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Sábado, 20 de junio de 2009

LITERATURA

Textual

¿Era rubia?, pregunta ella. Sí, digo, siempre me pareció que era rubia, aunque jamás la vi personalmente. Quiero decir que no llegué a conocerla viva. La conocí muerta, si a eso se le puede llamar conocer a alguien. El taxista se rasca la cabeza por debajo de la gorra. Veo su perfil de viejo irlandés ganapán delineado contra las luces cambiantes de la calle. ¿Muerta?, pregunta Luba con la cabeza en mi pecho. Yo tenía once años. (...) Pasó que nos llevaron al velorio. Nos llevaban en contingentes desde la escuela, y yo tenía miedo. Los muertos siempre me han impresionado mucho. Era una mañana de lluvia. Bueno, en realidad garuaba, creo que sí, que garuaba. Además estábamos en invierno.

(...) El taxi avanza. Nosotros avanzábamos también por una galería circular en los altos del hall central del Concejo Deliberante. Yo toqué la balaustrada de mármol frío y miré para abajo la caja negra donde aquella pequeña mujer rubia y blanca parecía dormir custodiada por granaderos. El olor de la muerte. Abajo, una multitud oscura pasaba frente al cajón besando a la muerta en la frente. Yo rogaba a Dios que no me obligaran a besarla; además había empezado a experimentar una fuerte presión en la vejiga y necesitaba mear urgentemente en alguna parte. ¿Te dieron ganas de mear en ese momento? En efecto, ganas de mear, lo cual no dejaba de parecerme una atrocidad, una traición o un pecado obsceno. Naturalmente, en esas precisas circunstancias. Así que seguí andando, pero apretándome el pito con las manos y cuidando que el profesor no me descubriera.

Fragmento de En otra parte (Seix Barral).

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