–Bueno –dijo el Comisario Inspector–, es una gran suerte que en los Estados Unidos hayan fallado a favor de la teorÃa de la evolución, a pesar de estar gobernados por una bestia como Bush que no cree en Darwin. Pero ya que estamos, me gustarÃa contar los antecedentes remotos de aquello que Darwin llevó a su culminación: en la antigüedad, Anaximandro habÃa sostenido que los hombres descendÃan de los peces. Después de que se impusiera el cristianismo, cualquier hipótesis evolutiva era, desde ya, peligrosa, puesto que la Biblia era taxativa al contar la creación del hombre por el Dios judeocristiano. Cuestionar la creación divina era cuestionar la Biblia, y muchos lo pagaron con la vida. En 1616 el filósofo italiano Lucilo Vanini insinuó que el hombre descendÃa del simio. Este Vanini era un tipo interesante. HabÃa estudiado en Roma, en Nápoles y actuado en Padua, donde se ordenó sacerdote. Viajó por varios paÃses de Europa y en Inglaterra, en 1612, abjuró de la fe católica, aunque luego lo encarcelaron bajo la acusación de haber atacado la iglesia anglicana. Lo cierto es que regresó a Italia y al catolicismo, y publicó libros en los que atacaba la inmortalidad del alma, y sostenÃa cosas como que el hombre descendÃa del mono. Fue arrestado por la Inquisición (que ahora se llama Congregación para la Doctrina de la Fe, que hasta hace poco era presidida por el hoy papa Benedicto XVI) y, acusado de ateÃsmo, fue condenado. Le cortaron la lengua, lo ahorcaron, y su cadáver fue quemado el 9 de febrero de 1619.
–Uno se pregunta –dijo Kuhn– qué podÃa hacer un ateo en esos tiempos, más que tratar de pasar inadvertido.
–No era tan simple –dijo el Comisario Inspector– porque no alcanzaba con cumplir la reglas formales, ya que la Inquisición no solamente pretendÃa que uno fuera católico, sino además que fuera sinceramente católico, lo cual ya es más difÃcil.
–Algún dÃa tendremos que hablar sobre la sociedad tolerante y sus ventajas –dijo Kuhn–. Como por ejemplo lo son casi por completo las sociedades europeas modernas.
–O la Roma de la época de Augusto –dijo el Comisario Inspector–. Las sociedades tolerantes fueron muy raras en la historia.
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