bruglia es capaz de soltar una carcajada o ponerse a chusmear en susurros con quien esté a su lado en medio de la declaración de un testigo. Pero tiene una increíble capacidad de mutar su rostro barbudo en dos segundos y hacer la pregunta más rigurosa. Es hábil para interrogar, para determinar donde está el quid de la cuestión. Delgado, de andar desgarbado, Bruglia militó en el radicalismo en los ochenta, pero cayó en el desencanto cuando el gobierno de Raúl Alfonsín promovió las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Afecto –parece– a la versatilidad, terminó en 1990 aterrizando en el Ministerio de Salud y Acción Social bajo la conducción de Eduardo Bauzá. Allí manejó la Dirección de Sumarios en la época de grandes escandaletes como la estafa de los guardapolvos.
Antes de su paso por la función pública, Bruglia transitó una carrera de casi quince años en el Poder Judicial, donde puso un pie por primera vez en 1975. Tuvo cargos desde meritorio hasta secretario de juzgado en el fuero criminal federal, de donde decidió irse para trabajar en una empresa privada. En 1993 consiguió su nombramiento en el tribunal oral, gracias a un empujoncito de algunos contactos que cosechó en el menemismo. Este juez de 48 años despierta simpatía entre gente que lo conoce en los tribunales, donde lo llaman “Leo”. Sus colegas dicen que es estudioso y obsesivo al momento de armar su voto para cada sentencia, aunque se deja unos buenos ratos libres para jugar al fútbol con amigos y para seguir a Ferro, su equipo favorito.

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