Los libros de la Colección La Siringa, con sus frágiles tapas y su menudita tipografÃa, son una parte de lo que en la historia moderna del paÃs podemos considerar un ejemplo de edición libertaria, de libros de trinchera. Recuerdo esos libros sobre antiguas mesas de mármol, en las noches del bar La Giralda de la calle Corrientes, repleto de humo, ginebra Bols y egregio utopismo. En nuestra rápida cultura de esos años, sonaba vagamente el nombre de Arturo Peña Lillo, pero no cultivábamos historias, anécdotas ni biografÃas de editores. Con los años, fui conociendo cosas de Peña Lillo, leà por fin su autobiografÃa y ahora, por un justificado engaño de la memoria, me parece natural que siempre hubiera estado allÃ, que fuera un hecho previsible que hubiera editado, muchos años antes, casi de casualidad, la Historia argentina, de Ernesto Palacio. Menciono a este autor, porque siempre lo leÃmos como si estuviera fuera de lugar. Peña Lillo, pienso ahora, parecÃa no tener un sitio especÃfico, un lugar en los bares, pero era el armazón invisible de un cuerpo ansioso tendido colectivamente sobre las mesas de café.
* Director de la Biblioteca Nacional.
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