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Martes, 27 de septiembre de 2005
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ALBERTO CEDRON EN LA GALERIA SYLVIA VESCO

Los carteles por la vuelta

Artista viajero, cuya obra es poco conocida en el país, regresa con una muestra auspiciada por Página/12.

Por Fabián Lebenglik
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Empanadas “La generosa”, pintura de Alberto Cedrón.
Los viajes, el exilio, el desplazamiento –por América y Europa– forman parte de la vida de Alberto Cedrón (Bs. As., 1937). Por eso su obra, repartida por el mundo, es conocida sólo fragmentariamente en Argentina, donde ha vuelto para quedarse. En las últimas décadas aquí sólo realizó unas pocas muestras individuales y varias colectivas.
Son muchos los materiales y las técnicas mediante los cuales el artista, a lo largo de cuarenta años, viene dando forma a su expresión, a través del dibujo, la pintura, la cerámica, el grabado y los murales.
Ahora presenta una breve aunque potente muestra de pinturas y dibujos –auspiciada por Página/12– que funcionan como carteles (que evocan carteles) muy elocuentes de la cultura popular latinoamericana.
En esos carteles, con humor e ironía, el artista rescata de su memoria los anuncios de ventas informales, familiares, al menudeo, de los pequeños negocios vistos hace años en Paraguay. Pero las particularidades de la anécdota se transforman en sus obras en imágenes simbólicas de procesos sociales, económicos y políticos. Estos cuadros terminan mostrando con tanta elocuencia como ternura –una ternura que va de lo risible a lo siniestro– aquellos procesos, a partir de la cotidianidad rescatada de la vida suburbana y evocan con nostalgia ciertos oficios que la crisis regional permanente coloca a un paso de la extinción o, por el contrario, los promueve indirectamente con títulos tomados de la mercadotecnia, como “microemprendimientos”.
Al modo de las estampas de otro tiempo, los carteles de Cedrón homenajean el mundo y la trama de los oficios artesanales y de las changas cuyo revés de trama es la supervivencia. Y sobre ese entramado social y económico, cada cartel –cada cuadro– construye otra trama de patrones pictóricos, de texturas visuales, de colores y de trazos.
En esta muestra nunca un cuadro es uno solo sino que en cada pintura se resuelven varios relatos visuales al mismo tiempo. La imagen suele dividirse en planos fragmentarios que se recomponen como secuencias del mismo tema. Tal yuxtaposición es otro modo de citar los carteles populares originales. Al mismo tiempo, la compartimentación de la imagen funciona como un comentario visual, pictórico, que resulta revelador respecto del núcleo de la obra. Los múltiples puntos de vista son a su vez predicados de un sujeto (de un tema) anunciado en el texto que acompaña cada cartel. A veces ese predicado visual apoya el tema central, a veces los contradice, a veces lo dispara hacia lugares insólitos.
Todos son módicos carteles publicitarios cuyo objetivo es anunciar un servicio casero, familiar, anterior a la sociedad industrial: premoderno. Se trata de informar sobre modos de oferta e intercambio que el artista recupera como entrañables aunque los señala como síntomas sociales.
Cada imagen incluye un texto de ortografía y sintaxis muy precarias, cuya gramática en estado de emergencia se mimetiza con la grafía que la anuncia: “Se cose para afuera 20 mts”, “Conejos se benden - conejos pa mascota escaveche i reprudución se alquilan cavayos”, “Parriya tres amigos”, “Carniseria y frutería Jesús”, “Se vende perros policias”, “Lanas mamita”, “Empanadas la generosa” son algunos de los textos dibujados y pintados en los cuadros. Ofrecimientos directos que se “ilustran” en pinturas donde la precariedad es el principio constructivo.
Según el crítico Raúl Santana, “la imaginativa complicidad entre imágenes y palabras recorre estas pinturas cuyo punto de partida ha sido el recuerdo de la viva impresión que causaron al artista los asombrosos carteles anunciando los más dispares productos, sin duda en auténtica manifestación del pop-art de nuestra región”. En la muestra también se incluye un breve conjunto de dibujos, parte de una larga serie donde Cedrón ilustra las extraordinarias memorias del manco Paz (el general José María Paz, 1791-1854), en las que el militar –devenido escritor– recuerda con pluma brillante los sucesos políticos de la etapa violenta de la organización nacional.
Con dibujos muy refinados y un lenguaje personal, va dando cuenta de los aspectos históricos y literarios salientes de aquellas célebres memorias. El pequeño conjunto de estos dibujos exhibidos en la muestra fue seleccionado por su parentesco con los “carteles” que conforman el núcleo central de la exposición.
Entre los viajes de Cedrón se cuenta uno al Mato Grosso en los años ’60, donde convivió con los nativos en la selva. Los ecos de aquel viaje también resuenan en la novela Kincón, de Miguel Briante, quien en un texto publicado en la revista Artiempo en 1969 escribió –refiriéndose al diario que el pintor había escrito sobre su aventura selvática–: “Alberto Cedrón escribía estas líneas entre las sacudidas del avión, mientras cruzaba las calientes tierras del Brasil y el Mato Grosso quedaba atrás, como una pesadilla inapresable. Alguna vez entendería esas líneas hechas con temblor, escapadas a la objetividad con que había llevado el diario de ese Viaje al Alto Xingu, entre tres médicos, un dentista, un radiotécnico y un vacunador brasileños. Alguna vez lo entenderíamos nosotros también”.
Más adelante, luego de hablar sobre su pintura, Briante se vuelve premonitorio: “Alberto Cedrón vio Europa: tal vez desde allá midió Buenos Aires. No se sabe si han vuelto sus caballos y sus hombres retorcidos y sus caras abiertas en un grito. Pero un día cualquiera el eco de esas imágenes va a saltarnos desde algún lugar de la ciudad, desde una pared o desde un marco. Puede ser peligroso, sorpresivo; en el fondo de su horno de cerámica, en el costado más oculto de sus frascos de tinta china, algo se está gestando, implacable”.

(Gal. Sylvia Vesco, San Martín 522, 1º “4”, hasta el 8 de octubre.)

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