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Sábado, 10 de agosto de 2013
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Investigación y desarrollo tecnológico en América latina y el mundo

¿Qué medimos cuando medimos el progreso científico?

El intento de medir el desarrollo científico de Argentina y de la región puede resultar algo engañoso si sólo se toman las cifras en sentido absoluto o se compara a la ligera, pero sí puede arrojar luz cuando los investigadores revelan las dificultades para obtener esos datos e interpretarlos.

Por Marcelo Rodríguez
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¿Creemos en los números? La reciente edición de El estado de la Ciencia es el intento de la Red de Indicadores Iberoamericana e Interamericana de Ciencia y Tecnología (RICyT) de responder a una pregunta: cómo le fue a la región latinoamericana –y dentro de ella, de paso, a la Argentina– en materia de investigación científica y desa-rrollo tecnológico (la consabida fórmula I+D) en la última década. Para eso recurrieron a una serie de indicadores brindados por las autoridades del sector científico de cada país que, en principio, todavía no están totalmente estandarizados metodológicamente. Es decir, qué “cantidad de científicos trabajando en empresa”, por ejemplo, puede no significar en todos los casos lo mismo, porque no se han aunado criterios en los países de origen de los datos sobre lo que significa el trabajo en una empresa, dadas las diferentes modalidades que la labor del científico puede tener (instituciones públicas o privadas, industria, docencia en centros públicos o privados y tantas situaciones intermedias).

También se recurrió a la comparación del sector científico latinoamericano e iberoamericano con los de otros países de Europa, con Asia y con Canadá y Estados Unidos como “el resto de América”. Sin embargo el cruce de los datos resultó significativo, cuando no fue por la información en sí, por la posibilidad de reflexionar sobre las dificultades que planteaba la comparación, que los investigadores en todo momento pusieron de manifiesto.

El coordinador del proyecto, Mario Albornoz, sostuvo en la presentación del informe que él sólo conocía de cerca los métodos que garantizaban la confiabilidad de los datos locales, entregados por el Ministerio de Ciencia y Tecnología. También dijo que no cree que haya entre los datos enviados por los diferentes países algún error que pueda ser producto de diferencias ideológicas o de método, pero sí puede haber cierto sesgo motivado por conveniencias políticas, como podría ser –ya que se trata de guarismos que reflejan una década entera– la negativa a reconocerle logros de un gobierno anterior.

LO CONCENTRADO Y LO DISTRIBUIDO

Yendo a las cifras, si se toma en cuenta como unidad América latina y el Caribe, la Argentina representa junto con Brasil y México, solos, el 90 por ciento de la actividad en I+D (de hecho, sólo Brasil representa la mitad de la plaza de científicos y tecnólogos de América latina). Si se suman los investigadores que existen en España y Portugal, de manera que se considera Iberoamérica en conjunto, hay en total 440.000 investigadores: un 82 por ciento más que en el año 2001. Si se considera sólo Latinoamérica, ese crecimiento sería igualmente significativo (80 por ciento). No obstante, admite Albornoz, se presume que gran parte de ese aumento se debe simplemente a una actualización de datos de un sector que, hasta no hace mucho tiempo, tenía una visibilidad social mucho menor.

Esto significa un crecimiento del sector apenas menor que el de los “tigres asiáticos” (la región que más creció en el mundo) y mayor que en EE.UU. y Canadá, según se puede ver en las curvas. “Sin embargo, esto no nos permite pensar que en América latina se le da más importancia a la ciencia y la tecnología que en los países centrales: más bien, lo que pasa es que cuanto más abajo se está, más se notan los pequeños crecimientos”, admitió Albornoz. En realidad, el sector CyT latinoamericano apenas representa el 3,1 por ciento de la inversión mundial en I+D (alrededor de 30 mil millones de dólares, 50 por ciento más que una década atrás). Y a nivel mundial fue muy destacable, en este sentido, la merma relativa de la participación de Norteamérica y Europa en favor de Asia: en 2001, EE.UU. y Canadá representaban el 38,4 por ciento mundial de la ciencia y la tecnología, y Europa el 31 por ciento; hoy, en cambio, esas proporciones cayeron al 33,1 y 26,9 por ciento, mientras que Asia pasó de representar el 25,2 en 2001 al 34,1 por ciento en 2010.

La participación de científicos iberoamericanos con artículos en Science y Nature, las dos revistas más emblemáticas, es un poco mayor de lo que refleja el dinero invertido en el sector: entre el 6 y el 8 por ciento.

A pesar de que la cantidad de graduados en maestrías se triplicó en Iberoamérica desde 2001, la cantidad de patentes bajó un 20 por ciento. Apenas en México aumentó (un 7 por ciento). ¿Debe ser leído esto como un descenso de la productividad de los científicos? Es muy difícil responderlo, pero hay datos que permiten inferir que no hay mucha relación entre la cantidad de patentes registradas en un país y su grado real de actividad en I+D. Sobre todo porque registrar un desarrollo en un país que representa un mercado pequeño es percibido a menudo como una traba para su desarrollo comercial, o habilita la posibilidad de que una empresa con más recursos lo patente en otro mercado. Por otra parte, vale el ejemplo de España, donde el 88 por ciento de las patentes es propiedad de empresas extranjeras, que lo hacen para asegurarse el mercado para ese producto.

Por último, ¿cuánto invierten en CyT los países del mundo? Tomados en el contexto de Iberoamérica, los países de la región destinan el 0,93 por ciento a la investigación científica; considerada como “América latina y el Caribe”, esa proporción es un poco menor (0,75 por ciento). En el continente, sólo Brasil supera ese nivel promedio con su 1,16 por ciento, mientras que Argentina, con 0,62 por ciento, está por debajo. Ahora bien: ¿cuáles son las naciones que más invierten en CyT? La primera es Israel (4,4 por ciento del PBI), con un importante predominio de la industria de la defensa. Después, sólo invierten más de 3 puntos de su PBI en ciencia Japón y Finlandia, mientras que la mayoría de los países del “mundo desarrollado” invierten entre un 1 y un 3 por ciento. La pregunta clave, sin embargo, es cómo influye la actividad de los investigadores en CyT en la motorización de la actividad económica y en el desarrollo de la sociedad, y éstas, por ahora, son variables imposibles de medir cuando se consideran marcos tan generales: requieren, por el contrario, una investigación cualitativa, o al menos discriminada por sectores.

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