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Sociedad|Jueves, 24 de septiembre de 2015
Piden la indagatoria de un agente de la Metropolitana por el crimen de un chico

Para dar vuelta una causa

Un fiscal y la Procuvin pidieron la indagatoria del agente de la Metropolitana Sebastián Torres, por la muerte de Roberto Autero, de 16 años. El chico recibió un disparo en la cabeza. Torres asegura que lo hizo en defensa propia. El tiro entró por la nuca.

Por Horacio Cecchi
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El 25 de mayo, el colegio Isauro Arancibia, donde cursaba Robertito, lo homenajeó en un acto.

El fiscal Fernando Fiszer y el titular de la Procuvin, Miguel Palazzani, pidieron a la jueza de Instrucción porteña 37, Silvia Ramond, la indagatoria del agente de la Metropolitana, Sebastián Ezequiel Torres, por el homicidio calificado de un adolescente de 16 años, Roberto Autero. El crimen tuvo lugar el 7 de febrero pasado cuando Autero dio un golpe al auto en el que se encontraba Torres, estacionado frente al Parque Rivadavia, con un arma de madera. El policía, uniformado, salió y el chico se asustó y salió corriendo. Torres disparó su arma y le dio en la cabeza. Después, dijo que lo habían querido robar, que Autero disparó o intentó tirarle y que en defensa propia disparó y le dio en la frente con orificio de salida por la nuca. Después se constató que el arma era de juguete, que jamás enfrentaría a un policía armado sabiendo que su propia arma no dispara, y se confirmó en la autopsia que el tiro ingresó por la nuca. Es decir, estaba dado vuelta.

El agente Torres pertenece a la Dirección de Vigilancia y Prevención de la Policía Metropolitana, títulos que quedan en la cornisa si se sigue el hilo de la muerte de Autero. Durante la madrugada del 7 de febrero pasado, el auto del uniformado Torres estaba estacionado sobre la calle Rosario y esquina Viel, frente al Parque Rivadavia.

Robertito Autero lo llamaban los amigos y profesores de la escuela pública Isauro Arancibia, donde estudiaba junto a otros chicos arrojados o, como se suele decir, en situación de calle. Esa madrugada estaba junto a otros tres pibes, que viven arrojados en la misma situación. Robertito tenía un arma de plástico, réplica de una real. Podía asustar y convencer a cualquiera que no conociera de armas y ganar una billetera, un reloj, un celular y hasta un estéreo. Incluso a quien conociera y que la alarma pudiera más que el conocimiento. Pero difícilmente lo podría haber hecho con alguien armado, y mucho menos si éste es policía, uniformado y con la poderosa 9 milímetros reglamentaria. La relación de fuerzas se invierte. Robertito golpeó con el juguete en la ventanilla del auto y Torres, que debía estar vigilando hacia dentro, salió del auto. Los cuatro, con la práctica de los reflejos cotidianos de supervivencia real, detectaron la relación de fuerzas y corrieron. A uno de ellos lo atrapó un Federal, que se encontraba cerca del lugar. Otros dos corrieron con más suerte. Robertito cayó muerto en la misma calle Rosario junto a los autos estacionados.

El pibe detenido llegó a decirle al federal lo que había pasado. El federal se acercó al metropolitano que acababa de disparar. Torres, según consta en el expediente, le comentó que Robertito se dio vuelta y le apuntó con el arma como para tirarle y él disparó primero en defensa propia. Después se comprobó que el arma que llevaba Robertito era de juguete con lo que resultaba irrisorio imaginar que se detendría para apuntar contra un policía al que sabía armado. Y la autopsia determinó que el proyectil disparado por Torres había ingresado por la nuca con orificio de salida por la frente.

El fiscal Fernando Fiszer (intervino en los casos de Pablo Ferreyra y de Angeles Rawson), y el titular de la Procuraduría de Violencia Institucional, Miguel Palazzani, solicitaron la indagatoria del metropolitano Torres.

Ambos sostuvieron en la presentación que “resulta contrario al sentido común suponer que la víctima, con pleno conocimiento de que la réplica que tenía era un juguete, pudiera llegar a apuntarle a una persona con uniforme de una fuerza de seguridad que, como también es conocido, habitualmente se encuentran armados, incluso cuando se encuentran fuera de servicio”.

Y concluyeron en que “en base a estos elementos, entendemos que se encuentra acreditado el grado de sospecha requerido por el ritual a los fines de que el imputado sea convocado a prestar declaración indagatoria, ya que la prueba reunida indica que Torres disparó contra el adolescente Roberto Autero cuando éste corría de espaldas, se encontraba absolutamente indefenso y no mediaba ningún tipo de agresión que pudiera eventualmente justificar la conducta que se imputa”.

En el film El incidente (1967), dos jóvenes toman por asalto un vagón del metro de Nueva York armados con un cuchillo y dominan con el terror a una docena de pasajeros. Finalmente un conscripto logra desarmarlos. La policía entra al vagón y lo primero que hace es arrojarse sobre dos pasajeros negros. Lejos de Nueva York, pero con los mismos preconceptos, la justicia porteña tiene caratulado el caso de Robertito como “Robo con arma no apta para disparo”, siguiendo la información policial, en este caso, dígase Torres. O sea, por ahora, investiga a Robertito, el muerto en defensa propia de un disparo en la nuca.

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