Acaban de salir. Espero que mi hijo vuelva contento. Mi marido ya sé que no va a volver. Era ahora o nunca, cierto. Pero a Mario le cuesta (a los hombres les cuesta en general) admitir que a veces toca nunca.
Sin pensar siquiera en el riesgo de accidentes, que de sólo nombrarlo me aterra, ¿y si él empeora? ¿Y si no puede continuar? ¿Qué harÃa entonces Lito? Eso Mario se niega contemplarlo. Parece convencido de que su voluntad puede más que sus fuerzas. Como de costumbre, yo cedÃ. No por generosidad: por culpa. Lo absurdo es que ahora me arrepiento igual.
Si Mario aceptara hasta dónde llegan sus fuerzas, les habrÃamos contado la verdad a todos nuestros amigos. El prefiere que seamos herméticos. Discretos, dice. Los derechos del enfermo están fuera de duda. De los derechos de quien lo cuida nadie habla. Nos enfermamos con la enfermedad del otro. Asà que en ese camión voy yo también, aunque me haya quedado en casa.
* Fragmento de Hablar solos (Alfaguara).
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