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¿Se puede trabajar la plástica con los bebés? Cuando un niño observa conejos tan bellos o cabras tan maravillosas como los de El pequeño conejo blanco (de José Ballesteros y Oscar Villan, ed. Kalandraka, Pontevedra, 1999) y se apasiona con esa obra, y entonces la pide una y otra vez; cuando las ilustraciones de La hormiga que canta (de Laura Devetach y Juan Lima, Ediciones del Eclipse. Buenos Aires, 2004) le hacen sentir cosquilleos; cuando Willy, el personaje estrella de los cuentos de Anthony Browne (todos ellos editados por Fondo de Cultura Económica), lo zambulle en mundos oníricos, surrealistas, estamos haciendo educación plástica. Estamos abriendo la percepción a las formas, al color, a las texturas, a la calidad de los materiales, a la representación, a la fantasía. No es lo mismo presentar cualquier libro ni cualquier ilustración oportunista.
Una reciente publicación sobre el arte y los bebés indica preguntarles a los chicos, ante las ilustraciones: “¿Qué es esto?” o “¿cómo hace el pato?” y, en el caso de recibir la respuesta correcta, asentir diciendo: “¡Muy bien!”. Pobre la literatura, pobre la didáctica y pobre el niño, si eso es lo que tiene para decir un texto especializado en literatura infantil. Esas preguntas surgen espontáneamente en cualquier acompañante de un niño, en la experiencia de mirar libros, pero quienes nos dedicamos a la infancia y al arte sabemos que hay mucho más para hacer y decir, que la literatura es otra cosa y que un buen vínculo con un niño permite muchísimo más intercambio que el estímulo-respuesta y la consecuente toma de examen. Se puede fantasear, crear historias, inventar rimas sonoras, cantar, poner palabras, dialogar; todo eso es posible con un bebé en el intercambio de una situación lectora.
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