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Domingo, 25 de septiembre de 2005
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El baúl de Manuel

Por Manuel Fernández López

¿Volverán las oscuras inversiones?

Se comenta la posibilidad de nuevas inversiones extranjeras, cifrando en esa posibilidad de proseguir en el futuro con la tasa de crecimiento de los dos últimos años. En esto no se habla claro, ya que las “inversiones” extranjeras pueden ser de cartera o directas. Las inversiones de cartera son colocaciones de fondos del exterior en papeles financieros, generalmente acciones, que no representan ninguna creación de capital reproductivo. Las inversiones directas sí están vinculadas con la actividad productiva, pero no hay ninguna garantía de que contribuyan a resolver ni a paliar el grave problema social de un país en que el 40 por ciento de sus habitantes está sujeto a pobreza y desocupación. Cualquier inversión que venga mirará dónde obtiene más rentabilidad, no el beneficio que produce en la sociedad. En verdad, la inversión tiene facetas buenas y malas. El crecimiento depende del crecimiento del capital reproductivo, pero la decisión de invertir o acumular depende de cierta cultura favorable al ahorro y de la inequidad social, que permite que la posibilidad de ahorrar se concentre en aquellos dispuestos a invertir. Por otra parte, la inversión es favorable a la creación de empleo: en eso consiste el “multiplicador” de Keynes; pero al aumentar la capacidad productiva, la inversión en cierto punto desencadena recesiones: ése es el resultado del mecanismo del “acelerador”, de Aftalion-Clark. En el decenio de 1930 Haberler clasificaba toda una familia de teorías del ciclo como “teorías de la sobreinversión”. Hay, sin embargo, un tipo de inversión que jamás es excesiva, no provoca ciclos económicos, la duración de su rentabilidad es la más larga posible, y permite que la misma sea captada por los sectores pobres y desamparados: la inversión en capital humano. Se coincide en que los hijos de los marginales dentro de diez años serán inservibles, para sí mismos y para la sociedad. La ley prescribe enseñanza pública, obligatoria y gratuita. La “obligatoriedad” puede asimilarse al sistema de internados, con doble escolaridad, donde el Estado brinde educación, alimentación, alojamiento e indumentaria de los educandos. Los niños estarían en tales escuelas de lunes a viernes, y al fin de cada semana se les devolvería a sus familias con 50 pesos en ticket-canasta. Sólo la construcción de las escuelas sería un factor reactivador de la economía.

... que las hay, las hay”

La especie humana exhibe contradicciones sorprendentes. Hoy veíamos la interminable fila de habitantes de Houston huyendo, presas del pánico, para no ser víctimas del huracán Rita. Huían, claro, en sus automóviles, consumiendo nafta y despidiendo con ello cantidades enormes de dióxido de carbono, el principal gas responsable del cambio climático que originó la reciente mayor violencia de los huracanes tropicales. El automóvil, en efecto, fue una de las maravillas del siglo 20, y su producción y consumo masivo, obra de Henry Ford, desencadenaron la lucha por dominar en el planeta sus yacimientos petrolíferos y otras fuentes de energía. Además, fue genuinamente un fruto de la sociedad norteamericana. El teórico del crecimiento económico y apólogo de la sociedad norteamericana, Walt Whitman Rostow, señalaba el acceso al automóvil como un rasgo de la sociedad económicamente avanzada. Pero no fue sólo el automóvil el que desencadenó una fenomenal demanda y consumo de energía. EE.UU. se convirtió en una sociedad dominada por la energía, y la mayor consumidora de energía en el mundo. Hasta que comenzó a hablarse del “agujero en lacapa de ozono”, “efecto invernadero” y “cambio climático”, EE.UU. oficialmente respondió con soberbia y desdén hacia tales problemas. Seguramente diría, en su idioma, “a nosotros no nos va a pasar”. Y si les pasaba a otros países, ello nunca se asumió como su responsabilidad por EE.UU. Se comportaba como un polizón del planeta Tierra, adonde viaja produciendo daños ecológicos sin pagar el boleto correspondiente. El país emisor de un tercio de los gases contaminantes, rehusó suscribir el protocolo de Kyoto al convenio-marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático, del 11 de diciembre de 1997. A todo ello, ya había invadido Irak, y la volvería invadir con razones espurias, demostrando su determinación para controlar las fuentes petroleras del planeta. El presidente de EE.UU., recientemente, se movió con visible negligencia para socorrer a Nueva Orleans –¿acaso por no ser una ciudad WASP, como gustaba alardear su padre?–. Y cuando menos se esperaba, un huracancito, Rita, fue creciendo en intensidad hasta superar a Katrina y azotar a Texas, la tierra del presidente, tierra arrebatada a México, poseída sólo por el derecho que da la fuerza. ¿Un castigo a la soberbia? Uno no cree en las brujas, pero...“

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