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Martes, 2 de agosto de 2011
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Los nuevos métodos de financiación que ensayan los directores de Hollywood

Más que estrenarla, llevarla de gira

Directores como Kevin Smith y Morgan Spurlock están buscando alternativas al modelo de negocio que pone demasiados gastos en el marketing y la publicidad, reduciendo las posibilidades de recuperar el dinero. Algunos esquemas son ciertamente revolucionarios.

Por James Mottram *
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Kevin Smith, director de Clerks, abandonó con Red State el sistema clásico de distribución.

En enero de este año, cuando Kevin Smith subió al escenario del Sundance Film Festival, el director –que comenzó su carrera en ese festival en 1984 y con Clerks, una película de micropresupuesto– anunció que iba a vender los derechos de distribución de Red State, su nueva película, que mezcla horror y religión. Detrás del podio comenzó la subasta en veinte dólares e inmediatamente dio por cerrado el remate. Smith dejó helados a decenas de posibles compradores de Hollywood. “La verdadera independencia es llevarle uno mismo la película a la gente”, declaró. Y fue exactamente lo que hizo, sacando a Red State en una gira de quince fechas por los Estados Unidos.

Luego de un debut a sala llena en el Radio City Music Hall neoyorquino (lo que supuso una recaudación de 160 mil dólares en su primera noche), Smith reafirmó su determinación de eliminar a los middlemen (los “hombres del medio”) y llevar sus películas directamente a los fans. No hubo esos tradicionales junkets de prensa, ni publicidades en medios gráficos o en televisión; sólo se corrió la palabra en Twitter, en lo que Smith llamó smodcasts y en su propia estación de radio por internet, SIR. A pesar del alto precio de la entrada (40 dólares), se acercó una multitud de fans, que llegaron con el atractivo extra de una ronda de preguntas y respuestas con Kevin Smith al final de cada proyección. Era, como les dijo a los incrédulos compradores de Sundance, el indie 2.0. Su argumento es simple: ¿para qué gastar cuatro o cinco veces el modesto presupuesto del film (en el caso de Red State, 4 millones de dólares), tratando de introducir la película más allá del núcleo de fanáticos de Smith? ¿Para qué perder tiempo y dinero en eso, muchas veces sin éxito, haciendo imposible conseguir beneficios?

“Nosotros creemos que el marketing de las películas se ha vuelto ridículamente caro, al punto de excluir a los directores promedio, que simplemente quieren contar su historia”, dicen Smith y su productor Jon Gordon en el sitio web de Red State. “Honestamente ya no tiene ningún sentido hacerlo de ese modo”, argumenta Smith. “Y dado que estamos apostando con un monto de dinero pequeño, es fácil cubrir la apuesta.” Smith tiene la base de fans necesaria para hacer que este modelo funcione, y se las arregla para sacar de quicio a Hollywood y a los medios. “Dios odia las privadas de prensa”, decía una bandera que levantó en Sundance. En Inglaterra, donde Smith vendió los derechos a la compañía Entertainment One, a comienzos de julio canceló a último momento la exhibición para la prensa, y luego se enredó en una guerra de palabras en Twitter con los enojados críticos. Despues decidió ofrecer asientos para una futura exhibición de prensa a 15 fans y sus acompañantes. “¿Por qué permitirles verla gratis a unos tipos que se la pasan hablando mierda, y no a amigos que realmente quieren verla?”, escribió en Twitter.

En realidad, Smith está lejos de ser un vanguardista. Basándose en un modelo llamado “cuatro paredes”, en el que se alquilan exhibiciones de cine privadas, varios directores se han autodistribuido por años. Don Coscarelli llevó de gira su Bubba Ho-Tep (una película de horror en Egipto basada en el mito de “Elvis está vivo”), y consiguió hacer ganancias. Lance Hammer hizo lo mismo con Ballast, apuntando que en tiempos económicamente tan difíciles el típico avance de un distribuidor para asegurar los derechos de una película independiente va de 25.000 a 50.000 dólares: “Si hacés un proyecto de 50.000, tiene sentido. Si resulta que gastaste más que eso, se dificulta mantener el control creativo”. Para directores que se han hipotecado a sí mismos para conseguir terminar su película, era la única opción. Pero en Smith –que dice que lo inspiró el sistema utilizado por Mel Gibson para La Pasión de Cristo– se lee más como un signo de victoria hacia la industria que lo construyó. Dice que su próxima película, una comedia sobre el hockey llamada Hit Somebody, será la última (está trabajando en un proyecto de talk show) y que, tras haber quemado varios puentes, se siente bien con ello.

En 2005, Steven Soderbergh, un director infinitamente más de moda que Smith, participó en un revolucionario intento de lanzar un nuevo modelo de “distribución simultánea”. Su película Bubble hizo su première en cines de Estados Unidos el mismo día en que se podía ver por cable, y sólo días antes del lanzamiento en DVD. El esquema enfureció a muchos en la industria, en particular a los dueños de salas de cine que creen que ese sistema de “día y fecha” (como se lo llama) liquidará su negocio: Bubble no fue exhibida en muchas pantallas de Estados Unidos. Según relató Soderbergh, “vendimos muchísimos DVDs, pero no hicimos dinero en las salas”. Soderbergh ya ha intentado monetizar el sistema con la propuesta de formar el F-64, una cooperativa de cuatro directores completada por Spike Jonze, David Fincher y Alexander Payne. “Después de siete años podrías comprar tu negativo”, dijo Payne. “La compañía podría comprar la película. Es una cuestión financiera y moral que tiene que ver con poseer tu propio trabajo creativo.” En principio era una gran idea; mantener los estudios a distancia, utilizarlos sólo cuando fuera necesario. Pero, como sucedió con la Director’s Company que en 1973 intentaron formar en Paramount Studios Francis Ford Coppola, William Friedkin y Peter Bogdanovich, la iniciativa nunca llegó a despegar.

Por su propia naturaleza, los directores tienden a ser algo ególatras, lo que convierte a la creación de una cooperativa en algo casi imposible. Sólo United Artists, el estudio fundado por DW Griffith, Mary Pickford, Charles Chaplin y Douglas Fairbanks en 1919, fue una experiencia duradera. Pero aun sus intenciones originales –que cada uno produjera independientemente cinco películas al año– quedaron a un lado a medida que los costos de producción crecían y crecían. El problema es que los directores que tratan de poner atención a cuestiones del negocio terminan autoexigiéndose en demasía. Debe considerarse la doble ración de sangre, sudor y lágrimas que lleva autodistribuir una película; salir a la ruta simplemente significa menos tiempo para hacer películas y una exposición a una audiencia limitada. Algo así como jugarse en contra.

Los mejores ejemplos de directores autogestivos llegan con la autofinanciación. En 2004, el director británico Franny Armstrong realizó el documental ecológico The Age of Stupid con un método pionero de “financiación masiva”: las 450.000 libras esterlinas necesarias se recaudaron vendiendo participaciones a individuos y organizaciones que recibieron un puntaje de los beneficios. En el Sundance de este año, Morgan Spurlock (el director de Super Size me) destacó las posibilidades de usar el product placement, poner un producto a la vista en pantalla. The Greatest Movie Ever Sold es un documental financiado enteramente por los anunciantes, a quienes Spurlock sedujo prometiéndoles que promocionaría sus bienes y servicios. Con clientes como los hoteles Hyatt y la aerolínea JetBlue, eso significó que cuando Spurlock tuvo que vender el film les pudo ofrecer a los distribuidores una campaña de marketing ya incluida, con socios corporativos a bordo del proyecto. El lo llama “un nuevo cruce de caminos, entre el poder de la distribución y la creatividad que influye al dinero”. Al lado de la arrogancia del “lo hago yo solo” de Smith, parece un pensamiento más astuto.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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