¿Era rubia?, pregunta ella. SÃ, digo, siempre me pareció que era rubia, aunque jamás la vi personalmente. Quiero decir que no llegué a conocerla viva. La conocà muerta, si a eso se le puede llamar conocer a alguien. El taxista se rasca la cabeza por debajo de la gorra. Veo su perfil de viejo irlandés ganapán delineado contra las luces cambiantes de la calle. ¿Muerta?, pregunta Luba con la cabeza en mi pecho. Yo tenÃa once años. (...) Pasó que nos llevaron al velorio. Nos llevaban en contingentes desde la escuela, y yo tenÃa miedo. Los muertos siempre me han impresionado mucho. Era una mañana de lluvia. Bueno, en realidad garuaba, creo que sÃ, que garuaba. Además estábamos en invierno.
(...) El taxi avanza. Nosotros avanzábamos también por una galerÃa circular en los altos del hall central del Concejo Deliberante. Yo toqué la balaustrada de mármol frÃo y miré para abajo la caja negra donde aquella pequeña mujer rubia y blanca parecÃa dormir custodiada por granaderos. El olor de la muerte. Abajo, una multitud oscura pasaba frente al cajón besando a la muerta en la frente. Yo rogaba a Dios que no me obligaran a besarla; además habÃa empezado a experimentar una fuerte presión en la vejiga y necesitaba mear urgentemente en alguna parte. ¿Te dieron ganas de mear en ese momento? En efecto, ganas de mear, lo cual no dejaba de parecerme una atrocidad, una traición o un pecado obsceno. Naturalmente, en esas precisas circunstancias. Asà que seguà andando, pero apretándome el pito con las manos y cuidando que el profesor no me descubriera.
Fragmento de En otra parte (Seix Barral).
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