Delia RodrÃguez Araya fue una querida presencia durante los dos años de audiencias de la causa DÃaz Bessone, aunque murió el 13 de mayo de 2009, un año antes del comienzo de ese juicio oral y público que ella urdió con un minucioso trabajo hace más de 30 años. El lunes al mediodÃa, ese juicio, que con seis acusados y 93 vÃctimas constituye sólo una parte de la megacausa Feced, tendrá su sentencia por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar. Delia RodrÃguez Araya volverá en ese instante a la vida que supo construir: paseará su ironÃa, su carácter fuerte y el eterno cigarrillo en los labios por el bulevar Oroño donde la multitud irá a celebrar la justicia. La recordarán los sobrevivientes que fueron escuchados por ella en plena dictadura, las compañeras de los organismos de derechos humanos con las que en la clandestinidad buscaban los testimonios, los nombres, las pruebas para que alguna vez, cuando volviera el Estado de Derecho, todo eso pudiera ser juzgado. Y Delia era la estratega.
Delia, la abogada militante se llama el libro escrito por el periodista y escritor Carlos Del Frade que a fin de abril se presentará en Rosario, nacido de la férrea voluntad de la hija de Delia, Mariana Caballero, para rescatar ese legado del olvido. Durante las audiencias, más de una vez fue recordada delante de los jueces por sobrevivientes del Servicio de Informaciones, el mayor centro clandestino de detención de la zona, por donde pasaron 2000 detenidos. Sin Delia, este juicio –y el que viene como segunda parte de la megacausa– hubiera sido más difÃcil de concretar. “Sin duda hubo otros abogados que hicieron presentaciones y aportes importantes en la causa Feced, pero la labor y valentÃa de Delia son indiscutibles. Antes de la aparición de la Conadep, antes de la reanudación democrática, ella ya estaba acumulando pruebas, tomando testimonios, arriesgando su vidaâ€, resume Nadia Schujman, abogada de Hijos, en una página del libro. AgustÃn Feced fue el interventor de la policÃa rosarina durante la dictadura, el mandamás de la patota.
Una de las compañeras de Delia en aquellas lides, la también abogada Olga Cabrera Hansen (sobreviviente del SI) recordó, el 29 de noviembre de 2010 cómo hacÃan para burlar –en los primeros dÃas de la democracia– el férreo control de quienes todavÃa tenÃan poder en los organismos de seguridad cuando la causa se tramitaba en la Justicia provincial por la presentación colectiva elaborada justamente por Delia. “Apenas nosotras pedÃamos una medida, enseguida se enteraban (los represores). Entonces, optamos por subirlo al juez (Francisco MartÃnez Fermoselle) al auto y recién ahà decÃamos adónde Ãbamos, para que no se filtraraâ€, relató.
Aunque quienes la conocieron aseguran que rechazarÃa cualquier pedestal, Delia RodrÃguez Araya fue una mujer excepcional. Nació el 22 de mayo de 1929, estudió abogacÃa en la Universidad Nacional del Litoral, donde empezó a militar en el Partido Socialista. Allà se convirtió en presidenta de la Federación Universitaria del Litoral y, cuando se recibió, rindió concurso en los Tribunales santafesinos. Primero fue defensora, luego fiscal, pero en 1968 renunció ante la Corte Suprema de Justicia de la provincia porque consideraba que la independencia judicial habÃa sido anulada por la dictadura de OnganÃa.
Siempre defendió a presos polÃticos. En la época en que la Justicia habÃa rechazado más de 700 hábeas corpus en la zona, ella seguÃa recurriendo a las estrategias del derecho. Aceptó lo que muchos otros colegas rechazaron: representar a Juan MartÃn Guevara, el hermano del Che que cayó en 1975 en Rosario. Lo visitó en todas las cárceles, hasta en Rawson. Les decÃa a sus dos hijas, Mariana y Micaela, que a una mujer con zuecos y rodete no le pasarÃa nada. Ella los usaba como una forma de conjurar los peligros.
“Delia no fue una paciente dócil, imposible que lo fuera, pero fue la ‘impaciente’ ideal. Luchó, y lo consiguió, por recuperar no su salud, sino su capacidad de decidir sobre su vida con la misma tenacidad con que enfrentó cada momento personal y colectivoâ€, rememoró Ana Ferrari, también sobreviviente del SI y la enfermera que la cuidó en los últimos meses de su vida: “¡Me enseñó tanto y tantas cosas! Pero una se hizo carne en mÃ: hay cosas que no se pueden negociarâ€.
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