
Cuando en agosto de 2010 los treinta y tres mineros atrapados en una mina del norte chileno salieron a la superficie con vida, tras setenta dĂas de angustia, el mundo supo que más tarde o más temprano Hollywood filmarĂa esa odisea. La historia parecĂa escrita, en verdad, por algĂşn guionista de aquellas colinas. Un grupo de hombres comunes, un accidente más grande que la vida (hermĂ©ticamente sellados, a 700 metros de profundidad), una historia de sobrevivencia en condiciones extremas, solidaridad interna en el grupo, esfuerzos de rescate desde el exterior, final feliz. Pues bien, aquĂ está la pelĂcula. La novedad es en tal caso que, más allá de que no falte algĂşn consabido roce con el ridĂculo –como cada vez que la Meca del Cine invade LatinoamĂ©rica–, Los 33 confirma (ya habĂa pasado con Viven, sobre la tragedia de los Andes) que las historias de sobrevivencia basadas en casos reales nunca le sientan del todo mal al cine estadounidense.
Desde ya que se requiere hacer la vista gorda ante unos cuantos detalles. Uno de los mineros anĂłnimos tiene el rostro y el gesto fiero del muy poco anĂłnimo Antonio Banderas. Los mineros hablan en inglĂ©s (¡en algĂşn caso, como en el de Banderas, sobreactuando acento “latino”!). Juliette Binoche hace de vendedora de empanadas (¡!). Superados esos escollos, asĂ como la llamativa solidaridad y bondad a toda prueba del ministro de MinerĂa, que es amigo del productor de la pelĂcula (ver más abajo), el corazĂłn del relato funciona. Identificados un puñado de mineros de acuerdo con ciertas funciones básicas (el capataz algo concesivo de Lou Diamond Philips, el veterano en su Ăşltima misiĂłn, un fan de Elvis y un bĂgamo que aportan color, un alcohĂłlico que cubre la cuota de “drama personal”, un boliviano que será objeto de dosis “tolerables” de racismo y, claro, el lĂder “con huevos” de Banderas), la realizadora mexicana Patricia Riggen narra el adentro con tensiĂłn sostenida, sin desbordes ni distracciones.
Afuera, mientras tanto, el ministro bueno –que en 2013 serĂa precandidato presidencial por el oficialismo– y un ingeniero especializado en minas (el dublinĂ©s Gabriel Byrne) se ponen al frente de las obras de rescate (que incluyen la famosa cápsula-ascensor), vigilados, en el campamento Esperanza, por mujeres bravas (una Binoche sobreintensificada baja la guardia, ay, ante el ministro de Minas, interpretado por el apuesto Rodrigo Santoro) y con el presidente Piñera (el notable secundario Bob Gunton, especializado en villanos) manejando la exposiciĂłn mediática, tema que a la pelĂcula parece interesarle poco y nada. Coproducida por el empresario chileno Carlos LavĂn –actualmente en prisiĂłn preventiva, por aportes irregulares realizados al propio Golborne durante la Ăşltima campaña presidencial–, la responsabilidad empresaria en el accidente queda insinuada apenas de refilĂłn (el más guacho es el encargado de la mina; los dueños no aparecen), completando el cuadro de indulgencia y/o glorificaciĂłn para con los poderes fácticos. Pero bueno, nadie dijo que Ă©sta no fuera una tĂpica pelĂcula de Hollywood. TĂpica pero –con todas las salvedades expresadas– eficaz. Lo cual en estos tiempos no es cosa de todos los dĂas.
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