Y se terminĂł nomás. Con un estadio con claros visibles en las plateas –principalmente en las superiores– y un campo lleno, la nueva ediciĂłn del Quilmes Rock se despidiĂł hasta el año que viene y dejĂł, una vez más, certezas, interrogantes, emociones cruzadas, algunos buenos pogos, un tercio más de acoples y gargantas secas sin gusto a cerveza. Aunque, vale la aclaraciĂłn, en estos festivales, donde la mayorĂa de los actores son viejos conocidos del pĂşblico argentino, los ojos –y los oĂdos– prestan una atenciĂłn especial a los artistas internacionales que integran la grilla. En este caso, los norteamericanos Black Rebel Motorcycle Club eran el objeto de análisis en una jornada que se quedĂł renga prematuramente de Lenny Kravitz, impactando finalmente en la venta de entradas (fue el dĂa de menor convocatoria de los cuatro).
Y todos aquellos, previsores o curiosos, que llegaron a las apuradas para el show del trĂo de San Francisco fueron testigos de una de las performances más voladas, crudas e intensas que se puedan encontrar en la escena actual del rock made in USA. Durante casi una hora y cuarto, Peter Hayes, Robert Levon Been y Nick Jago lograron que todo River ingresara en un trance hipnĂłtico del cual parecĂa imposible escapar; hasta para los que sĂłlo fueron hasta Núñez para ser abofeteados por la potencia de Divididos y el nervio emocional de Catupecu Machu. MonolĂticos bajo un sistema de luces estroboscĂłpicas y dispuestos estratĂ©gicamente como puntales granĂticos de una encendida catedral gĂłtica –obra de Sergio Lacroix, habitual escenĂłgrafo de BabasĂłnicos–, los BRMC ofrecieron un set fascinante y demoledor. Aun sin contar con grandes hits que, en algunas ocasiones, salvan al invitado foráneo del murmullo incĂłmodo que genera el desconocimiento de su obra o su incompatibilidad musical con la audiencia criolla de turno (en 2007 los españoles Ojos de Brujo debieron retirarse bajo una silbatina escandalosa). Desde la espástica “Spread your love”, pasando por “Ain’t no easy way”, “Gospel song” y “Whatever happened to my rock and roll”, el grupo dejĂł a la monada en estado de Ă©xtasis y sin saber muy bien si aplaudir o seguir contemplando en silencio el exorcismo elĂ©ctrico que tenĂa lugar en el escenario. SensaciĂłn que durĂł los veinte minutos previos al concierto de los creadores de uno de los mejores discos de 2007: Massacre.
Con el oficio y la experiencia que sĂłlo da el paso del tiempo, Walas y CĂa. ofrecieron un show caliente y poderoso que confirma el gran momento de la banda y en el que se recordĂł al accidentado Fico, cuya imagen estuvo presente en las pantallas y hasta en el bombo de la baterĂa. En el mismo plan y luego de una breve y aplaudida apariciĂłn de Carca con su tributo al rock nacional –esta vez la gente fue más receptiva con el actual bajista de los Baba–, Catupecu se encargĂł de subir la temperatura de la noche, demostrando que el motor que alimenta su mĂşsica sigue siendo la bĂşsqueda. Esa que se traduce en arreglos apretadĂsimos (“Viaje del miedo”), reinterpretaciones (“En los sueños”), sĂncopas (“Dialecto”) y un espĂritu guerrero con licencia para conmover que ganĂł en dramatismo escĂ©nico en los Ăşltimos doce meses por motivos de dominio pĂşblico. El cierre con las adrenalĂnicas “Dale!” y “A veces vuelvo” dejaron el ambiente lo necesariamente denso para enfrentar lo que venĂa.
Porque el caso de Divididos era diferente. Sin álbum con material original desde 2002 (Vengo del placard de otro) y con una lista de canciones a medida de un festival, la expectativa estaba puesta en los estrenos que el trĂo podrĂa llegar a presentar y que servirĂan para apagar el fuego de la ansiedad que devora por dentro a los fans de la aplanadora, ávidos de, por lo menos, tres o cuatro estribillos para cantar de regreso al barrio. Antecedido de un tĂmido “no esperen mucho” a manera de introducciĂłn por parte de Ricardo Mollo, el primer tema nuevo del grupo –que saliĂł a asustar con los acordes de “Are you gonna go my way” y pelucas afro, en un claro mensaje a la ausencia de Lenny– en seis años no se aparta mucho de su tradicional lĂnea compositiva; una base pesada con toques de reggae y una letra condimentada de paisajes suburbanos (“chocando autos de a pie en la ciudad”) y cruces a contramano que formará parte de la producciĂłn que los paisanos de Hurlingham están amasando en el estudio. ÂżSe le puede reprochar algo a Divididos más allá de su sequĂa compositiva? Tal vez. Pero es muy difĂcil comenzar a enarbolar un reclamo cuando la banda es un verdadero tren sin freno que atropella todo lo que encuentra a su paso y que se apoya en tres bestias sanguĂneas que no aflojan un minuto.
Con los Carabajal y la “Vilca’s Band” –asĂ la bautizĂł Ricardo– de invitados se armĂł un breve set acĂşstico/folclĂłrico que incluyĂł “Ortega y gases”, “Guanuqueando” y “QuĂ© ves”, con un exquisito solo de violĂn de Peteco. De ahĂ hasta el final, el clásico palo y a la bolsa con las resabidas “Aladelta”, “Zombie”, “Vodoo Chile”, “El 38”, “Cielito lindo” y “Sobrio a las piñas”. Ya en los bises, Fernando RuĂz DĂaz y Walas subieron para una desprolija y calenturienta versiĂłn de “Nextweek” para regocijo de los coleccionistas de bootlegs en vivo y en directo y que fue la Ăşltima postal de un evento que corre el riesgo de repetirse y que deja poco espacio para la sorpresa que, como se ha hecho costumbre, suele llegar en aviĂłn desde el otro lado del mundo.
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