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Martes, 6 de mayo de 2008
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La obra gráfica del italiano Mimmo Paladino, en el Centro Cultural Recoleta

Una cita con la historia (del arte)

Una muy buena selección de grabados permite acercarse a la obra del consagrado artista italiano que se dio a conocer a partir de 1980 con la transvanguardia.

Por Fabián Lebenglik
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Europa, 1995, de Paladino. De la serie de los continentes.

En estos días el Centro Cultural Recoleta presenta una extensa muestra de obra gráfica del consagrado Mimmo Paladino, organizada por el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires.

Aunque había comenzado a exhibir su obra a mediados de los años setenta, el lanzamiento de Mimmo Paladino (1948) fue durante la Bienal de Venecia de 1980. Ese año el crítico ya fallecido Harald Szeeman (que dos décadas después sería curador general de dos ediciones consecutivas de la Bienal) creó la sección del Aperto en la zona de los Arsenales. Era el sector más innovador y experimental de la muestra veneciana. Durante los años ochenta y noventa fue el lugar adonde se invitaba a los nuevos artistas. El Aperto tenía un aspecto de caótico laboratorio, de campo de pruebas del arte, y al mismo tiempo lograba un alto impacto visual –sonoro, olfativo, táctil...–, lo cual se advertía desde la misma conformación y distribución espacial.

En aquella sección inaugural convocaron al crítico Achille Bonito Oliva, que acababa de proponer la nueva tendencia de la transvanguardia, y éste invitó al grupo de transvanguardistas Sandro Chia, Francesco Clemente, Enzo Cucchi, Nicola De Maria y Mimmo Paladino.

Lo que caracterizaba al grupo desde la perspectiva estrictamente técnica y material, luego del imperio del conceptualismo y del arte minimalista, era una vuelta al contacto del artista con la materia, y a la relación entre la obra y la mano, recuperando el lugar artesanal y rescatando el carácter manual del proceso creativo en las artes visuales. Especialmente había una vuelta a la pintura, la escultura y el dibujo.

En sus postulaciones teóricas, Bonito Oliva defendía la transvanguardia como la “vanguardia posible”, señalando el uso del patrimonio visual que ofrecía la historial del arte y de la cultura. En las obras de aquel grupo de artistas es posible rastrear toda una tradición de imágenes y símbolos tomados de la historia como cantera y repertorio. Citas, fragmentos, pastiches culturales, toda una evocación y recuperación, desde el fondo de la historia: arte grecorromano, etrusco, árabe, africano y así siguiendo. Elementos reciclados de la historial del arte, en un juego visual que en parte recuperaba imágenes, iconos, signos, símbolos... y en parte los mutilaba al extraerlos de su contexto y sentido originarios (históricos) para hacerlos funcionar en el marco de una nueva disposición, al modo de un repertorio, de una galería de imágenes. Se hablaba entonces de cierto nomadismo visual, de un particular eclecticismo, de una aceptación de la oferta visual compulsiva del presente, donde toda imagen se contamina con otra, anterior, simultánea o posterior.

Suponiendo la imposibilidad de plantear un grado cero de la percepción visual contemporánea, aquí se proponía una paradójica resignación militante y activa (propia del posibilismo y consciente de su carácter tardío), completamente fuera de toda pretensión épica. Era, es, un arte que profundiza en lo subjetivo.

El gesto transvanguardista recibió elogios y palos por igual, pero su impulso y consagración fueron casi inmediatos.

Paladino es uno de los más versátiles del grupo: escultor, dibujante, grabador, pintor; sus obras funcionan como redes que incorporan y fagocitan la historia del arte para tejer un nuevo relato visual. Y en ese gesto se puede ver la cualidad anacrónica, como fuera de tiempo, que exhibe casi todo su trabajo.

En la muestra que se presenta ahora en el Centro Recoleta, el eje de la mayor parte de los trabajos es la figura humana, asediada dramáticamente por los más diversos signos y símbolos.

Sus obras revelan una gran libertad creativa que, aunque dramática en sus imágenes y evocaciones, sin embargo resulta lúdica en el manejo de sus procedimientos y apropiaciones, citas y pastiches culturales.

En sus trabajos resulta evidente la intención alegórica del uso de las tradiciones. Casi siempre las imágenes resultan figurativas y en ellas es posible rastrear cierto “catálogo” en el que abundan, además de las fuentes clásicas citadas, imaginería cristiana, zoologías fantásticas, cuerpos fragmentados, citas funerarias, etc., etc.

En la exposición resulta notable la cualidad técnica y el uso tanto de los materiales como de las figuras y colores. El artista utiliza todas las técnicas del grabado.

En la serie de seis tondos –de más de un metro y medio de diámetro cada uno– dedicada a los continentes, los personajes centrales están rodeados de elementos simbólicos, casi narrativos, con los que el artista organiza una situación dramática, entre descriptiva y poética.

En el conjunto de cuatro estampas tituladas “Matemático”, el artista reparte el espacio virtual de la obra como una tablero en donde la ciencia se dirime entre el azar y la naturaleza.

Según el curador de la muestra, Enzo Di Martino –un especialista en Paladino–, en la obra de este artista “los mitos arcaicos y las referencias históricas asumen la misma dimensión sensitiva y anulan el sentido del espacio-tiempo”.

Tanto la serie de los continentes, como la de los “Escudos” (también tondos) y el tríptico Sirenas, Atardecer, Poeta occidental (de 200 x 123 cm cada uno), afirman el dominio técnico y la contaminación pictórica y gestual del Paladino grabador. En esta última pieza triple, la imagen se revela abstracta y esto resulta excepcional no sólo en el contexto de la exposición sino de la obra del artista.

Acerca del uso de grafías, palabras y textos en la obra de Paladino, el curador italiano afirma que “la relación entre palabra e imagen se constata en los numerosos libros que ha publicado en colaboración con escritores y poetas”. La palabra, según escribe, “a veces –aparece– con intención reforzadora y explicativa de la imagen, otras veces con significados formales totalmente autónomos. En muchas obras, las palabras grabadas asumen incluso un valor formal, caracterizándose como ‘gritos’ que se añaden al silencio misterioso de las figuras. La frecuentación y utilización en su búsqueda de la palabra escrita, y en especial de la poesía, no debe sorprender en un artista tan ambiguo, complejo, simbólico y misterioso”.

En la Sala J del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 11 de mayo.

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