El espíritu de Pablo Neruda podría haber sido desvirtuado por el abogado Juan Agustín Figueroa, presidente de la Fundación Neruda, entidad que según la familia del poeta chileno ha comercializado y vulgarizado su nombre, convertido hoy en una marca de agendas, vinos, chocolates y hasta una cadena de hoteles. Los herederos del poeta han decidido llevar el caso a los tribunales, entendiendo que la fundación se ha extralimitado en sus funciones, además de haber traicionado el ideario social de Neruda. Bernardo Reyes, escritor y sobrino nieto de Neruda, autor de ensayos y libros biográficos sobre el Nobel, señala que “Figueroa tiene un mandato nuestro para firmar contratos relativos a derechos de autor, pero jamás dijimos que íbamos a renunciar a derechos que son inalienables, como ser dueños de la marca, actualmente registrada a nuestro nombre”.
Neruda impulsaba la Fundación Cantalao con el objetivo de difundir las letras, artes y ciencias. “Y el directorio de esa fundación debía estar integrado por sus representantes y también por catedráticos, escritores y hasta un dirigente de la central de trabajadores”, explica el familiar del poeta. Figueroa llega a la fundación de la mano de su hermana Aída, una antigua amiga de Neruda que dio cobijo al poeta cuando a fines de los años ‘40 era un perseguido político. “Fue varias décadas después y con el arribo de otro régimen represivo –el encabezado por el general Augusto Pinochet– cuando la esposa del poeta, Matilde Urrutia, debió recurrir a una cara legal para organizar la fundación”, cuenta Reyes.
Lo que nadie esperaba era que se desvirtuara el legado del poeta: “Se produce entonces una nueva versión de aquellos estatutos, la idea original muta en la Fundación Neruda, y si bien la familia queda con participación en los ingresos por derechos de autor, se la excluye del prorrateo proporcional de la administración de las casas museos”.
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